Entrenamiento constante, control del miedo y, sobre todo, una enorme vocación de servicio. Éstas son algunas de las cualidades propias de un guardavidas. En el mes en que los agasajamos por su gran trabajo, te contamos varios testimonios de estos valientes rescatistas.
El guardavidas del Sur
Martín Mateos tiene veintiocho años y hace siete que se recibió de guardavidas, después de haber estudiado en la Cruz Roja Argentina. Empezó a trabajar en Playa Unión, en Chubut, cerca de su Trelew natal y ésta es la tercera temporada que cumple la arriesgada pero imprescindible tarea de cuidar a los bañistas de estas playas amplias y agrestes en la costa patagónica.
A sólo seis kilómetros de la ciudad de Rawson, el poder de las olas de esta playa hizo que más de uno se aficionara al surf, como Martín, que en sus ratos libres le gusta lanzarse al potente vaivén del mar. Gracias a este deporte, recorre varias playas durante todo el año. Una vez, estando con amigos en Mar del Plata, tuvo que rescatar a un principiante que había entrado en pánico y, entre ola y ola, perdió el control de su tabla. Martín logró acercarse al lugar, subir al chico a su propia tabla y barrenar juntos hasta la costa. Un susto que puso a prueba su destreza y reafirmó la elección de su profesión. “Una de las cosas que más disfruto es estar al servicio de los demás y poder ayudar en este tipo de situaciones”, nos comenta este guardavidas que asegura que es feliz teniendo su oficina en la playa.
Con un proyecto de viajar a Australia para perfeccionarse, Martín prepara sus valijas con la idea de aprender más sobre la teoría del salvamento para poder aplicarla luego en España, donde se ilusiona con hacer una temporada de verano.
Triple rescate
Carolina Uriarte hace cinco años que es guardavidas. Es oriunda de Tandil, estudió en Mar del Plata y trabaja en las playas de Monte Hermoso, el balneario cerca de Bahía Blanca. Hace un par de años hizo una temporada en las paradisíacas playas de Mallorca, en España, donde adquirió mucha experiencia y, además, logró lo que todo amante del mar se propone: dos veranos en un año.
Este año fue protagonista de un rescate que fue difundido por varios medios de comunicación. Tres personas quedaron atrapadas en una corriente de retorno, un flujo de agua que retrocede desde la costa hacia el mar y genera un remolino. Gracias a la rápida reacción de todo el equipo, lograron sacarlas de un mar tan agitado. “La clave es la tranquilidad para poder transmitir seguridad a los afectados”, dice esta guardavidas que, fuera de temporada, es kinesióloga.
Una vida apasionada: una vida de servicio
Cuando se cumplen veinte años trabajando en la playa, más que un servicio, la profesión se convierte en una pasión. ¡Y qué importante que así sea! Santiago Ranea, Tati, como le gusta que lo llamen, tiene cuarenta y un años y, después de haber trabajado nueve en Miramar, hoy hace once que se desempeña en el parador que el Mar del Plata Golf Club tiene en Playa Grande, la más céntrica de esta ciudad balnearia.
Estas dos playas, bien diferentes, lo pusieron a prueba desde el principio. La primera, con características de mar abierto y más despoblada, donde el rol de la prevención cumple un papel muy importante. En la segunda, la playa más popular del país, se trabaja de lleno con casos de peligro real muy concretos y, si bien la prevención siempre está presente, acá las tareas de rescate son más frecuentes y el guardavidas tiene una misión más activa que pasiva.
“Mi mayor logro es percibir la gratitud de la gente después de cada rescate”, sintetiza Santiago y asegura que ante una emergencia es sustancial transmitir confianza y proceder con tranquilidad.
Comprometido con su profesión
La adrenalina que para muchos se traduce en miedo paralizante es lo que impulsa a Álvaro Morena a actuar con inmediatez y profesionalismo. Desde el año 2008 que es guardavidas y desde entonces trabajó en muchas piletas de clubes privados y parques municipales. “Cuando tuve la oportunidad de disfrutar de mi profesión en el mar, sentí cómo esa inmensidad tan imponente te llena el alma y te compromete con cada persona que pisa tu playa”, nos cuenta y se nota que en cada rescate renueva su compromiso con este deber del que está tan orgulloso.
Una de las experiencias más dramáticas con las que se enfrentó fue la reanimación de dos paros cardio-respiratorios, uno en la calle y otro en su lugar de trabajo. Maniobras de RCP (reanimación cardiopulmonar), desfibriladores y sobre todo mucha calma para obrar con inteligencia y rapidez fueron las pautas a seguir para que el procedimiento sea exitoso. “En estos casos, no hay lugar para el miedo, aflora un estado de frialdad que es lo que me permite focalizar en mi tarea”, concluye Álvaro, que hoy en día trabaja en una pileta todo el año.
Nadar y viajar
Fiorella Crotti es una de las tantas guardavidas que dividen su año en temporadas. De diciembre a abril en la Argentina, y de fines de mayo a mediados de septiembre en España. El tiempo que sobra entre esos períodos lo usa para viajar, su segunda pasión después de la natación.
En el año 2015, Fiorella tuvo uno de los mayores retos de su vida. Formando parte de la ONG Proactiva, tuvo la enorme tarea de rescatar refugiados en la isla griega de Lesbos. Con el drama migratorio que sacude a Europa en pleno auge, fue preparada para esta gigantesca responsabilidad: ser la primera cara amigable ante tanta gente que llegaba desesperada en busca de una mejor vida. En este contexto, tan diferente a la playa, donde la gente está relajada y disfrutando de las vacaciones, los rescatistas son verdaderos héroes.
Rescate entre hermanos
Hace siete temporadas que Franco Ollearo trabaja en las playas de Monte Hermoso. Comparte puesto con su hermano Federico y admite que su profesión puede generar un poco de fanatismo e incluso fuera de temporada está atento para ayudar en cualquier ocasión. “No existe el miedo en un rescate, sólo una impresionante adrenalina que deja de lado el frío, el cansancio y los nervios”, nos cuenta este guardavidas que, durante el invierno, tiene un gimnasio en Bahía Blanca, donde da clases de crossfit y entrenamiento funcional.
El gran rescate del que fue protagonista hace un tiempo fue uno de sus mayores aprendizajes. De un segundo a otro, un canal perpendicular a la costa arrastró para adentro a una chica de nueve años y a su papá. En medio de la agitación de un mar peligroso, lograron llegar a tiempo y llevarlos a la orilla sanos y salvos, con la felicidad y la gratitud que eso supone. Un episodio que seguramente será el primero de muchos, donde el aprendizaje es enorme.
Texto: María Ducós