Texto y fotos: Sofía Stavrou – @soydegrecia

Cuando pensaba que la única opción para un día de playa dentro de la ciudad de Barcelona era cruzar las ramblas y encontrar un espacio de arena limpia en la costa de la Barceloneta, me invitaron a disfrutar de una bahía escondida a 25 minutos del centro, “en donde el mar todavía es claro y azul”, según las palabras auténticas de mis amigos catalanes.

Durante el viaje en auto el mediterráneo se asoma inmenso por la ventana entre acantilados de piedra y pinos al costado de la ruta C-31, o “Carretera de las Costas”, como la llaman los locales.

Cala Morisca forma parte de la Costa de Garraf, en la región de Stiges, el mismo lugar que eligió como residencia el artista catalán del siglo XIX, Santiago Rusiñol, durante sus  veranos. Conocido también como sede del Festival Internacional de Cinema de Cataluña, uno de los eventos cinematográficos más relevantes de Europa,  el municipio costero fue  posicionándose hasta el punto de ser referido como el “Saint-Tropez de España”.

Estacionamos el auto y descendemos a pie por unas escaleras rocosas al borde de la montaña, único acceso a la playa, ya que no se permite el ingreso de ningún vehículo, ni siquiera de bicicletas. La vista desde la cima hace que me olvide por un momento que todavía estoy dentro de una ciudad y no en alguna isla perdida del mediterráneo; ningún edificio a la vista, sólo mar, arena clara y acantilados bajos sobre la playa que hacen de refugio natural para descansar a la sombra.

El traje de baño es opcional: para mi sorpresa es una playa seminudista,  en donde no sólo parejas, sino también familias, disfrutan del paisaje de manera natural y en un estado de tranquilidad y comodidad absoluta. El agua es realmente clara y limpia, a diferencia de las costas del centro de la ciudad, y la profundidad es ideal para dejarse llevar por las olas suaves y nadar mar adentro. Ni siquiera el tren, que aparece de vez en cuando, por las vías que atraviesan la montaña más alejada, interrumpe la calma de este oasis playero.

A la hora del almuerzo, la mejor opción es alejarse algunos metros hasta encontrar el Chiringuito de Garraf. Su especialidad son los arroces y, el mejor, es el arroz con langosta.

Lo compartimos en una mesa con vista al mar y un vino blanco de la casa. Antes de volver a la playa, una propuesta distinta es conocer el Parque Natural del Garraf que cuenta con recorridos señalizados, como el “Camino Medieval” y el “Camino de las Costas”, o el “Masías de Garraf”, que es apto para recorrer en bicicleta de montaña.

Durante la tarde, el bar de playa sube la música y genera el ambiente perfecto para relajarte sobre la arena durante las últimas horas de sol o disfrutar de un par de chapuzones.

Antes de volver a la ciudad, mis amigos catalanes me invitan con unas claras: chocamos los vasos y brindamos por una segunda vuelta a Cala Morisca.

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