Una cadena de asesinatos se desató en su país, llevándose a su familia y a todo lo que ella tenía de conocido. Sin embargo, estrechó las manos de sus enemigos. Ésta es la historia de Immaculée, la mujer que encarna la fuerza del perdón…
Texto: María José Campos Arbulú – Fotos: Gentileza Ediciones Logos
Creció entre algodones, segura de que vivía en el Paraíso. Resguardada por una familia amorosa muy querida en Mataba -su aldea-, Immaculée Ilibagiza pasó su infancia jugando, escuchando historias y nadando en el lago Kivu junto a sus tres hermanos: Aimable, Damascene y Vianney. Rose y Leonard, sus padres, tuvieron siempre especial cuidado para protegerlos de los terribles peligros que acechaban desde hacía décadas a su querido país y que destaparon la terrible matanza conocida como “el genocidio de Ruanda”. Este artículo está inspirado en sus dos libros (“Sobrevivir para contarlo” y “Guiada por la fe”), y en dos de las conferencias que tuvieron lugar en Buenos Aires durante su visita a la Argentina el 29 y 30 de mayo de 2014.
SOBREVIVIR PARA CONTARLO
Sólo un rosario. Todas sus pertenencias se habían reducido a eso, al rosario que su padre le entregó antes de ordenarle que fuera a esconderse a la casa del Pastor Murinzi la última vez que se vieron. Gracias a esto, Imma sobrevivió al genocidio escondida durante 91 días en el minúsculo baño de 1×2 m junto a otras siete mujeres. Dormían apiladas, turnándose para cambiar de posición, hambrientas y muertas de miedo porque los asesinos registraban la casa periódicamente en busca de Tutsis (ver recuadro “Raíces coloniales”). No las encontraron de milagro. Sobrevivir para contarlo es el título de su primer libro y la misión que Immaculée está segura de que Dios le encomendó: “yo debía dar testimonio de cómo este gran acto podía salvar un alma dañada por el odio y enferma por el deseo de venganza”. Su libro se convirtió en best seller al momento de su publicación; es de rápida lectura, muy sencillo y descriptivo, y permite reconstruir el horror del holocausto como si uno estuviera allí, escondido junto a ella. Lo que más sorprende del libro es lo mismo que transmite con su presencia: paz, confianza y la serenidad de quien se sabe amado, muy amado. A lo largo del libro, el lector descubre un diálogo tan profundo con Dios que impresiona. Una conexión que -ella asegura- ha sido la causa de su fe inquebrantable.
¿PERDONAR?
Sin otra distracción que le permitiera escapar de tan terrible situación, Immaculée se pasaba días enteros en oración; llegó a rezar el rosario 27 veces en un día. Y entonces sucedió algo impensado, en un momento mientras rezaba el Padre Nuestro, sintió su incapacidad de pronunciar la parte de la oración que dice “como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, por lo que decidió omitirla. Pero una tierna voz en su interior la animaba a no cambiar la oración que Jesús nos enseñó.
Este pensamiento la fatigaba, ¿cómo podría pronunciar estas palabras con semejante rencor? Sin embargo, esa voz, ese deseo divino que le causaba inalcanzable dolor persistía. Sus días eran sólo de meditación, y gracias a su perseverancia en la oración, un buen día sintió cómo Dios le concedió la gracia del perdón. Experimentó cómo su corazón se expandía y su espíritu se volvía libre, ancho y eterno, a pesar de su encierro. “Pude perdonar”. La ayudó especialmente a comprender esta necesidad el pedido de Jesús en la Cruz: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. Immaculée fue capaz de comprender que los asesinos no se daban cuenta de lo terrible de sus acciones. Que Dios los amaba por ser ellos también hijos Suyos y por lo tanto merecedores de Su perdón.
“Creí que Dios me había salvado del genocidio por una razón: para hablar sobre ello a cuantas personas fuera posible, acerca de cómo él había tocado mi corazón en medio del holocausto y me había enseñado a perdonar. Yo debía dar testimonio de cómo este gran acto podía salvar un alma dañada por el odio y enferma por el deseo de venganza”.
SEÑALES DE ALERTA
La primera vez que conoció la discriminación, Immaculée quedó perpleja. Tenía siete años y al comenzar las clases, su maestro exigió que los Hutus se pusieran de pie. Ella no se movió. Otra vez, la voz grave del hombre exigía ahora que se levantaran los Tutsis. De nuevo, inmóvil. Ahora era el turno de los Twa. Ella miraba sin emitir sonido. Enojado por la aparente desobediencia de su alumna, la reprendió fuertemente. “Es que no sé qué soy” fue la respuesta de la pequeña Immaculée mientras se retiraba entre lágrimas.
Immaculée explica, cada vez que puede, que está convencida de que Dios da señales antes de que sucedan cosas terribles. Y en este caso reconoce dos: la aparición de la Virgen en Kibeho y lo que ella llama “la radio del odio”.
