Cuando una de las peores crisis de la historia de nuestro país hacía añicos las instituciones y las familias, y la pobreza y el desempleo se quintuplicaban, hubo muchos que se arremangaron para ayudar a los más perjudicados. El emprendimiento de las eco bolsas de Susi Benedit nació para eso. Hoy en día, necesitan más papel para seguir con esta tarea. Revista Tigris, de la mano de la imprenta Mundial, empezó a ser parte de este proyecto.

Texto: María Ducós – Fotos: Aldo Tonelli

Daiana tomó entre sus manos el paquete que le habían dado hacía un momento. Todavía conservaba el calor de la hamburguesa recién sacada del horno. La panza le rugía sin piedad después de haber cruzado Zona Norte de punta a punta en transporte público. «¡Con queso!». Abrió la bolsa y la cara se le iluminó. Un sándwich de hamburguesa con doble queso. Al menos ese día no sería tan triste.

La crisis pegaba fuerte desde hacía un año y la imagen de tantos niños revolviendo un tacho de basura en busca de alimentos clamaba al cielo. El crecimiento exponencial de la desocupación y el dramático deterioro de las condiciones de vida habían plagado de villas el conurbano bonaerense y arrojado familias enteras a la calle. Ante tanta injusticia, hubo quienes no sólo se conmovieron, sino que actuaron en consecuencia.

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Los primeros pasos
Esta historia comenzó un domingo cuando dos chicos tocaron el timbre de la casa de Susi Benedit para pedir comida. Venían, seguramente, de acompañar a su mamá que, como muchas otras mujeres, recorrían cada semana los barrios de Núñez, Coghlan y Colegiales en busca de alimentos para sus familias, las más afectadas durante la recesión. Ese día en lo de Susi habían almorzado ravioles y pudo ofrecerle un plato a cada uno. Los chicos se fueron contentos y agradecidos, pero Susi sabía: iban a volver.

Y así fue. Los domingos siguientes se agruparon varios más en la vereda de su casa y, junto a familiares y amigos, decidieron preparar sándwiches para que ninguno se quedara sin el almuerzo. A partir de ahí, también sumaron bolsas de alimentos que se entregaban a cada madre gracias a las donaciones que habían conseguido de varias empresas. Así, cada familia tenía un consumo asegurado para el resto de la semana.

En cada caja, las familias recibían cuatro litros de leche, dos kilos de azúcar, una caja de sobrecitos de mate cocido y sándwiches de hamburguesa con queso, según la cantidad de miembros. También se donaban ropa y productos de limpieza que la gente traía de manera voluntaria. La reconocida marca Paty aportaba las trescientas cincuenta hamburguesas que Susi, durante cuatro años, preparó en el horno de su casa para las cincuenta familias y sus trescientos chicos. El gobierno italiano, a través de su cancillería, abasteció con cuatrocientos kilos de puré listo, y un colegio de la zona brindó tiempo y leche larga vida para sustentar este proyecto naciente. También, el Ministerio de Bienestar Social estuvo atento a sus necesidades.

La ayuda prestada durante esos primeros años también se vio plasmada en setenta pares de zapatillas donadas por un joven que supo de la actividad de Susi, además de un consultorio de psicólogos en la calle Arribeños que prestaron para que los chicos aguardaran allí sus alimentos cada domingo. Y un Día del Niño a puro festejo fue la excusa perfecta para dar a esos chicos más que comida.

Una ayuda concreta
Que las mujeres se reincorporaran a trabajar en casas de familia les dio la pauta de que la situación económica estaba un poco mejor y que era hora de pensar cómo ofrecer una nueva fuente de trabajo para que esta gente ya no dependiera pura y exclusivamente de las bolsas de alimentos. Necesitaban idear un proyecto que, además de ser un aporte económico, les devolviera las ganas de progresar.

