Bosco Gutiérrez Cortina es un arquitecto mexicano que estuvo secuestrado. De esos nueve meses sólo extraña una cosa: su gran intimidad con Dios. Tuvimos el honor de recibirlo en Eidico y de escuchar un testimonio conmovedor.
Texto: María Ducós – Fotos: Rosario Lanusse
Una comunión, un canto de alabanza a Dios y una mirada piadosa a la Guadalupana, la patrona de México. Arrodillado y sumergido en esa protección maternal después de la misa, sólo piensa en quedarse ahí, hincado, contemplando los ojos brillantes de Nuestra Señora.
Pero tiene que volver al mundo. Con una nueva bocanada de oxígeno, baja los peldaños de la iglesia del Pedregal, a la que asiste habitualmente antes de ir a trabajar, y se dirige a su auto estacionado a pocos metros. Un golpe por la espalda, forcejeos y unos brazos que lo inmovilizan. “Será un amigo que bromea”, piensa. Pero un instante después es maniatado sin piedad. Con la esperanza de que alguien lo ayude, empieza a gritar. “O te callas o te matamos”, fue la orden inmediata de estos hombres que a fuerza de patadas lo meten en un auto amarillo. Bosco nunca imaginó que no volvería a ver a la Guadalupana en los siguientes 257 días.
Esperando el testimonio
Después de haber repartido libros por todos los sectores de Eidico invitando a los empleados a que leyeran esta historia tan interesantemente narrada por el Padre José Pedro Manglano y editada por Ediciones Logos, logramos que se generara el clima ideal para la visita de este personaje tan especial. Desde la visita de Immaculée el año pasado, Eidico busca aportar, con el testimonio de estos personajes tan cautivadores, un granito de arena en la edificación de personas con espíritu íntegro. Propietarios, empleados, familia y amigos fueron los invitados a compartir esta visita y llevarse un mensaje de valores y esperanza, herramientas para la vida diaria.
El despojo físico y moral
El público estaba expectante; el SUM, completo. El relato de primera mano resulta conmovedor. Luego de una presentación, se desarrolló una conversación entre Bosco, su hijo Patricio y el Padre Maglano, en la que cada uno hizo su aporte a lo narrado y Bosco protagonizó con su historia en primera persona.
Una navaja le corta la ropa y le arrebatan todas sus pertenencias. Logran su primer objetivo: que Bosco pierda, junto con la pulcritud y la decencia, la dignidad. Así, desprovisto de lo material, comienza el calvario que lo adentrará en la intimidad que lo mantendrá vivo: su relación con Dios. Como una oveja en el matadero, este arquitecto padre de, por entonces, siete hijos no ofrece resistencia ni reacciona con agresividad. El secuestro había comenzado.
Cuando le quitan el antifaz está sumido en la oscuridad de un lugar húmedo y silencioso. Una cámara lo examina día y noche, y como únicos compañeros de habitación sólo hay un catre y un inodoro. El mismo casete del auto se repite una y otra vez, sin parar. Desarmado de husos horarios, sin reloj, ni noción del tiempo, intenta establecer una referencia espaciotemporal con cada comida que le pasan. No puede perderse, no puede aislarse de la realidad, debe mantener su eje para no volverse loco.
La fuerza de la familia unida
Afuera, en el DF -y para eso tenemos el testimonio de Patricio- los días se suceden con mucha confusión. Sus trece hermanos, convocados por su padre en La Glorieta, la gran casa familiar, están consternados, tratan de buscar soluciones y, sobre todo, esperan la tan ansiada llamada que les delimitará el tablero de juego. Gaby, su mujer, decide que los niños no sepan nada. “Papá está construyendo el edificio más grande del mundo”. Entre nervios y lágrimas, pero siempre muy unidos a la oración y a los planes de Dios, la respuesta de los secuestradores llega dos días y medio después: Bosco está secuestrado y proponen que el pago de su rescate sea en Madrid.
Mientras tanto, Bosco está arruinado. Después de haber suministrado datos de su familia ante la amenaza de los secuestradores, se niega a comer y su situación física llega a ser tan alarmante que los captores temen por su vida. En el libro 257 días, historia de un secuestro, hay una detallada descripción de su mísero estado con la expresión “por los suelos”, tan castellana, pero tan literal para su realidad.