La primera sucedió en 1981. La Virgen se apareció a tres niñas y les dijo que deseaba ser conocida como la “Madre del Verbo” y rogó que las personas se convirtieran y se amaran los unos a los otros. En sus mensajes advirtió que muchos ruandeses estaban albergando maldad en sus corazones hacia sus vecinos y que si no aceptaban el amor de Dios, “habría ríos de sangre en Ruanda, e incluso a aquellos que lograran escapar, la tristeza los acompañaría siempre”. La Virgen dijo también que si las personas de cada pueblo y aldea tomaban sus rosarios y rezaban por su patria con todo el corazón, no habría oscuridad. A veces, la Virgen incluso enviaba mensajes personales a los líderes de la nación, a través de las chicas a las que se les había aparecido, pero estos no hicieron caso a sus palabras.
La segunda señal que ella recalca es la “radio del odio”. Se trataba de un programa radial nocturno que discriminaba a los Tutsis, los despreciaba llamándolos “cucarachas” y hablaba de que había que terminar con ellos. El programa pasaba desapercibido por utilizar un tono bromista y burlón, donde los conductores parecían estar ebrios. Años después, la radio sería el principal medio de comunicación que fomentaría el odio y ordenaría el exterminio de esta etnia en nombre del propio gobierno. “Maten a todas las cucarachas, no dejen a una sola”, era la orden que la radio escupía durante todo el día. Antiguos amigos, vecinos, colegas se enfrentaban ahora con un odio desenfrenado, delatando y persiguiendo a todo aquél que cargaba en su ADN los genes Tutsis.
SU PASO POR LA ARGENTINA
Immaculée se viste con colores fuertes que resaltan el brillo de su mirada y enmarcan su pronunciada silueta con un andar seguro y atractivo. Así la vimos en mayo del año pasado cuando llegó al Sheraton de Retiro para la conferencia de prensa que disparó más de veinte notas en los más diversos medios. Titulares como “Misión más que cumplida”, “Perdonó a sus asesinos” y “Sobrevivió al genocidio escondida en un baño” abundaron en las semanas siguientes a su visita. Durante este corto encuentro, ella saludó y contó su historia muy brevemente; lo que le interesaba era responder a las preguntas de los periodistas presentes. “Yo era muy terca, no podía entender cómo algunas personas tomaban decisiones tan equivocadas, eso me enloquecía”; “lo que tenemos los ruandeses que nos permite levantarnos es que somos orgullosos –ríe y explica- frente a dos alternativas, perdonar o no, elegimos la que trae consigo un bien”; “la voz de Dios es parecida a la de una madre o una abuela, piensen en alguien que los quiere mucho, ¿qué les diría? Así nos habla Dios, siempre desde el amor”. Sus respuestas nos helaban la sangre, tan simples, humildes y llenas de verdad. “Lo que comparto con el mundo no es contar lo trágico del genocidio sino dar esperanza. Es posible vivir en paz, perdonarnos los unos a los otros, porque si cada uno es prisionero de su propia ira no podemos avanzar”.
MATAR SIN MACHETES
El Padre Pepe también tuvo la suerte de conocer a Immaculée Ilibagiza, y de pronunciar un discurso a partir de ese encuentro. éstos son algunos de los puntos importantes que destacó:
– “El Papa Francisco nos dice: “hagan lío”. Es imposible hacer más lío del que hace Immaculée: perdonar al que mató a tu familia, no quedarse ensimismado y transmitir ese espíritu cristiano de amor a los demás”.
– “Nosotros en la Argentina podemos vivir situaciones parecidas a las que atravesó Ruanda. Pueden hacernos creer que algunas personas son inferiores (cucarachas) y podemos acostumbrarnos a vivir en una sociedad enferma de violencia”.
– “Recuerdo cuando en el año 1997, entre Navidad y Año Nuevo, mataron a cinco personas en la villa 31. ¿Saben lo que decía mucha gente afuera de la villa? “Que se maten entre ellos”. No lo decían en Ruanda. Lo decían en Buenos Aires”.
– “El camino de pensar “el problema es del otro” y “no me voy a meter” no es lo que enseña Immaculée. Su camino de compromiso no pasa por hacer grandes acciones sino que pasa por un corazón que sabe perdonar y que sabe amar al otro. Porque perdonar significa llegar y amar al otro. Ella visita a la persona que mató a su familia. Eso es coraje”.
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Uno nunca sabe el impacto que va a tener una acción. Cuando Immaculée escribió su historia no pensó en la cantidad de historias que cambiaría. Nunca se imaginó que el presidente Bush un día le agradecería su testimonio: “Me ayudaste a saber qué hacer con Sudán”. Humildad en sus libros y en su presencia. Humildad en cada palabra y en su andar. Con esa humildad nos enseña: “Uno nunca sabe qué va a poder alcanzar. Cada uno desde el lugar donde está tiene un pequeño poder para hacer algo, y los efectos pueden ser enormes”.