Muchas veces vivimos como si no tuviéramos cuerpo. Lo descuidamos o le exigimos más de la cuenta. Una sencilla propuesta para ensayar una relación menos tirante con él.

Texto: Francisco Bastitta

Miedo. Entrado diciembre a muchos nos preocupa que ya no haya vuelta atrás. Ya sea a orillas del mar, a la vera de una montaña o recostados en el jardín de nuestra casa, los días de verano nos obligan a andar más livianos de ropa, dejando expuesto nuestro cuerpo como en ningún otro momento del año.

Claro que se nos ofrecen muchas maneras de mitigar la vergüenza que esa exposición pudiera provocarnos: ejercicio intensivo en los meses previos o estrictas dietas para bajar unos kilos y ponerse en forma, incluso intervenciones quirúrgicas para estirar las arrugas de la piel, corregir las curvas o reducir las grasas. Parece a veces que nos propusiéramos castigar a nuestros físicos por tantos meses de descuido y abandono.

Pero al final del día allí estamos con nuestro cuerpo, que por algún motivo u otro siempre sentiremos extraño e imperfecto. Me animo a sugerir que esta incómoda sensación tiene algo que ver con una muy antigua tradición que desprecia lo corpóreo, que marca una oposición tajante entre la mente y el cuerpo, entre lo espiritual y lo material. Esta tradición dualista ha ido adquiriendo múltiples formas en distintas épocas y culturas. Podríamos resumirla de manera muy esquemática en la siguiente afirmación: “Mi verdadero yo es la mente o el alma; el cuerpo es algo distinto de mí, algo que utilizo, pero que me limita, me retiene y me esclaviza”. Se llega a pensar que esta oposición y enemistad entre espíritu y cuerpo es intrínseca al hombre y que no puede ser de ningún modo superada.

Pero existe una perspectiva diferente e interesante de la corporeidad que vale la pena mencionar. Edmund Husserl, fundador de la fenomenología, distingue dos sentidos en que puede entenderse el cuerpo: Körper, que significa el cuerpo como objeto, como una cosa entre otras; y Leib, que designa el cuerpo propio, el cuerpo viviente. Leib es entonces la vivencia interna que tengo de mi propio cuerpo respirando, moviéndose, actuando, sintiendo. Es inseparable de mi pensamiento, de mis emociones y estados de ánimo. Es mi modo de conectarme y expresarme al mundo.

Si habitamos nuestro cuerpo como Leib difícilmente nos resulte algo extraño u hostil. Se torna algo más familiar y valioso. Nos hace estar presentes a nosotros mismos. Revela nuestra presencia a los demás. Allí nos volvemos más sensibles a las necesidades del cuerpo y comprendemos sus debilidades, porque no son otras que las nuestras. Dejamos de juzgarlo y rechazarlo. Disfrutamos del simple estar físicamente presentes. Aunque no seamos solamente cuerpo, descubrimos que no hay distancia entre nuestro yo y nuestro cuerpo.

Desgraciadamente, lo que suele ocurrir es que vivimos como si no tuviéramos cuerpo, descuidándolo, ignorándolo o exigiéndolo más allá de sus fuerzas. Aunque en muchas ocasiones nos envía señales de alerta –¡y cada vez más frecuentes con el pasar de los años!–, una y otra vez volvemos a dejarlo de lado. Y de repente nos encontramos con él frente a un espejo como si fuéramos dos extraños.

Ojalá en estos días de verano, que para muchos son días de descanso, podamos mirar y sentir nuestro cuerpo desde adentro, como parte de lo que somos. Algo así como personificar nuestro propio cuerpo. Salir al encuentro de los demás tal como somos, sin miedo al qué dirán y sin juzgar los cuerpos de otros. Estar ahí corporalmente en las palabras, la compañía, la diversión, el trabajo, el deporte, el silencio, la ternura y el descanso.

Para pensar:
No se puede tratar al cuerpo igual que a una cosa objetiva. Se puede observar y mirar de algún modo, pero sólo en la medida en que al mismo tiempo lo considero como idéntico conmigo mismo […]. Hay que decir más bien que yo soy mi cuerpo, que soy corpóreo. El cuerpo es vivido desde dentro como yo mismo. No es la mano la que toma unos objetos, los tomo yo. No es el ojo el que ve, yo veo. No es el cuerpo el que siente, yo siento. En la palabra, en la mirada y en la acción estoy presente yo en persona, en carne y hueso – Joseph Gevaert, El problema del hombre

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