Dueño de su libertad
Un día se abre la ventanita que funciona de conexión y medio de comunicación entre Bosco y sus raptores. En un papel recibe la siguiente nota: “¡Viva México! Hoy es 16 de septiembre. ¿Quiere usted tomar algo?”. Bosco lee aturdido, no sabe si le están tomando el pelo, si será una broma para burlarse de su lastimoso estado o si realmente quieren regalarle un mimo.
Acepta la oportunidad y pide un whisky straight (sin agua), con un hielo y en un vaso de vidrio. Mientras su cabeza y cada uno de sus nervios se preparan para ese placer, anota en su cuaderno: “¡Por fin una bebida fuerte para limpiar mi garganta empastada de bilis! Ansiaba algo diferente, algo que cambiara el sabor ácido de mis nervios”.
En ese deleite está cuando una voz de su consciencia lo interpela: “Bosco, ofréceme el whisky”. Al principio se hace el distraído. “No te hagas el tonto, ofréceme el whisky”, insiste la voz. “Oh Dios, no puedo ofrecerte el whisky, te ofrezco estar secuestrado”, intenta. “Pero eso no depende de ti, ofréceme el whisky”, retruca la misma voz.
Esta lucha interna dura unos minutos, pero después de olerlo profundamente y de espaldas a la cámara, temblando, pero muy consciente de lo que está haciendo, Bosco tira el whisky al inodoro. ¿Desperdicio o libertad? Su cabeza no para de dar vueltas. Se queda completamente dormido después de tanto estrés y al despertar nota que algo ha cambiado: se siente dueño de sí, con más fuerza. Poco a poco se va dando cuenta: las riendas de cómo vivir el secuestro son suyas. Esta es su primera batalla ganada.
La rutina que le dio vida
Los días pasan, pero después de este episodio, Bosco sabe que de él depende su estadía allí. Resuelve que aprovecharía el tiempo que le queda y, con disciplina y orden, rellena cada hora de su día con actividades. Oración por la mañana, unión a la misa más cercana al mediodía y plan de salud física a la tarde.
En sus primeros días de cautiverio, Bosco pidió que le trajeran una Biblia y algún libro de San Josemaría Escrivá de Balaguer. “Si me voy a morir que sea con mi espiritualidad”, contaría más tarde. Le trajeron Forja, y sólo el prólogo hace que se le ensanche el corazón: “¿Cómo no voy a tomar tu alma -oro puro- para meterla en forja, y trabajarla con el fuego y el martillo, hasta hacer de ese oro nativo una joya espléndida que ofrecer a mi Dios, a tu Dios?”.
La mejor Navidad
Este tiempo junto a los secuestradores no podría haber sido en vano, por algo el Señor lo había cruzado con aquellas almas. Se acuerda de una frase de Camino, otro de los libros troncales de San Josemaría. Un punto decía: “Primero oración; después expiación; en tercer lugar, muy en tercer lugar, acción”. Ya sabía lo que tenía que hacer.
En octubre se dedica a la oración por la conversión de sus almas. Durante noviembre pide que le traigan la comida sin azúcar, en sacrifico por ellos, y en diciembre se propone accionar. El día de Navidad les escribe: “Hoy es Navidad, hoy no hay ni secuestradores ni secuestrados, todos somos hijos de Dios, y a las ocho de la noche vamos a rezar juntos”.
Para su asombro, y a la hora pactada, cinco capuchas blancas aparecen en su guarida. Los roles parecen haberse intercambiado. Los raptores miran hacia abajo, casi sumisos, mientras un rehén desnudo les lee el evangelio y reza frente a ellos. Al terminar, uno de los encapuchados se acerca y le da la mano con un respeto que jamás había sentido. Aunque a su mujer no le guste que lo diga, esta fue la mejor Navidad vivida por Bosco.
En ese momento, sus oyentes en el SUM de Eidico, ya atrapados por la historia, largan una pequeña carcajada. Se los ve emocionados por el relato que acaban de escuchar. Todos quieren saber más. Y cuando llega el momento de las preguntas, Bosco contesta cada una con sumo interés y detalle. Aun así, pareciera que no alcanzara el tiempo para hacerle todas las preguntas que uno quisiera. La historia es completamente atrapante, testimonio enorme de una fe inquebrantable.
Fue sin dudas una noche emocionante. Nos dejó mucho para reflexionar y varias enseñanzas. Después de lo vivido, la familia de Bosco se volvió intocable. No sólo Bosco estuvo secuestrado; toda la familia padeció el mismo suplicio. La confianza en Dios y la familia unida fueron las claves para llegar al punto final.