Texto: Guillermo Abel Rodríguez
Dos conceptos que parecen no guardar relación y que, sin embargo, convergen en más de un sentido. Espíritu y trabajo, tareas diarias y trascendencia. Un planteo profundo que invita a la reflexión.
En qué consisten el trabajo, los negocios o incluso la propia expresión de vida? ¿Y es posible utilizar la espiritualidad como la principal potencia humana, entendiendo ésta como experiencia y no como un conjunto de ideas o creencias (lo cuál no significa que estemos apartando la fe de la práctica espiritual)? Desde la perspectiva que presentamos, todos los seres humanos somos partícipes facilitadores para que lo inmanifiesto -el espíritu- se manifieste. Cada uno de nosotros es, potencialmente, un puente que une lo espiritual con lo material. La espiritualidad se convierte así en el estado de consciencia que nos despierta a esta realidad trascendente. Y el acto creativo, todo aquello que expresamos o realizamos, cuando puede ofrecerse desde este paisaje, contiene una magnitud superlativa.
Trabajo que trasciende
Con certeza la mayoría de los lectores adultos coincidirán: el trabajo, en cualquiera de sus formas, puede ser una de las fuentes de realización humana más acabadas. En general las personas concuerdan que mediante “lo que hacemos” ponemos en evidencia aspectos personales sutiles y profundos. Los talentos son, en este sentido, las habilidades que buscamos dejar ver cuando llevamos a cabo las tareas que implican un trabajo. Esto es válido para una tarea doméstica como cocinar; se aplica también para el escritor, el artista plástico, el músico, el investigador científico o el empleado administrativo. Asimismo resulta vital para quién se desempeña en una línea de montaje, o en una ONG. Igualmente para quien coloca a disposición sus competencias técnicas, o capital monetario. jn Habitualmente se considera una aspiración valiosa la de “agregar valor” (las evaluaciones de desempeño -bien instrumentadas- buscan exponer una medida objetiva del aporte de valor que cada uno efectiviza). Y así, nos sentimos mal cuando algo valioso y no material, es decir esencial, puede no ser reconocido. Es sencillo descubrir que eso valioso e inmaterial es personal y está en nosotros para manifestarse; que requerimos traerlo al mundo para que -aunque sea pequeño- deje nuestra huella o legado mediante lo que hacemos. Enormes luchas son puestas en juego para manifestar lo inmanifiesto. Para traer a la superficie nuestros tesoros más hondos y para ello, nos preparamos de infinitas maneras. Con frecuencia varios años de estudio para adquirir competencias técnicas, y habilidades tanto físicas como emocionales, son parte de los sacrificios a los que estamos dispuestos. Del mismo modo, llevamos adelante la difícil tarea de interrelacionarnos, de comprender y procurar ser comprendidos, de aceptar o resignar, de perdonar o pedir perdón. El poeta Jalil Gibrán lo expresó del siguiente modo: “El trabajo –en cualquiera de sus manifestaciones- es el Amor hecho visible” Pero también vivimos lo contrario. Experimentamos la frustración de no alcanzar las metas, de no obtener reconocimiento, o soportar la injusticia en cualquiera forma. Nos causa dolor cuando nuestra búsqueda se ve interferida. Cuando por razones que -en general- consideramos de responsabilidad ajena no podemos manifestar nuestra verdad esencial. Cuando el escritor no encuentra las palabras, cuando el artista se experimenta no creativo, cuando el ama de casa no es valorada, cuando el empleado no siente que se le recompensa con dignidad, cuando el empresario ve que el fruto de generaciones corre peligro, cuando el indigente pierde la confianza de creer que podrá generar un futuro próspero a su descendencia. Entonces perdemos esperanza, nos fragmentamos y crece el egoísmo.
Ser antes que hacer
Se hace imperioso despertar el capital humano personal, organizacional o social. Darnos cuenta y conocer nuestro potencial total significa integrar conciencia: expresar lo que está adentro en el afuera. Manifestar lo inmanifiesto. Y siempre priorizar ser, para luego hacer. Este giro sólo es posible si redescubrimos que hemos sido creados completos, pero que esta completitud solicita manifestarse expresándose como grandeza en lo que hagamos. Cuando nos juzgamos incompletos, buscamos completarnos mediante el afuera y “las cosas” materiales o emocionales. No terminamos de aprender que “ellas” son efímeras y transitorias, mientras que el Ser es eterno. ¿Cómo entonces algo efímero podrá proveernos completitud? Es más, con frecuencia adoptamos una creencia propia de la cultura en que nos hallamos inmersos: que mediante el hacer llegaremos a ser. La eternidad, la paz, lo que anhelamos sólo se ejercita a partir del ser que somos. Cuando lo ignoramos emprendemos el camino más corto que nos conduce a la mediocridad. Centrándonos en el hacer cancelamos el acceso a lo inmanifiesto, y tapamos nuestra identidad esencial.
Más de una inteligencia
Si una persona posee habilidad (inteligencia física) para una tarea, si tiene los conocimientos (inteligencia mental) adecuados y está motivada o posee compromiso (inteligencia emocional), su conducta responde a la ecuación: El valor es el agregado del capital humano al proyecto que se desarrolla, las competencias se adquieren con dos inteligencias (física y mental), y el compromiso mediante la inteligencia emocional. El departamento de RRHH de una organización estaría muy satisfecho de encontrar un candidato para cubrir una función que cuente con las competencias (habilidad y conocimiento) que el tipo de tarea solicita y además si tiene el compromiso que se requiere. Es decir, realizará las tareas bien y en el mejor de los casos será 100% de eficiencia. Pero esta fórmula adolece de un factor de multiplicación: no está presente la inteligencia espiritual que es el origen de todas las inteligencias. Su ausencia impide multiplicar valor.
Supongamos que una persona posee habilidad física y maneja un revolver con destreza, además ha investigado con sus competencias mentales y conoce los planos, los horarios y el método para introducirse en el banco que quiere asaltar. Si cuenta con el compromiso frente al resto de la “banda”, casi con certeza el asalto será realizado muy bien. Sin embargo, al no contemplar las consecuencias de las acciones no consigue el estadio de eficacia. La eficacia no sólo procura hacer las acciones bien (obtener el dinero del banco), sino que tengan en cuenta las consecuencias (que se ha producido daño a terceros). Para que las acciones estén bien hechas y causen efecto positivo se necesita tener presente la conciencia o inteligencia espiritual. Entonces, para que puedan apreciarse los frutos de la espiritualidad, tenemos que comprender el factor multiplicador de la fórmula: La conciencia nos conecta con la realidad en todas sus manifestaciones a partir de nuestra propia realidad: ¿quiénes en verdad somos?, ¿estamos dando lugar a la manifestación de nuestra identidad esencial? Así, la conciencia es la inteligencia primordial que moviliza a todas las demás.