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Texto: Clara Almasqué

Tuvimos el privilegio de tener una charla a corazón abierto vía IG Live con Pablo Grizzuti (@pablogrizzuti). Él tiene 59 años, es padre de Gonzalo, Tomás, Marcos y Joaquín y está casado con Carolina hace 27 años. Un año y medio atrás, su hijo mayor, Gonzalo, falleció en un accidente. Junto a su familia, Pablo comenzó un camino de búsqueda en el que logró demostrar, y demostrarse, que se puede seguir teniendo momentos de felicidad aun con una ausencia tan desgarradora. Su testimonio es digno de ser escuchado, no solo por quienes se encuentran atravesando un duelo. Sus palabras tocan lo más profundo del alma, y generan un “antes y un después” en la vida de cualquier persona. Pueden escucharlo completo haciendo clic acá.

Cuando falleció Gonzalo, Pablo sintió que su hijo le transmitía dos frases: “Cuidá a mamá”, y “¿Qué vas a hacer con tu vida ahora?”. Esa última pregunta lo despertó. Empezó a conectarse con la emoción, y a dejar de darle tanta importancia a la mirada del otro, para preguntarse realmente a qué vino él a este mundo, y para concentrarse en la felicidad de su mujer y de sus hijos. “Hay algo muy importante que aprendí: Mis hijos perdieron a un hermano, y no tienen que perder a un papá. Eso nos dio fuerza para levantarnos en los momentos de mayor oscuridad”, asegura.

Cuenta que al principio se enojaba ante las preocupaciones de los demás, no podía comprender cómo alguien podía angustiarse ante hechos como la pérdida de un trabajo, y por dentro pensaba: “¿Cómo te podés enojar por eso si yo perdí a un hijo?”. “Ahora respeto a la gente que se enoja por cosas diferentes porque yo también estuve ahí, y aprendí que cada uno tiene la vara donde la tiene, yo tengo esta”, reflexiona.

Agradecer y aceptar: la clave para seguir

Con Carolina, su mujer, notaron que, en todas las charlas de duelo a las que asistían, había un factor común: No huir al dolor. Según Pablo, el duelo se atraviesa y no se esquiva, y si bien es desgarrador, también pasa. Dice convencido que, en un duelo, cualquiera sea, es mejor agradecer lo que uno tuvo mientras lo tuvo. Lejos de justificar o estar de acuerdo con lo sucedido, se trata de aceptarlo y seguir para adelante. “La aceptación y agradecimiento por los años que lo tuve a Gonzalo me permitieron caminar desde otro lugar”, afirma.

Ser feliz: Una decisión

Si bien, como padre de Gonza, Pablo asume que el dolor va a estar presente toda su vida, junto a su familia decidieron no vivir sufriendo. Ser feliz es, para él, una decisión, y hoy elige la felicidad por encima de la tristeza. Cuenta que, en ciertos momentos, se preguntaba a sí mismo cómo podía estar contento si acababa de perder a un hijo, pero en el camino descubrió que eso no tenía ninguna ganancia, y que la ganancia está más bien en pensar: “Yo puedo ser feliz porque se lo debo a él”.

Qué esperanzador es, para tantas familias, escucharlo decir que es posible volver a tener momentos felices aun luego de tal catástrofe. “El dolor no se elige, pero sí puedo decidir cómo quiero vivir. Hoy en casa hay luz, oxígeno y risas, y Gonza está vivo con nosotros, hablamos de él”, testifica Pablo, y desde su experiencia remarca la importancia de estar juntos como matrimonio y como familia. También hace hincapié en no sentir culpa ante aquella situación terrible e inmanejable. Quitarse esa mochila permite atravesar el dolor y el duelo de una manera diferente.

Un propósito para continuar

En la entrevista, @rochilanu trajo oportunamente a colación un libro que llegó a sus manos por su mamá. Se llama “Es de sol”, y la autora es Ana Fernández de Nazar Anchorena, quien dejó allí plasmada su experiencia y su manera de atravesar el dolor luego de la muerte de su hijo. En su obra, ella manifiesta que nos hemos vuelto expertos en evadir el sufrimiento, cuando en realidad es parte de la vida. Sostiene que, al esquivarlo, perdemos la capacidad sublime que tiene el sufrimiento de transformar, y sugiere que al dolor hay que abrazarlo, no en el sentido masoquista, sino entendiendo que es una semilla con una potencialidad enorme para dar lugar a una vida nueva.

