Hay lugares que al compartirlos con determinadas personas y en los momentos adecuados se convierten en sitios especiales para el encuentro y el recuerdo: la Feria del Libro parece ser uno de ellos. Una exposición en la que grandes y chicos, en todas las épocas, han encontrado y aun encuentran un mundo lleno de aventuras.

Texto: María Ducós – Fotos: María Stellatelli

El teléfono del quinto piso del departamento de la esquina de Aráoz y French interrumpió la paz de una tarde de otoño. Tímido al principio, insistente a medida que pasaban los segundos. Por fin una voz aguda atendió. Del otro lado del tubo, una propuesta para una primera cita. Miguel la invitaba a Paz a la Feria del Libro.

Paz era una chica de letras, de esas que preferían acomodarse debajo de un árbol y enlistarse para entrar en el universo florido y poético de Charles Dickens. Miguel, un apasionado por el campo. Pero la Feria ya era, desde entonces, un refugio de variedad y gustos diversos.

EL ENCANTO DE LA FERIA

Los públicos de este evento son variados. Muchos van en busca de un aliado en el interior de páginas escritas con valor, donde los personajes parecen salirse del papel para consolar, acompañar y tender una mano en las situaciones difíciles del lector.

También está el malón de escolares que desfilan por los pasillos con uniformes rayados, deteniéndose esporádicamente en las editoriales dedicadas al humor, al deporte, a la autoayuda y, los más avezados, en algún stand de poesía o de las obras de los más célebres autores clásicos.

Pero Paz y Miguel ya no eran unos adolescentes el día en que se conocieron. Los minutos dentro de los pabellones de La Rural fueron un espacio preciado que sirvió como almacenamiento de lecturas para el resto del año y para conocerse mutuamente.

¿Versos, prosa, historia, economía? Tantos tópicos como visitantes en esta feria internacional fueron (y son) los protagonistas. Una concurrencia variada de estilos, autores emergentes que hurgan por un lugar en los estratos consagrados y plumas ilustres.

Las editoriales, chicas, medianas y monumentales, tiran cada año su mejor carne a la parrilla literaria, compitiendo de lleno entre ellas y con fundaciones que apoyan y promueven la publicación de obras particulares sin la necesidad de un gran respaldo.

LA FERIA EN 2015

La hija mayor de Paz y Miguel heredó de su madre el gusto por la lectura y fue a la Feria en busca de literatura. Recorrido completo, vista atenta, curiosidad por cada rincón.

Vio cómo por allá una esquina azul simulaba la propia casa de Sábato con un arco de entrada que invitaba a “sumar miradas” a su temática y a su estilo. También muchas provincias desplegaron stands con el afán de proveer autores valiosos que hablen y dediquen párrafos sobre sus culturas.

En la sala Bioy Casares se presentó el libro “La Academia Nacional de Educación en sus treinta años de vida en democracia” donde participaron Roberto Igarza, Jorge Ratto y Pedro Luis Barcia, coordinados por Paola del Bosco. Se buscó reflexionar sobre la formación docente y cómo mejorarla.

Y como siempre, las editoriales de mayor renombre plagadas de visitantes.

GUSTOS VARIOS

En aquel entonces, Paz encaró decidida hacia los estantes colmados por novelas de Dostoievski, Tolstoi y Stevenson. Miguel prefirió la política, la economía y los temas agropecuarios. Nunca leyó a Louisa May Alcott o a Flaubert y no saboreó las delicias de Jane Austen. Su interés encarrilaba por otros pasillos.

Por suerte la Feria alberga todos los gustos: los de ella, los de el, los de periodistas y los de panaderos, los de taxistas, los de abogados, los de hombres de familia y los de solteros; los gustos de los del norte y los del sur, los de niños y los de abuelos. Todos se condensan en estos stands.

¿Se retroalimentan las finanzas con la poesía y la novela rosa? ¿Duermen en el mismo estante las más sublimes plumas de todos los tiempos con algún valiente escritor que empieza a tirar sus primeras líneas? La riqueza, literaria en este caso, se transparenta en la diferencia, en la diversidad. Su brújula es la calidad.

 

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