Un par de alforjas, cuatro caballos y dos audaces: Agustín y Sebastián. Cumplieron el viejo anhelo de hacer una larga cabalgata juntos. Después de leer su libro, nos encontramos con ellos y, mate de por medio, nos hundimos una vez más en esta lindísima aventura.
Texto: Lucila Jordán
«Ya estoy en la mitad de esta carretera, tantas encrucijadas quedan detrás (…). Lo que tenga que ser, que sea…», dice una canción de Jorge Drexler. Y así tuvo que ser para Agustín Mayer y Sebastián Perkins, dos amigos entrañables a quienes, un día, la vida los sorprendió no en la mitad, sino al borde de más de una carretera, pero a caballo, ligeros de equipaje, y cumpliendo el sueño de aquellos niños que un día fueron. Emprendieron una cabalgata desde Buenos Aires hasta Bariloche.
Mucho más que un viaje a caballo
Atrás quedaban las encrucijadas de cada uno. Había llegado el momento de ensillar y de emprender el viaje. La hoja de ruta trazada por ellos mismos marcaba un camino claro: desde Buenos Aires hasta Bariloche. Pero existía también una ruta invisible, imposible de dibujar. Una travesía hacia lo profundo de cada uno, y otra hacia atrás, hacia su infancia, que los llamaba a reencontrarse con aquellos niños que fueron y que se criaron entre recados y madrugones, entre mateadas y eucaliptos.
Quizá sin pensarlo demasiado, pero con la certeza de querer desviarse por un rato del camino trazado hasta el momento es que Agus le propuso a su gran amigo emprender esta larga cabalgata juntos. Y Sebas no lo dudó.
Una experiencia que, diría Drexler una vez más, “tuvo que ser” contada y compartida en un libro escrito por Agustín. Los que tuvimos la oportunidad de sumergirnos en las páginas de El sol no te espera experimentamos por un rato eso de reencontrarnos con nosotros mismos, con los sueños quizá postergados, con el niño que fuimos -tal vez olvidado-, y por qué no también, con esa voz interior que cada tanto nos dice que tal vez el destino que en verdad buscamos queda para el otro lado.
Antes de ensillar
Empezaba un viaje que requería de por sí un gran trabajo previo. Trazar el recorrido marcando los puntos clave. Conseguir cuatro caballos criollos (por su comprobada resistencia). Empacar lo estrictamente necesario: linterna, garrafa, botiquín, cámara de fotos, bolsas de dormir, algún libro, cuaderno de viaje y muy poca ropa. Hacer correr la voz entre sus conocidos, ya que durante el trayecto sería vital -tanto para ellos como para los caballos- contar con la hospitalidad de la gente.
Fue entonces que decidieron ponerle título a este proyecto: 4HP, por Cuatro Horse Power, que en español significa “cuatro caballos de fuerza”. Con esta denominación hacían referencia al empuje y la potencia con que estaban encarando el viaje. Cabe aclarar que Agus acababa de renunciar a su puesto en una empresa automotriz, y que el apellido de Sebas -Perkins- coincide con el nombre de un conocido motor. Nada estaba librado al azar, o al menos no hasta ese momento…
Y para dar a conocer el proyecto, además, crearon una página en Facebook bajo ese título y grabaron un video contando el recorrido. A medida que corría la noticia, los sorprendía más y más el interés de mucha gente por colaborar con la causa.
“El ofrecer no empobrece…”
…Dice un viejo refrán campechano, que más de uno parece poner en práctica. A lo largo de la travesía, cientos de personas que no conocían, les ofrecieron hospedaje, algo de comer o agua fresca para los seis (hombres y animales, si es preciso aclarar), y ni hablar de la ayuda que recibieron de sus familias y amigos. Dondequiera que se encontraran, siempre había un buen samaritano esperándolos o socorriéndolos. La solidaridad a cada tranco los sorprendía. Los reconfortaba la esperanza que algunas veces flaqueaba; cuando se perdían en el camino o el ocaso los alcanzaba sin encontrar un refugio para descansar; cuando el calor agobiante de la Pampa húmeda llegaba a quemar sus pupilas, o una tormenta eléctrica los descubría en medio de la nada, asustando a los caballos a la vez que empapaba las alforjas que, aunque ligeras, guardaban lo necesario.
“Los hermanos sean unidos…”
Ya lo escribió José Hernández en Martín Fierro, y este par de gauchos lo tomó en serio. Su amistad, cultivada durante años, hizo posible que lo invisible del viaje fuera un éxito. Se conocen como hermanos y por eso sabían cuándo era mejor callar y cuándo una palabra de aliento podía alivianar la carga del otro. A veces, el silencio era su mejor aliado, y otras, el canto a grito pelado en el medio de la nada. Si era necesario, en presencia de un tercero, recurrían a las miradas. Generosidad y respeto mutuo, tan unidos a cada uno, como sus aperos.
Sería injusto omitir a El Capitán, El Vueltero, El Buzo Táctico y El Sabandija, sus caballos, imprescindibles “compañeros fieles y cariñosos”, como los llama Agus. Con sus corcoveos, de un cimbronazo, o renegándose nomás, hacían entender a sus jinetes que necesitaban una tregua. Ellos también son protagonistas de esta historia.
Las herraduras dejan huella
No sólo en cada pisada de la larga cabalgata quedarán huellas, sino también en el recuerdo de cada encuentro, de un mate ofrecido, un enorme potrero, un árbol donde descansar. En esa bebida helada tan merecida, en un bicho recién carneado para ser agasajados o en la iglesia, la pulpería o la plaza de un pueblo perdido. En el rocío de cada amanecer, el olor a lluvia y el apretón de manos de un desconocido. En la inexplicable sensación de estar montando un caballo un martes cualquiera, sin tanta prisa, más que la que el sol les exigía.
Y quedarán grabados también, en quien quiera adentrarse en esta historia, algunas preguntas o inquietudes, y quizá, al llegar al final, sean algunos más los que se animen a dar rienda suelta a ese sueño postergado, a esa vocación rezagada, o a ese viaje interior que cada tanto, todos “precisamos”. Quizá, sólo quizá, para algunos, haya llegado el momento de ensillar… Vamos, que está clareando, “el sol empieza a asomar por el horizonte, y no te espera”…
Más información:
El libro se puede conseguir en Galerna Libros y en Notanpuan (Boutique del Libro de San Isidro).