Por María Ducós
Tenía su taller, sus alumnos, su línea de vajilla. Con la pandemia tuvo que renovarse para sobrevivir sin perder su esencia. Hoy dice ser una afortunada por lo que hace todos los días.
“Mi nombre es Sofía Frogone”, empieza a contar esta artista. Estudió Bellas Artes, abrió ese primer taller junto a compañeras de la facultad mientras buscaba empaparse de más experiencias relacionadas con la disciplina que la apasiona. Dio clases de arte en un colegio y probó el camino de la cerámica. Un camino de ida que marcaría su rumbo profesional. Cuenta que el salto lo dio cuando compró el horno. “Yo daba clases para niños, pero no me sentía capacitada para enseñar cerámica, aunque me apasionara tanto”.
Empezó a producir piezas sin parar y de a poco fue animándose a dar clases a adultos conocidos hasta que ganó confianza. El taller se empezó a llenar y cada vez tenía más alumnos. Con la llegada de su primera hija, cerró su taller en Beccar y después de la licencia, abrió uno nuevo en La Lucila. Las clases se llenaban y su camino parecía haberse asentado. Pero entonces llegó la pandemia. Era hora de sacar a relucir su línea de productos de vajilla artesanal.
Renovación profunda
Sobrevivir al 2020 era sinónimo de reinventarse. No había vuelta que darle. Con sus clases suspendidas en medio del feroz aislamiento, la venta online era una luz al final del túnel. Pero para eso, Sofi sabía que el sacrificio iba a ser gigante. Producción en grande, creación de una nueva línea de vajilla, sesión de fotos, puesta a punto de redes sociales y difusión de tienda online (@sofiafrogone) . En esa transformación, hubo muchas personas, muchas influencers que colaboraron generosamente para expandir esa nueva identidad.
“Las ventas comenzaron a crecer y tuve que pedir ayuda a una amiga para la producción, no dábamos abasto… Amasar, pintar, hornear, embalar y organizar los envíos. Era muy gratificante, pero también muy abrumador”, relata Sofi.
Un alto para tomar envión
Y como la vida tiene sus subidas y bajadas, con un nuevo embarazo también siguió el cierre momentáneo de la tienda online, una pausa reparadora y la decisión de retomar la producción por pedido junto con enseñar en grupos reducidos.
“Me encanta seguir aprendiendo, es infinito. Pasé por varios talleres, tuve grandes profesores. En mi taller pasan muchas cosas lindas… es muy gratificante ver el crecimiento de mis alumnas”, cuenta esta artista. Porque de su taller no sólo salen piezas de cerámica, sino también consejos, compañía y apoyo. Un grupo humano que, con las manos en el barro, también tiene tiempo para ponerse en el lugar del otro y ser contención de muchos otros aspectos de la vida.