En Manhattan, la mayoría de los museos se encuentra concentrada a lo largo de la 5ta Avenida, entre las calles 82 y 105. En este tramo denominado La milla de los museos, se realiza un festival de entrada gratuita en junio. Después de recorrerlo por completo con Martín, un amigo, decidimos entrar a uno de mis museos preferidos: el famoso Metropolitan Museum of Art, el museo más grande de Estados Unidos.
El Met, como se lo llama, fue creado en 1870 y la enorme cantidad de obras resguardadas lo convierte en uno de los más completos del mundo. En una de sus tantísimas áreas, caminando entre cuadros, Martín y yo nos dedicamos a observar a quienes, frente a las obras, parecían ser expertos críticos de arte. Parados frente a un cuadro se acercaban, se alejaban un par de pasos, inclinaban sus cabezas hacia un lado, después hacia el otro y comentaban entre sí lo que nos era imposible escuchar. Martín se preguntó si entenderían realmente lo que el artista quiso expresar, si sabrían tanto más que nosotros.
Fue entonces que me acordé de una anécdota y le pedí que me acompañara al sector de arte moderno. Necesitaba mostrarle un cuadro de Amadeo Modigliani. Las obras de este pintor y escultor toscano, cuyas particularidades fueron siempre los retratos de mujeres con cuellos largos y ojos almendrados, guardan una historia que no muchos conocen, justamente, sobre la crítica del arte y sus especialistas.
Modi, como lo apodaban, tan bohemio como rebelde, nació en Livorno en el año 1884.
Al cumplirse los 100 años de su nacimiento se organizó en su ciudad natal una muestra con sus obras y, para darle prensa, las autoridades del Museo de Arte Moderno decidieron que la leyenda acerca de que había arrojado a un canal algunas de sus esculturas merecía ser tomada en cuenta. Fue así que la ciudad de Livorno financió el capricho de recuperar dichas obras. Las cámaras de televisión siguieron el trabajo diario de la maquinaria utilizada y después de una semana apareció la escultura de una cabeza. Los críticos mas prestigiosos de Italia, junto a algunos historiadores, confirmaron, después de evaluar la obra, que aquella era La Testa di Modi. Livorno estaba de fiesta.
Cuando el hallazgo fue noticia mundial, tres jóvenes estudiantes decidieron que era momento de contar la verdad. En un programa de televisión, contaron cómo se les había ocurrido burlarse de la objetividad de los críticos y, para que no quedaran dudas, con una herramienta Black & Decker trabajaron sobre una nueva piedra logrando la misma obra. Fue un papelón que no termino ahí, ya que unos días más tarde se encontró otra escultura. Otra vez, se aseguró ante el público que ésta sí era La Testa di Modi y entonces apareció un cuarto artista. Las esculturas se escondieron.
Se dice que algunos de los críticos se quedaron sin voz y que hay quienes no volvieron a presentarse frente a sus alumnos. Hubo quienes le adjudicaron toda esta burla al mismísimo Modigliani, ya que su personalidad tan particular lo habría llevado a hacer algo semejante. En La Toscana, lo sucedido se conoce como “la burla di Modigliani”.
Yo dudo que haya sido él. De lo que estoy segura es de que Modi, en algún lugar, se puso a bailar riendo junto a una botella de Chianti.
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Vicky,
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