Texto: Rosario Lanusse – @rochilanu
La escuela no se negocia
Las escuelas están cerradas. Las aulas, vacías; y los recreos, sin alumnos. Equipos de directores y docentes tuvieron que adaptar sus programas de un día para el otro, y poner su energía y sus recursos al servicio de la virtualidad. Porque la educación no se negocia, porque en este caso no hay cuarentena que valga. Padres y madres que, aún trabajando desde casa (y en la casa), pasaron a ser maestros y profesores. Una situación que nadie vio venir, pero que nos golpeó en la cara y nos obligó a todos a aprender mucho más allá de los contenidos pedagógicos reunidos en un programa.
Este virus nos puso a prueba, sin distinción y de igual forma, a los colegios y a las familias. Que en el fondo de la cuestión la familia es siempre la primera educadora quedó en evidencia. Que las instituciones que ya estaban trabajando con plataformas online y cuyos alumnos tienen mayores posibilidades de conexión están un paso adelante, o dos, o tres; también. Porque que la escuela dependa de una banda ancha, de un paquete de datos, o de un dispositivo electrónico deja en desventaja a los más vulnerables. Como siempre, y desde siempre. Esta pandemia nos jugó una mala pasada y puso en jaque, sobre todo, el sentido amplio de la palabra “escuela”. Ese que significa lugar de encuentro, de contención y de conexión. Ese donde se aprende a escribir, pero donde también se aprende a ser. Donde muchos chicos son cuidados y alimentados mientras sus padres trabajan. Y donde reciben las herramientas para convertirse en personas capaces para lograr un cambio en su vida.
En primera persona
En este contexto -y más que nunca- padres, madres y educadores estamos haciendo camino al andar. Y quisimos conocer la otra cara de la moneda, esa que involucra a quienes están trabajando mucho más que antes (y que también tienen familia e hijos de quien ocuparse) para llevar la educación a casa. Reunimos en una mesa a través de la pantalla a ocho directores de colegios y escuelas públicas. Para conocer su postura, su forma de trabajar y sus planes de contingencia. Fue una reunión cargada de lecciones, supimos de sus metodologías y, entendimos sobre todo, lo que implica ser la punta de un engranaje que involucra mucha gente: docentes, administrativos, empleados de maestranza, alumnos y familias. Una punta donde todos tenemos tanto puesto. En ellos descansa lo más importante que los seres humanos tenemos: nuestros hijos. Testimonios fuertes y valiosos de personas que están haciendo historia. Veamos.
Del aula a la clase virtual
“Nadie lo pudo prever, ni a nivel educativo ni a nivel mundial. Si bien nos veníamos preparando hace bastante tiempo para el trabajo online, nadie imaginó una educación 100% virtual. Usamos las herramientas como soporte de la clase presencial. Y vamos aprendiendo día a día”, dijo Sergio Grimozzi, rompiendo el hielo de nuestro encuentro vía meet. Director Académico del Colegio Michael Ham, lidera un equipo de más de trescientos docentes y mil ochocientos alumnos, entre ambas sedes. Y agregó que como colegio están viviendo este tiempo como un aprendizaje para todos. “Para los alumnos es un gran crecimiento en autonomía; y para los docentes y directivos, el uso de la tecnología supone un gran avance. Ahora estamos todos entrenados para grabar una clase, planificarla online. En el supuesto caso de tener que ausentarse el profesor en el futuro, esa clase no tiene por qué ser una clase perdida. Lo mismo para el alumno que faltó”. Es que el virus tiene mucho de aprendizaje. Y descubrirlo es un gran paso a favor.
“Nadie se imaginó semejante situación. Estamos frente a una nueva forma de educar, donde nuestro liderazgo se vio probado”, sostuvo por su parte Alberto Olivero, Director del colegio Newman, al que asisten más de mil alumnos varones y en el que trabajan ciento cuarenta docentes, y ochenta personas en cargos no docentes. Liderazgo en el sentido amplio de la palabra, del colegio como institución, de él como director, de los docentes como maestros y de los padres como cabeza de familia. “Todos tuvimos que adaptarnos. Fue como hacer un máster en liderazgo”. Seguramente un máster con materias de humildad y una gran cuota de flexibilidad. “Porque hubo que adaptar ideas, programas y, sobre todo, profesores de personalidad más rígida que tuvieron que salirse de sus planificaciones”. Una enseñanza que traspasa lo que ellos le están transmitiendo a sus alumnos, y que obliga a los adultos a salirnos de una estructura que, sin duda, nos ordena y nos hace la vida más fácil.
