Me gustan las historias; a veces siento que es lo que más me gusta en el mundo. Me encantan las que se leen o escuchan, pero las que se encuentran detrás de cada una de ellas es lo que más me fascina.
Texto: Victoria Portillo
En Nueva York, Barnes & Noble, Shakespeare & Co., P.S. Bookshop son algunas de las librerías más visitadas. Las novelas exhibidas en estantes con sus innumerables títulos muestran lo que se busca relatar, pero también guardan en su forma y en lo que se cuenta aquello que más me intriga, la historia personal del escritor.
Existen otros espacios en los que a mi encuentro con una historia y su autor se suman otros protagonistas. Estos lugares son las librerías de libros usados. En esta ciudad existen muchos de estos lugarcitos con olor a libro que siempre están a cargo de un apasionado por los mismos. Cada vez que voy de visita a lugares como Westsider Rare Books o Argosy, entre otros, al pasear mis dedos por las letras de alguna historia encuadernada, imagino a otras personas habiendo hecho lo mismo. Pierdo horas sintiéndome rodeada de miles de historias imaginadas. “¿Cuántas vidas habrá tocado esta historia?”, me pregunto siempre. Reconozco que me paso un rato largo buscando rastros de quien eligió el mismo título que yo, y al encontrar alguna anotación o frase subrayada se me ensancha el alma.
Hoy regresé a buscar La historia del amor, una de mis novelas preferidas que con tantos viajes perdí. Esta obra de Nicole Krauss merece guardarse por siempre.
Al encontrarla “usada”, me la imagino acompañando diferentes historias. Alguien que, viajando muy temprano en el subte, se perdía en la vida de Leopold Gursky, su protagonista. Imagino a una mujer judía de Brooklyn encontrando, tal vez, un poco de su abuelo en estas letras mientras lee sus líneas cada noche antes de dormir. Esta historia del amor quizás estuvo sentada en un banco de Central Park, en el Cafe Mogador o en el pasto de Dumbo para después volver a ofrecerse en una mesa de libros usados. Busco alguna prueba de que otra persona pasó por esta historia; hoja por hoja reviso el libro, no encuentro nada.
Con la novela ya en mi cartera sigo viaje rumbo al encuentro con una amiga. Llego al Cafe Lalo, en el Upper West Side, aquel en el que en la película Tienes un email, Meg Ryan se encuentra con Tom Hanks. Mientras compartimos un cheesecake, Agustina me cuenta que hace poco, un artista llamado Shaheryar Malik tuvo la gran idea de dejar libros de su biblioteca apilados en diferentes lugares de Nueva York. En cada uno de ellos dejaba un señalador invitando al lector a enviarle un email.
Cuentan que neoyorquinos y turistas de más de treinta países le han enviado correos. Malik dice que se le ocurrió hacer lo que llamó “The Reading Project” para saber si la gente aún comparte cosas físicas más allá de una selfie. Mientras la escucho pienso en que me lo perdí. Yo no pude ver ninguna pila de libros, pero lo anoto para buscar su información en casa. Seguramente Malik, como yo, también busca señales en libros.
Al regresar de nuestro gran té caminando, descubrimos una librería chiquitita llena de usados. Decido hojear más libros y encuentro algunas dedicatorias o fechas escritas. De pronto, entre unas hojas me sorprende un papelito. Me quedo mirando la prueba de que alguien más pasó por esa historia que tengo en mis manos. Alguien que habla otro idioma y que apurado guardó unas palabras y números dentro del mismo. Me llevo el libro con el mensaje para descifrar como si hubiese encontrado la fórmula escondida para un mundo feliz.
“Los libros no se escriben”: escuché esta frase muchas veces casi siempre dicha con el mismo tono con el que se repiten los mandamientos. Yo lo hago y querría que siempre haya rebeldes que dejan sus propias letras en cada historia encuadernada que visitan para que otros como Malik y como yo podamos imaginarlos.
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Vicky.
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