A partir de abril en Nueva York, muchos de los escenarios en los que suceden historias se conectan por algo en común: el sol, el pasto y los árboles. Los seis meses fríos hacen que los neoyorquinos sepan disfrutar al aire libre cuando llega el buen clima y cualquier espacio verde se convierte en el jardín que les falta.
Los días de semana al mediodía los parques se llenan de gente que con su almuerzo escapa de las oficinas. Los sábados y domingos hay grupos de amigos y familias haciendo picnics en estos parques que se aprovechan hasta para festejar cumpleaños con invitados, globos y piñatas colgadas de algún árbol. Al caer la tarde, los románticos pueden disfrutar en pareja de una película proyectada en una inmensa pantalla al aire libre. Hay clases de pintura y de malabares. La lista de actividades en estos parques es extensa. Además de Central Park, hay muchos otros rincones verdes por conocer. Uno de ellos es este en el que estoy escribiendo: Bryant Park, el parque de los lectores, en pleno Midtown pegado a la famosa biblioteca.
Es uno de mis lugares preferidos. Sus árboles, su gran sector de pasto, la conexión gratuita de wifi, sus mesitas con enchufes, su sector de lectura, su cafetería, entre tantas otras cosas, lo convierten en un oasis en el medio de tantos edificios y tránsito. Es el mejor lugar en donde poder detener el paso para descansar y seguir planeando el viaje. Este es un parque en el que se ven más viajeros que turistas.
Fue en este lugar, estando de visita, en el que hace años comencé a escribir. Sentada en el pasto del Bryant Park de entonces no imaginaba el camino que, sin darme cuenta, estaba empezando a recorrer. Podría decirse que mi historia con las letras comenzó aquí mismo.
Tantas hojas escritas, mi curiosidad y mis ganas de ver más allá me llevaron hace unos años al Sudeste asiático por primera vez. Viajé sola, aprendí y crecí de una forma que cambió mi mirada ante las cosas. Al regresar a Buenos Aires no pude encajar en la vida que había llevado hasta entonces. Unos meses más tarde me desprendí de todo lo que tenía. Desde el televisor hasta mis zapatos, todo se lo iban llevando, dejándome con la más absoluta libertad. No fue fácil. Con más de cuarenta años algunos me miraban como a una heroína y otros como si estuviese loca. Yo solo estaba segura de algo: mi vida finalmente estaba cambiando.
Sentada en el piso del departamento que durante tantos años había ocupado y que ya estaba completamente vacío miraba las llaves que estaba a punto de devolver. Me quedé sin llaves; ya no tenía puerta. No había lugar adonde regresar. Pasé a ser una persona sin casa, con una computadora, pasajes de avión en su mano y la voluntad de escribir mi historia a través del encuentro con otros.
Fueron más de dos años en los que viajé con muy poco intentando aprender todo lo que pude sobre mí misma. Vietnam, Laos, Camboya, Tailandia, Italia, París, Barcelona y Nueva York. Pase por muchas experiencias y aprendí entre tantas otras cosas lo cercana que puedo sentirme de un extraño. Fui acompañada, protegida, abrazada y querida por gente que no había visto antes y que quizás no vuelva a ver.
Encontrando a quienes encontré comprendí que a pesar de la diferencia de idiomas hay un lenguaje común que tiene que ver con la búsqueda, con la apertura, con la sorpresa y, sobre todo, con los sentimientos. Mis viajes son el encuentro con otros y el detenerme en esas cosas chiquitas que terminan definiendo mi camino.
Estoy viviendo en Nueva York. Desde acá escribo y, a pesar de que esta vez vuelvo a tener las llaves de una puerta, seguiré viajando. Hoy no solo soy escritora de viajes sino que empecé a escribir un libro. Desde aquel día en este parque hasta el día de hoy pude escribir en mi misma la historia que soñaba. Vivo de otra manera porque puedo mirar las cosas de otra forma. Cada vez que vuelvo a Buenos Aires lo hago como si siguiera de viaje. Lo que antes ignoraba pasó a tener mayor importancia. No querría dejar nunca de vivir los lugares de esta forma y agradezco haber podido tener la valentía de querer ser feliz.
Hay quienes viajan para escapar y otros que no se cansarán nunca de mirar, de leer y de buscar para encontrar. Estoy segura de que hay muchos de éstos últimos en Bryant Park un día como hoy.
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Vicky,
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