La riqueza sin aula
Máximo Gulland, Rector del San Juan el Precursor, por su parte se refirió a que más allá de que como institución estaban preparados, y de que venían trabajando con Google Classroom desde antes de la cuarentena, “aquí lo más difícil es cambiar las prácticas. Es encontrar en la virtualidad la riqueza de las aulas reales”. A su colegio concurren más de ochocientos alumnos varones, y allí trabajan ciento cuarenta docentes. Su testimonio, al igual que el del resto de sus colegas, estuvo teñido de una gran empatía sobre lo que esta situación implica para cada hogar de manera particular. “El 65% de nuestros alumnos comparten el dispositivo con el que se conectan con otros miembros de su familia, por eso es fundamental que seamos flexibles y que adaptemos el trabajo que sugerimos con lo que ocurre en cada una de las casas”, afirmó. “Nunca tuvimos un desafío tan macro. Pero hablo de un desafío que va más allá de los colegios, ese que nos toca a los adultos. Porque los colegios y los alumnos son más flexibles y tienen, por naturaleza, una capacidad mayor de generar cambios y de acomodarse a ellos. Somos los adultos los que tenemos que hacer un esfuerzo mayor”.
Para Rosario Salerno, Directora del nivel primario del colegio El Buen Ayre, “el invierno llegó antes de lo previsto”. Desde febrero venían pensando en una planificación online para los meses de más frío, y en marzo adelantaron esa agenda para adaptarse al contexto de la pandemia. A su colegio concurren más de mil alumnas mujeres, y un equipo de ciento cuarenta docentes. “Toda la situación es un gran aprendizaje. Y entendimos que debíamos movernos despacio y enseñar, primero, a las familias y a las chicas a usar las herramientas”, sostuvo. Y remarcó que en esta situación lo fundamental es el bienestar emocional de las alumnas y de sus familias. “Si con el exceso de exigencias por parte de los colegios ponemos en jaque la convivencia familiar, el bloqueo emocional del alumno va a ser tan grande que no va a poder aprender nada. Por eso somos flexibles. Y sabemos que esto es una carga para los padres que también están trabajando. Se hace lo que se puede. Y lo que no, se deja de lado. Aquí priorizamos el vínculo”, remató.
“Falta el contacto humano y eso se siente. La escuela es irreemplazable. El mirarse cara a cara, el enriquecerse con las preguntas del otro y sociabilizar. Todas estas cosas no se logran virtualmente…”, empezó Pili Carli, Directora General del Colegio Santa Inés, al que concurren más de ochocientas alumnas mujeres. “Aunque reconozco que esta es una oportunidad para crecer todos a la fuerza. Estamos aprendiendo sobre empatía, sobre el uso de la tecnología; y, sobre todo, aprendiendo a enfocarnos en lo verdaderamente importante”. Y agregó que, al igual que el resto de los colegios, usan las plataformas habituales para dictar clases virtuales, pero que además están usando el canal de YouTube para hacer encuentros más espirituales, y para que los docentes trabajen desde lo emocional.
Una conexión vulnerable
Cuando los recursos son limitados, por no decir ausentes; y cuando la escuela es más que cuatro paredes, donde no sólo se viene a aprender a leer y a escribir; cuando la escuela es espacio comunitario, es comedor para sus alumnos, es refugio y es soporte, la situación se complica. Y la brecha se hace aún más profunda. Porque en estos casos ya no se habla de plataformas, ni de clases virtuales; ya no importan los contenidos; aquí se habla de mantener el calor del patio y del espacio de contención, se habla de permanecer conectados y de estar presentes, aún cuando hay un virus de por medio que nos separa.
“Esta es una situación inédita, surrealista. Y me cuesta verla como una oportunidad educativa. Porque la posibilidad de virtualidad es diferente, o casi nula”, comienza pausadamente Roxana Salazar, Directora de secundaria del Colegio Domingo Savio de la Cava, al que asisten más de mil ochocientos alumnos en sus tres niveles. Aquí cerca de mil trecientos chicos reciben tres comidas diarias. Entonces el uso de las redes para mantener los contenidos pedagógicos es tan sólo una parte ínfima de una realidad mucho más compleja. Para mantenerse conectados, y enviar videos y contenidos, todo el equipo docente se puso a disposición del colegio. Abrieron una cuenta de Facebook para jardín y primaria, y una de Instagram para secundaria. “Cada maestra armó grupos de Whattsapp con su número personal para enviar tareas, videos y para estar allí para sus alumnos”, explicó. “Y como usamos herramientas de medición para ver quienes no pudieron acceder a las tareas, imprimimos cuadernillos para aquellos que no tienen ningún tipo de conectividad. Y un grupo de docentes voluntarios salieron a repartirlos”, agregó.
