Strand es una de las librerías a las que regreso una y otra vez. Me encanta recorrerla con tiempo y caminando entre sus mesas siempre me maravillo con algo. Se encuentra cerca de Union Square, en la esquina de 12th Street y Broadway. Su cartel colorado junto a la frase 18 millas de libros es un icono en esta ciudad.
Desde 1927 se mantiene en pie, sin que el gigante de Barnes and Noble le haga sombra. Libros recién editados, best sellers, perlitas difíciles de encontrar, guías de viajes y una variedad inmensa de libros usados son vendidos en esta librería en la que además encontrarás cuadernos, tazas, remeras, bolsos, cuadros y tarjetas, entre tantas otras cosas.
Strand es la librería a la que el neoyorquino va con tiempo, dispuesto a perderse entre letras. Aquí me encuentro hoy, buscando un diccionario italiano mientras planeo mi próximo viaje a esa tierra.
Los italianos le dan muchísima importancia a su propia lengua y no son tantos los que hablan inglés. En el aeropuerto internacional de Roma, lugar al que llegan miles de turistas, las guías de viaje en venta están escritas en su idioma. Volver a Italia con un diccionario debidamente estudiado fue la promesa que me hice el día que dejé aquel país tan lleno de amor, aceite de oliva y bruschettas. Una no se olvida de Italia porque es imposible no recordar a su gente. Enamorados de los placeres simples, demostrativos, sensibles, los italianos son intensos. Ellos se paran frente a la vida de la misma forma que lo hacen frente a un plato de pastas degustando aquello que se les presenta con todos los sentidos.
Viajé por Cerdeña, por Roma, por La Toscana, siempre alojada en casa de extraños a quienes hoy conservo como amigos. Couchsurfing es una plataforma de viajeros dedicada a hospedar gratuitamente a otros con el único objetivo del intercambio cultural. Gracias a este sitio mis días estuvieron coloreados con aquellas cosas que solo se conocen de la mano de un italiano.
Frente a La Fontana di Trevi, la fuente más famosa de Roma, miraba la enorme cantidad de gente buscando en sus bolsillos algunas monedas. Lanzar de espaldas la primera asegura el volver a Roma, una segunda el enamorarse de un italiano y la tercera el casamiento.
El promedio diario son 3000 euros y se recolectan para el trabajo de Cáritas.
Si como yo, delante de la misma, intentaste calcular cuánto habría en el fondo y cuantos días europeos de dolce vita vivirías con tantas monedas, tendrías que conocer la historia de Roberto Cercelletta, conocido como D’Artagnan. Desempleado y sin casa pasó días observando esta costumbre, contando manos que agitándose en el aire lanzaban esperanzas de sueños por cumplirse. Uno, due, tre, novanta, trecento… Unas hojas y una birome tomadas prestadas de una trattoría le sirvieron para poder ir haciendo el cálculo más fácilmente. Los números reflejados después de largas horas mostraban la solución a sus problemas. Así fue que decidió invertir lo que tenía en un par de botas de lluvia con las que de madrugada, frente a la mirada de Neptuno, se metía dentro de la fuente a recolectar monedas. Al no existir una ley que impidiera esto, Roberto pasó 34 años juntando monedas todas las noches. Dicen que en días ambiciosos llegaba a recaudar unos 1000 euros que compartía con otros en su misma situación.
D’ Artagnan fue famoso entre los turistas, algunos de los cuales también lo acusaban de que sus deseos no se cumplirían y hasta con los carabinieri que lo miraban perplejos sin saber si ésto era un delito o una gracia. Después de tres décadas, gracias a una nueva ley que impide meterse en las fuentes, Roberto volvió a quedarse sin trabajo.
El famoso ladrón de monedas murió hace poco. Dicen que durante los últimos años fue ayudado por los mismos carabinieri que durante tanto tiempo lo habían admirado en silencio.
Dos años después de lanzar mi moneda, junto a este diccionario creo que volveré a Roma.
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Vicky,
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