En Londres 2012, su primer y único Juego Olímpico, Sebastián Crismanich fue medalla de Oro en taekwondo, deporte que no le interesaba en un comienzo. Las lesiones lo empujaron a un prematuro retiro. Una charla con uno de los grandes del deporte argentino.
TEXTO: FRANCISCO ARCURI
Apenas veintiuna sillas hay en la sala. Marcelo Bielsa ocupa, junto a otros, una de ellas, con el estampado “Fútbol. Atenas2004”. Lionel Messi y Manu Ginóbili charlan con el mítico boxeador Pascual Pérez, y el querido cartero, Delfo Cabrera, les trae café. Con brillo en los ojos y una sonrisa, Sebastián Crismanich entró en esa sala en 2012, la sala de los veintiún “oros” que la Argentina logró en la historia de los JJOO modernos.
Crismanich ingresó al selecto grupo con el taekwondo: en Londres 2012 se quedó con la medalla de Oro en la categoría “hasta 80 kilos”, tras vencer en la final al español Nicolás García Hemme. Pero si nos permitieran jugar a “Volver al Futuro” y apareciéramos en la provincia de Corrientes de mitad de los 90, podríamos borrar a Sebastián Crismanich de la sala privilegiada. O tal vez estaría, pero sin la etiqueta de taekwondo y con la de fútbol, si a su hermano mayor le hubiera tirado más la redonda que el tatami.
¿Cuándo empezaste a hacer taekwondo?
“Comencé a los siete años. Había empezado a los seis con fútbol, a donde había intentado llevarlo a mi hermano, pero era malo y se portaba mal, lo echaban. Fue a dos clases y lo echaron antes de la clase, después de la clase… (risas). Y ahí fue cuando se inclinó por el taekwondo. Él siempre había tenido fantasía con el arte marcial y yo empecé por seguirlo a él, para estar con él. No era algo que a mí me llamara la atención. Pero después fueron otros los factores del deporte mismo que me fueron motivando para seguir”.
¿Qué factores?
“Los viajes. En Corrientes había muy pocas competencias, había que viajar sí o sí afuera. Para poder viajar a competir, había que entrenar en grupo. Yo estaba solo en la bolsa y no me llamaba la atención que me pegaran, ni pegarle a nadie. Lo que me motivó para meterme en las clases de competencia, para entrenar con otros, fueron los viajes. Y cuando empecé a viajar, empecé a ver que en las competencias había trofeos. Dije ‘wow, qué lindos son’. En las primeras dos competencias no me llevé nada, y empezó a aparecer ese primer dulce importante: ‘Ahora me quiero llevar un trofeo a casa, no sólo viajar”.
Las zanahorias que guían nuestras decisiones pueden parecer (y lo son) inciertas y hasta desconcertantes en el momento. Como bien explica Steve Jobs en su conocida conferencia de Stanford, los puntos se unen hacia atrás, no hacia adelante. De practicar un deporte que no le llamaba la atención, por estar junto a su hermano, a dejar la bolsa por los viajes, y de ahí, a la fascinación por los trofeos.
¿Y el siguiente punto, Seba?
“Camau Espínola (N.de R.: dos medallas de Plata, dos medallas de Bronce en JJOO) fue el primer atleta olímpico que conocí personalmente. Él fue a dar una charla a mi gimnasio y cuando me contó lo que significaba para él ser olímpico, lo que significaba una medalla olímpica, pensé ‘yo quiero ser un campeón olímpico, quiero ser como él’. Me dio un reflejo, pasó a ser mi ídolo, lo que yo quería ser, lo que quería lograr. Siempre me ponía a ver los videos y notaba cómo se emocionaban los atletas. Quería tener eso en mi vida, quería sentirlo, tener una foto con mi medalla olímpica”.
Crismanich, nacido el 30 de octubre de 1986, habla con la templanza y el ritmo de los hombres que pueden estar todo el día en ronda tomando mates y enamorando con sus historias.
Hace un tiempo dijiste que no tenías personalidad para un deporte de combate…
“Yo creo que el taekwondo fue formando mi personalidad. De chico era muy inseguro, tímido e introvertido. Quizás era lo opuesto a lo que hoy me caracteriza. Siempre dije que no era un deporte que me llamara la atención. Creo que no era aguerrido, no era agresivo para hacer este deporte. Pero sí era muy estratega. Trataba de ser inteligente en las peleas, trataba de buscar una estrategia para pegar sin que me pegaran. Y cuando fui acoplando o tomando una personalidad fue cuando empecé a despegar”.
¿Les tenías miedo a los golpes?