“Esta realidad que nos toca atravesar nos obliga a todos, sin importar nuestro lugar socio económico, a pensar donde está parada hoy la escuela y hacia donde va. Esta urgencia nos pone a todos un lugar complejo de incertidumbre, donde deberíamos haber estado bastante tiempo atrás. Creo que esto nos obliga a no buscar tantas respuestas y a hacernos, por el contrario, mejores preguntas sobre la educación”, concluye emocionada.
Desafío futuro
“Nuestro mayor desafío no se presenta ahora, porque nuestros alumnos tienen poca conectividad, por no decir casi nada. El desafío será posterior cuando, dentro de un tiempo, nos encontremos con los conflictos familiares que traen de sus casas”, dice Diego Acosta, Director del San Pedro Claver, un colegio parroquial ubicado en Ricardo Rojas, en Tigre, que tiene más de mil alumnos secundarios. En una zona de escasos recursos y muy vulnerable, el San Pedro es un espacio de contención, de formación en valores, y una oportunidad para que los chicos reciban una educación digna que les permita vivir un mejor futuro. Cuando le tocó el turno de hablar, Diego se mostró agradecido de formar parte de esta mesa, muy abierto a aprender e imitar algunas prácticas que siente que pueden ayudarlo en su tarea de dirigir. “Vamos aprendiendo cada día. La primera semana mandamos mucha tarea, todo por whattsapp y en formato video. Pero los videos consumen datos. Son muy pesados, y el 90% de nuestros alumnos no tiene acceso a una red de Wifi. Ellos usan la plaza o el colegio para conectarse. Sus padres cobran cuando trabajan, asi que es todo muy complejo porque hoy no están trabajando. Nos dimos cuenta de que solamente podemos enviar textos para que no les cueste toda su posibilidad de conectividad”, cuenta.
“Todo indica que esto continuará como hasta ahora hasta después de Semana Santa, y eso para nosotros significa que la brecha se profundiza”. Una realidad que mantiene activo a Diego y que lo lleva a que todas las familias de su comunidad reciban un mensaje esperanzador de que aquí lo prioritario es lo emocional, y que los padres puedan comprender y acompañar a sus hijos. “Desde el colegio seguimos entregando bolsas de comida y pusimos a disposición nuestras direcciones de email y nuestros teléfonos para que los chicos sepan donde encontrarnos”. Que nadie se sienta solo es parte de la cuestión.
Valorar la escuela y sostenerla
Hace unos días la Hermana Montserrat del Pozo dijo al respecto que en esta situación no hay receta que valga, “que cada uno conoce su horno y que acá se nos está quemando la comida”. De esto vamos a aprender todos. De esto deberemos actuar en consecuencia. Tal como expresó Olivero, esta es una gran oportunidad para transmitir a los padres, y a la sociedad entera que más que nunca debemos valorar la educación y la escuela. “Es un momento para tenernos paciencia, y para cuidar la convivencia en casa”. A lo que los demás asintieron y concordaron que la prioridad es en este momento lo emocional. Que, sobre todo, en los barrios de menos recursos, los chicos no solamente están compartiendo el dispositivo electrónico; que comparten también la mesa, la cama, el cuarto y el plato de comida.
El gran desafío es tratar de mantener el vínculo, el calor del patio o el bullicio de los recreos. Nada reemplaza la mirada de un alumno, “por eso los directores nos paramos en la entrada cada mañana, para ver cómo llegan; y los despedimos por la tarde para ver cómo se van”, concluye Gulland. Llamar a los chicos por teléfono, preguntarles cómo están, usar las redes para generar “recreos” (y no sólo para compartir contenidos) y socializar; generar espacios para la oración y el encuentro personal, lograr que el colegio siga de alguna manera vivo en el espíritu de cada uno de estos chicos. Todas ideas que surgieron de este encuentro. Que la escuela no muera, que siga viva en casa, que los que puedan hagan el esfuerzo por conectarse; y que lo virtual no cambia a las personas. El desordenado e incumplidor, el pícaro, lo seguirá siendo. Y cada docente deberá aprender a lidiar con ellos con tranquilidad y de manera virtual también.