Luego de esa reflexión, Pablo explica que la muerte de Gonzalo fue para ellos un despertar, y que, a pesar del dolor, se animaron a tener una buena vida. Si bien entiende que no puede vivir de la misma manera luego de ese golpe inesperado, certifica haber tomado conciencia para replantearse cuál es su misión y propósito en este mundo. Esa búsqueda consiste, según él, en pensar qué es lo que a uno realmente le gusta, y qué somos naturalmente. “Hay veces que algo nos sale bien, y por eso lo confundimos con el propósito”, dice, y ejemplifica: “Yo soy bueno en matemática, pero no vine para eso, me confundí”. 

La mirada del otro

Si algo entendió Pablo en este proceso, fue que no somos nada sin un “otro”, y que uno no puede salvarse solo. Él es coach ontológico, además de analista de sistemas, y hoy da talleres de coaching familiar. “Cuando salí de mi angustia y de mi centro, apareció un mundo diferente. Vi que había otros dolores, y que acompañar y poner la mirada en el otro me ayudaba a mí en mi proceso, me dio paz”, garantiza, y dice que una de las cosas que busca un papá que perdió un hijo es paz, para sí mismo y para quienes lo rodean. 


El camino hacia el desapego

En la búsqueda del propósito entra en juego, para Pablo, el apego, y valga la redundancia, el camino hacia el desapego. ¿Qué es lo realmente valioso para nosotros? ¿A qué estamos apegados? ¿La felicidad está en cosas materiales externas a nosotros? Si pensamos que la felicidad está por fuera de uno, que depende de cosas materiales, de un trabajo, o hasta de otras personas que nos rodean… ¿Qué pasa cuando algo todo eso ya no está? ¿Qué ocurre si me echan del trabajo? ¿Y si no tengo ese auto que quiero?

En el camino, Pablo vio que se apegaba a un montón de gente y a determinadas actividades, cuando su verdadera felicidad pasaba por estar en paz. Entendió que ningún éxito profesional justifica un fracaso familiar, y que desapegarse a ciertas cosas lo ayudó a cortar un montón de sogas que lo tenían atrapado en angustia, enojo, y en la culpa. Dejó de darle autoridad y poder a aquellas personas y cosas que estaban fuera de sí mismo.

El papel de la fe

Al poco tiempo del acontecimiento, los Grizzuti emprendieron viaje hacia la virgen de Salta. María Livia se detuvo a hablarles más allá de las cinco mil personas que estaban presentes. Pablo le preguntó cómo podían ayudar a su hijo, a lo que ella respondió: “Él no necesita tu ayuda, él es paz, es luz, júntense en familia, recen, el está donde tiene que estar”.

El entrevistado cuenta también, que una vez lo tuvo a Mamerto Menapace sentado a su lado, hablando de la vida, riendo y llorando, y en ese momento aprendió a ver regalos de Gonzalo, y a sentir su mano en distintas situaciones. Un día escuchó la siguiente frase: “Cuando alguien está atravesando un duelo, no desafíes lo que cree”; él está convencido de que Gonzalo les está dando señales: señales que está preparado para ver. 

También supo, desde el primer momento, que su hijo no estaba en un cajón, sino que ya había pasado a otra dimensión. “Si yo hubiera pensado eso, hubiera perdido la oportunidad de ver su presencia en diferentes lugares. Estoy convencido de que Gonzalo se manifiesta de distintas maneras; hay una conexión que no se pierde con el cuerpo”, sostiene.

Seguir viviendo

En la charla surgió una reflexión muy esperanzadora. Pablo se cuestiona: “¿Cuál va a ser mi dolor más grande un segundo antes de morir?”, y llega a la conclusión de que no será la pérdida de su hijo, ya que lo volverá a ver. “El dolor más grande va a ser haber desperdiciado una vida, y no saber para qué vine al mundo”.

A modo de cierre, vuelve a hacer hincapié en que, haber perdido a un hijo hoy no le impide ser feliz, y que la felicidad es una decisión. “Al dolor lo voy a tener toda mi vida, pero decidí no vivir sufriendo”, concluye.

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