Podcast: Maritchu Seitún

La adolescencia, esa etapa en la que los padres nos volvemos los villanos de la película. Nuestros hijos abandonan la seguridad de la infancia y comienza un largo período de cuestionamientos, dudas y replanteos. «No sabes nada», «callate» ¡Sí habremos escuchado estas y tantas expresionas más! Maritchu Seitún en su libro «Latentes», como también en este podcast, nos recomienda aprovechar los años anteriores a la pubertad para formarlos como personas. Así los valores quedarán impregnados para cuando la adolescencia nuble el criterio. ¿La escucharon? ¡Es imperdible!

La adolescencia es una etapa temida por los padres… ¡pero también por los chicos! Que ellos disimulen, que no nos escuchen o que parezca que se las saben todas son solo máscaras que cubren sus miedos e inseguridades.

A los dos años, llega la etapa de “la primera adolescencia”: defienden con fuerza sus ideas y temen pararse solos ante ese nuevo mundo. Del mismo modo ocurre en la adolescencia que, con mucha mayor conciencia, los chicos abandonan la seguridad de la infancia y se replantean casi todo.

Miran a sus padres y los ven seguros, exitosos, probablemente en pareja, desenvueltos, con objetivos claros y se desesperan por llegar a ese lugar. Como les cuesta llegar tan alto, lo primero que hacen es tirar hacia abajo a esos padres: “no sabés nada”, “no entendés”, “en tu época era distinto”, “me arruinás la vida”, “calláte” y tantas otras frases que empezamos a escuchar cuando llegan a la pubertad.

Hoy los cambios físicos llegan a edades más tempranas por una mejor alimentación y, probablemente también, por la estimulación del entorno. La niñez, ese tiempo de juego y aprendizaje, se acorta y los cambios y cuestionamientos llegan cuando los chicos están menos maduros.

A esto se suman otros factores, como un ambiente que los invita al todo ya y al puro placer, y una sociedad de consumo que hoy no acompaña: moda, costumbres, películas, series, videojuegos, literatura, canciones. Los padres están poco acompañados en la crianza y a veces son ellos mismos los que combaten, por ejemplo, los intentos de las escuelas por promover buenos hábitos y valores.

Como digo en el libro “Latentes”, es fundamental aprovechar los años anteriores a la pubertad para formarlos como personas porque a esas edades nos admiran, nos escuchan y les interesa lo que les decimos, somos su principal modelo y quieren saber y aprender de nosotros.

Hoy estamos solos para educar, a diferencia de nuestra propia infancia y adolescencia –cuando padres y sociedad armaban ese “pueblo” necesario para educar a un niño-. Esa formación e información que a nosotros nos llegó por ósmosis, debemos ocuparnos de ofrecerla hoy también: ética de vida; valores del manejo de redes sociales; buen uso del tiempo libre y de las pantallas; prioridad de las horas de sueño, de la alimentación sana y del cuidado del cuerpo; claves del amor y de la sexualidad bien entendida; charla sincera de drogas en algún momento de la pubertad.

No es necesario hartarlos ni “empacharlos” con explicaciones interminables, pero aprovechemos las oportunidades que nos ofrecen las noticias, los chistes, las cartas de lectores, nuestras propias historias vividas o lo que escuchamos por la calle para transmitir y dejar en claro nuestra cosmovisión.

Por suerte no pueden eliminar de adentro suyo todo lo inculcado y, llegado el momento de tomar una postura o una decisión, siempre tendrán a sus padres internalizados.

¿Qué hacemos entonces ante sus desaires, portazos, malos modos, comentarios irónicos o irrespetuosos? ¡No engancharnos! Mantener la calma, no ofendernos, no vengarnos, no hacerlos sentir culpables ni desilusionarnos. Sí podemos comprender y poner en palabras su incomodidad, fastidio, enojo o frustración y dejar en claro que sus palabras o su conducta no son aceptables en casa y que, si se repiten, tendrán consecuencias. Por último, retirarnos rápidamente y con la frente en alto, antes de que vuelvan a intentarlo y logren, con su insistencia, hacernos reaccionar.

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