Hasta que nos volvamos a encontrar
Nada reemplazará jamás al encuentro presencial, el abrazo, el patio, los bancos codo a codo, las aulas llenas; ni los recreos de manchas, picados y rondas de mates. La exigencia pone en jaque la convivencia familiar, así que tengamos paciencia. Turnémonos en casa. Y dejémonos guiar en este momento delicado y extraordinario. Cada colegio y sus directivos está haciendo lo que puede. Confiemos en que su esfuerzo es mayúsculo y que saben lo que hacen. Hasta que nos volvamos a encontrar, usemos las redes a nuestro favor. Entendamos que, tal como citó Roxana, la escuela construye humanidad, todo lo demás es efímero. Es una gran responsabilidad sostenerla, ahora, y sobre todo cuando hayamos ganado la batalla. Mientras tanto, acompañemos y sostengamos a nuestros hijos, y ayudemos a hacerles ver que son ellos los únicos protagonistas de su aprendizaje (en la escuela y también fuera de ella). Si hay algo que jamás los perjudica es el amor y el cariño que reciben en casa. Para todo lo demás, si hace falta, habrá tiempo para ponernos al día.
Estuvieron en esta mesa:
- Sergio Grimozzi – Director Académico del Colegio Michael Ham – + 1800 alumnos – + 300 docentes.
- Alberto Olivero – Director del colegio Newman – 1000 alumnos – 140 docentes.
- Máximo Gulland – Rector del San Juan el Precursor – 800 alumnos – 140 docentes.
- Rosario Salerno – Directora del nivel primario del colegio El Buen Ayre – +1000 alumnas – 140 docentes.
- Pili Carli – Directora General del Colegio Santa Inés – 800 alumnas – 140 docentes.
- Roxana Salazar, Directora de secundaria del Colegio Domingo Savio de la Cava – + de 1800 alumnos – 107 docentes.
- Diego Acosta, Director del San Pedro Claver – + de 1000 alumnos – 120 docentes.
Excelente nota! Qué bien lograste transmitir lo que estamos viviendo todos: colegios y padres, padres y colegios y a los que nos toca ser los dos!!!!!!
Gracias!
Los felicito por la nota sobre la educación en cuarentena! Me impactaron los testimonios de los colegio más vulnerables, también veo muy positivo que recalquen que el primer educador es la familia!
Gracias Dolores!! Qué alegría que te haya gustado, es nuestro granito de arena en esta situación, saludos!
Gracias Miguel!! Fue la idea, reunir en una mesa a todas las voces, te mandamos un saludo!!
Lamento disentir, porque soy docente, aunque no ejerzo, sí enseñé idiomas a nivel privado muchos años y soy profesional universitaria. No creo que la ausencia del docente en el aula pueda suplirse. La enorme mayoría de los entrevistados son colegios privados, los recursos del Estado NO bastan para sostener este tipo de acción como en países escandinavos, por ejemplo, con un sistema educativo absolutamente distinto. Si desean conformarse con la idea de que lo aprendido virtualmente será valioso a futuro, pueden hacerlo. Pero el ya bajo nivel que las pruebas demostraron antes de la pandemia me permiten suponer que este año académico está perdido como basamento de la educación en todos sus niveles. Cuando pase la emergencia, a largo plazo, las carencias que quedaron saldrán a la luz. La virtualidad en la enseñanza no es fruto de salir del paso, es una larga tarea que requiere años de preparación y alto nivel básico del alumnado, que NO tenemos en Argentina en ninguno de los niveles, ni siquiera en el universitario. Amigas docentes están sufriendo las penas del infierno teniendo que cumplir este modo de enseñanza, y hablo de grandes docentes con preparación universitaria.
Hola Marta, coincidimos! Estamos convencidos de que no sólo no podemos suplir al docente, tampoco podemos suplir a la escuela en el sentido amplio de la palabra. Pero intentamos difundir la labor de tantos que, pese a las miles de trabas, están haciendo muchos esfuerzos para que la educación no se suspenda! Y para ellos, nuestro reconocimiento. Gracias por sumar tu comentario! Saludos.