Un día de camino al médico, Susi pasó por una librería y aprovechó para preguntar si tenían el libro del Padre Pepe, Pepe el cura de la villa, ya que lo estaba buscando hacía un tiempo. Al entregárselo, la vendedora que la atendió le contó que era un libro muy recomendado y que una amiga suya, fanática de las causas ecológicas, al leerlo se entusiasmó tanto que comenzó a enseñar el o cio que dictaba el libro en lugares vulnerables. El libro enseñaba cómo hacer bolsas recicladas.

Emocionada, Susi decidió que ése era el camino a seguir para todas las mujeres que necesitaban ayuda. Se lo comentó a su hermana, Male, y ella, que se daba maña con las manualidades, se propuso ir a aprender el arte de las bolsas. Allí, contó que querían poner en marcha un emprendimiento igual para madres en situación de vulnerabilidad. Desde ese día, comenzaron las clases para ellas en el consultorio de Arribeños.

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Al principio costó que las bolsas quedaran lindas y funcionales. El pegamento fue un dolor de cabeza hasta que lograron dar en la tecla con el indicado. La jornada laboral en los talleres demandaba un esfuerzo y un ritmo de trabajo al que muchas mujeres no estaban acostumbradas. Venían de haber sufrido años de muchas miserias y penurias, y costaba volver a la constancia diaria para soñar con un futuro mejor. Por eso, muchas señoras no lograron apropiarse de este proyecto y terminaron abandonando. Pero otras tantas sí se engancharon. Los talleres les devolvieron la dignidad que habían perdido hacía mucho tiempo.

Por cada bolsa, sin importar el tamaño, ganan $3,50. Entre doce y quince familias se alternan para hacer bolsas en Pacheco y algunas más en Maquinista Savio. Hoy en día , Susi cuenta con supervisoras en ambos talleres, que coordinan la producción, y ella quedó a cargo de buscar las bolsas terminadas y repartirlas entre los clientes.

También empresas como Mary Kay, Natura, imprenta Mundial, Temaikèn, Revistas Aventura y Vinicius, entre otras, ofrecen las sobras de sus revistas y folletos para que en los talleres se reciclen y las utilicen para hacer sus propias bolsas corporativas. El ciclo es perfecto. Las madres tienen trabajo, las empresas logran reciclar el excedente y obtener bolsas de muy buena calidad.

Revista Tigris dió su sí
Actualmente, el emprendimiento necesita de donaciones de más papel para que la producción no se corte y, así, poder dar trabajo a más mujeres. Revista Tigris se suma donando todos los pliegos que no salen bien impresos o están en mal estado. Desde Mundial también se donan los desperdicios de las revistas Barzón y Más con el mismo objetivo: que lo que iba a ser basura se convierta en algo mucho más valioso. “Las eco bolsas tienen un doble propósito, por un lado dar de comer a muchas familias que no tienen otro sustento económico y, por otro, extender la vida útil del papel reutilizándolo”, concluye Susi.

Susi Benedit, vocación de amor
Susi tiene ochenta años, la energía y el empuje de por lo menos dos décadas menos, y un corazón abarrotado de generosidad que supo acoger a tantas familias con hambre. Desde hace más de quince años que trata de sacar una sonrisa donde sólo hay amargura y desolación, tristeza y desesperanza. Hoy en día, Susi también se ocupa de su cuñado, enfermo terminal desde el año pasado. Sabe que desde el Cielo la llevan de la mano porque cada vez que tocó una puerta, obtuvo una respuesta desprendida. Jamás faltaron recursos para llevar alivio y alegría en un contexto tan adverso. Dios escribe recto sobre renglones torcidos y Susi supo leerlo. Sin duda, una bendición.

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Más información:
Para donar papel o ayudar de cualquier otra forma con las Eco bolsas comunicarse con Susi Benedit.
(15) 3139-0903
ecobolsasdelosdomingos@gmail.com
susibenedit@fibertel.com.ar

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