La muestra recorre la fulgurante producción de Marcelo Pombo, una obra bella por fuera y cargada de contenido y de crítica por dentro.

Texto: Loris María Bestani – Fotos: cortesía museo Fortabat

El museo Fortabat se acomoda en esta oportunidad a la escala más pequeña de la obra de Marcelo Pombo. Su monumental espacio del primer piso destinado a exposiciones temporarias está así subdividido en pequeños cubos que forman una suerte de galería con vista al río, para albergar en salas interiores la intimidad y el preciosismo de la producción de Pombo. Como explica la curadora Inés Katzenstein, la muestra «Marcelo Pombo, un artista del pueblo» recorre la obra desde sus inicios en la década del 80 hasta la actualidad, no siguiendo un orden cronológico sino temático y de procedimientos.

El ritmo y contenido de las salas están dados por siete núcleos basados en los distintos lenguajes que el artista fue adoptando en su carrera y que determinaron, a su vez, el uso de materiales y procedimientos específicos. Hay una sala destinada a los elementos más propios del ama de casa transmutados por Pombo en arte y altar. Por ejemplo, un mantel de algodón verde decorado con apliques de plástico y sostenido cual bastidor en sus cuatro extremos por latas de arvejas da la bienvenida al visitante. También, unas esponjas Mortimer sirven al artista para encuadrar una obra en su parte superior. Lo que Pombo interviene lo transforma en belleza, muchas veces con un toque kitsch. Al artista le interesa enaltecer los grupos sociales más devaluados en las jerarquías sociales, al igual que los lenguajes y materiales de las llamadas «artes menores».

En un tono apasionado y cándido, Katzenstein confiesa en la inauguración que las piezas seleccionadas para Fortabat pretenden mostrar la centralidad y excentricidad de Pombo en la historia del arte argentino. En la década del 90, en pleno debate acerca de si el arte dominante era light o comprometido, Pombo arrojó una «bomba» al afirmar que a él sólo le interesaba el metro cuadrado que lo circundaba. De esta manera, mostró su palmario compromiso con lo que él sí podía modificar y mejorar: aquello que tenía a mano. Pombo se interesa desde siempre en ciertos grupos marginales, como las mujeres que utilizan el bricolage, los niños alienados por la publicidad, los pobres con sus ilusiones y los jóvenes punk, y los hace metáforas. Es en este sentido en que aquí se lo llama artista del pueblo, entendiendo al pueblo no en su acepción heroica sino como un pueblo femenino o infantil, sin representación pública y sin horizonte de cambio.

La obra de Pombo ostenta delicadeza y sugestión, como lo hacen la baldosa que inaugura la exposición y el objeto que la cierra. En ella funciona en general primero la seducción, la sorpresa de una visualidad impactante. Pero a la vez aparece una paradoja que insinúa que nada es lo que parece. Por eso en ese ropaje por momentos ingenuo, bello y feliz, se esconden mensajes críticos y ácidos. En una entrevista que hizo Katzenstein en 2014, Jorge Gumier Maier arriesga de Pombo «que su punto es provocar la incomodidad del espectador», incomodidad que sin duda logra, ya que sus mensajes no son nunca unívocos.

+INFO

Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat

Olga Cossettini 141, Puerto Madero Este

Martes a domingos de 12 a 20 hs.

Abierta hasta el 16 de agosto de 2015

www.colecciónfortabat.org.ar

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