“No sé si miedo al golpe en sí, sino miedo a la situación de afrontar una competencia, de afrontar una posible derrota. Muchas veces, de chico, ni me tocaban o eran pocos los puntos que me hacían, y si perdía, me largaba a llorar. E incluso de grande también me ponía muy mal cuando perdía. Creo que el miedo venía más por afrontar una derrota que por el golpe”.
Cuando empezaste a ganar torneos provinciales, nacionales, medallas, ¿se te fue el miedo a perder o tomó otra forma?
“Tomó otra forma. El miedo nunca desaparece, y es más: cuando dejás de sentir nerviosismo o miedo, es el momento en el que hay que repreguntarse si sigue estando bien que uno esté en ese lugar, si sigue estando bien que uno compita, porque ahí es cuando uno está en peligro. Hay que saber canalizar el miedo: no lo vas a ocultar, no lo vas a mitigar. Mi papá da siempre este ejemplo: ‘Si Seba te tiene miedo, te pega tres veces más’. Y es tal cual: si había un rival que era mucho más grande, en la primera oportunidad que me daba, le pegaba diez con tal de que no me pegara. De una manera u otra, desde chico supe canalizar el miedo, y más aún cuando fui creciendo, con la experiencia de este deporte”.
El 10 de agosto de 2012, Sebastián Eduardo Crismanich y el español Nicolás García Hemme definieron el Oro de taekwondo “hasta 80 kilos” en los JJOO de Londres. La cerrada pelea se mantuvo 0 a 0 hasta el tercer round, cuando el correntino acertó la patada que daba el 1 a 0. Faltaban veinticinco segundos para subirse al Olimpo. Luego, el caos: Crismanich cayó (se fracturó la tibia). Desde el cuerpo técnico español pidieron video-ref para chequear una posible falta del argentino, que ya tenía una desde el primer round: si se comprobaba la infracción, era un punto para el europeo.
Como bien sabemos, no sucedió, y Pupi (apodo que tiene desde chico) logró el primer Oro individual para un argentino tras sesenta y cuatro años. Luis Scola había sido elegido para ser el abanderado argentino en el cierre, pero se lo cedió al campeón de taekwondo, que logró la única presea dorada para nuestro país en la capital inglesa.
Vos decías que al principio, el taekwondo no te llamaba tanto la atención, pero que te brindó muchas cosas.
“Sí, sobre todo este tipo de deportes, que tienen tanta filosofía que acompaña a los entrenamientos físicos. Hay otros deportes en los que se entrena solamente la parte física. Acá se entrena la parte mental y se enseña una cultura, una filosofía que viene de otro continente, que lo hace a uno ser disciplinado, ser responsable. Tiene tantas cualidades en las que uno se va cultivando día a día. Por eso digo que en ocasiones aprendí más del deporte que en el colegio. En el colegio aprendí cosas más técnicas. En el taekwondo aprendí a vivir y lo fui trasladando a la disciplina que tenía que tener en el colegio, con la familia, con los amigos, en el lugar donde estuviera”.
También te da más paciencia, ¿no? Quizás con las lesiones, que para todo deportista son algo duro porque no solamente duelen, sino que da miedo que pueda volver a pasar.
“Uno, sobre todo, es paciente y tolerante. Pero hay que ser sincero; las lesiones son la parte más frustrante que puede atravesar un atleta, incluso más que una derrota. Significan sentirse disminuido en algo que uno siempre estuvo acostumbrado a producir para su propio bienestar, para su éxito, para su gloria personal… Y de repente uno está lesionado o no puede caminar. Es la parte más dura”.
La lesión de los JJOO de Londres 2012 lo alejó un tiempo de la competencia. La fractura de tibia y peroné en 2015 lo dejó fuera de los Panamericanos de Toronto, complicó sus posibilidades para clasificar a Río 2016 (donde no pudo ir) y lo terminó retirando de la actividad.
De chico, Crismanich fantaseaba con viajar, con ganar trofeos, con ser olímpico, con tener una foto con la medalla. Pero no mira su medalla -que la tiene encajonada su madre- excepto en ocasiones particulares. “Es algo en lo que me recuesto y me rescato cuando no me siento tan bien por alguna situación de mi vida. Miro y recuerdo: ‘Yo soy un campeón olímpico’. Cumplí mi sueño, lo tengo todo. No necesito nada más que esto”.
La medalla como un rosebud, aquella palabra que pronuncia Charles Foster Kane en el film El Ciudadano Kane antes de morir, y que podría significar la infancia perdida. Pero para Crismanich, su rosebud-medalla no es una nostalgia de lo perdido, de lo que fue: es una red que lo contiene; la conciencia de haber llegado a donde quería.
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