Hoy queremos compartirles una reflexión linda y real de Manu Juana, de @sombrerosyboas , Terapista Ocupacional de @casa.caminito, sobre la llegada del segundo hijo y todo lo que se mueve —por dentro y por fuera— cuando la familia crece. Un texto sincero, lleno de emociones, aprendizajes y de esa mezcla entre el caos y el amor infinito que trae la maternidad.

Me dijeron “un hijo lo cambia todo”.No sabía que ese todo abarcaba tanto.Es verdad, confirmo, un hijo lo cambia todo. Ahora 2 hijos lo cambian todo y más. Tres, todavía no lo puedo imaginar.Una de las máximas de la maternidad tal vez sea no comparar a los hijos. Pero me resulta – casi- imposible no hacerlo. Estoy transitando mi segundo posparto y acompañando el crecimiento de mi hijo varón Ciprés y todo tiene un color distinto a la experiencia con Amapola, mi primera hija mujer.
Hace casi 3 años me convertí en mamá por primera vez y aunque parezca mentira me quedan pocos recuerdos de “la Manu de antes”. Me cuesta mucho imaginar cómo era mi vida sin mis hijos. Hace unos días le dije a mi papá “¿Sabes que no me acuerdo cuando yo vivía acá con ustedes?”. Quizás sea por esto de que los hijos ocupan gran parte de nuestro espacio físico y anímico.
Hace 5 meses me convertí en mamá de 2 y tampoco puedo acordarme mucho de cómo era ser mamá solo de una. Lo que sí tengo fresco es una de las frases más demoledoras que escuché hasta ahora. Fue en boca de mi hija Amapola cuando Ciprés tenía un poco más de 1 mes. Me dijo desde su silla de auto volviendo del jardín “Mamá, yo con vos no quiero nada”. Si el puñal podía ir más hondo, sigo sin saberlo. Fue difícil para mí toda esa época de sentir que ella quería hacer solo con su papá todo lo que solíamos hacer juntas. Durante meses me había acurrucado en su cama con una panza cada día más grande para leerle cuentos y la había acompañado a dormir. Había hecho muchas veces más upa de las que me lo habían recomendado. Había estado parada haciéndole su comida preferida o dándole de comer muchas más horas de las que mis pies hinchados aguantaban. La había llevado al jardín muchas más veces de las que la obstetra me había aconsejado. ¿Y ahora? ¿Dónde habían quedado los cuentos de animales, los paseos en cochecito, los toboganes y las hamacas, las recetas compartidas, los juegos en la bañadera? ¿Quién era la que hasta hace poco tiempo era el “único” amor de mi vida? ¿Y quién era esta nueva mamá que ahora estaba con el alma dividida?
Ser mamá de 2 es un camino que empieza el día en el que, como en mi caso, sentís el deseo de tener otro hijo. En otros casos, cuando llega sin planearlo, supongo que la realidad es más urgente y el evatest positivo se lleva todas las luces. A veces cuando me preguntan cuál es la distancia ideal para que se lleven los hermanos, no sé qué responder. Porque es algo tan personal e inherente a cada familia… Hay quienes quieren sacarse la etapa pañales-mamadera-upa de un tirón y hay quienes al revés, prefieren volver a dormir de corrido para tomar envión. Para nosotros cuando yo quedé embarazada de Chipi, nuestra hija era todavía una bebé. Pero la naturaleza es sabia y aunque los 9 meses de embarazo me resultan pesados y eternos, nos ayudaron a hacernos a la idea de lo que iba a ser nuestra nueva realidad y un poco a despedir la figura de Poli como hija única.
Toda la vida milité en mi familia diciendo que era obvio que existía un hijo preferido. Sometí a mi mamá y a mí papá, a tíos y abuelos a hacer la confesión. Pensaba que me escondían algo. Me parecía que era súper evidente que uno tenía un hijo al que quería más que otro. Bueno… me equivocaba. Podemos hablar de afinidades, personalidades más o menos parecidas, ideas o formas de ser compartidas. Pero no podemos hablar de más o menos amor. Cuando yo me enteré de que estaba embarazada, además de la alegría mezclada con miedo, recuerdo haber sentido mucha culpa. Y me acuerdo de pensar que iba a ser imposible querer a dos, que mi corazón ya estaba ocupado todo entero y tomado por Amapola. También me equivocaba. El corazón se ensancha de formas inimaginables.
Los embarazos nunca son iguales, pero a mí el segundo me resultó un trailer de lo que iba a ser mi maternidad. Las consultas con mi obstetra ya no eran con mi marido porque el se quedaba cuidando a nuestra hija mayor. Las ecografías seguían siendo un momento sagrado, pero quizás un poco menos romántico e incluso tuve que tener una con mi hija mayor llorando subida a mi cuello y el médico intentando ver si la sangre corría bien por mis arterias. El cansancio al igual que la panza llegaron mucho antes y ya no podía volver del trabajo y tirarme con los pies para arriba a descansar: tenía una bebita que atender. Tengo que admitir que de a ratos me olvidaba de que estaba embarazada y eso también me daba culpa. ¿Mi bebé iba a saber qué lo quería mucho? Esta vez no pude hacer la preparación psicofísica ni armar una tribu pero pude hacer yoga. Me saqué muchas menos fotos y escribí menos cartas pero aunque sea lo hice.

Una amiga me manda un audio y me pregunta cómo viene el segundo embarazo. Como soy TO y trabajo con infancias no puedo evitar hablar en metáforas. “Es como cuando te vas de viaje por segunda vez a un lugar” le digo. Y así lo siento. La primera vez que viajás vas mirando el mapa y no te animas a salirte mucho de la ruta. Solo te concentras en el camino y disfrutar cuesta un poco más porque nos atraviesan los nervios, la ansiedad y tal vez el miedo. En cambio cuando viajas por segunda vez tenés a favor que ya conoces el camino. Entonces tomar unos mates y disfrutar del paisaje ya es un escenario posible. Supongo que algo así fue mi segundo embarazo. Menos pretensioso y también más relajado.
Para mí el parto es una de las experiencias más trascendentales y transformadoras en la vida de una mujer. Entrás siendo una y salís siendo otra. Te “rompés” por dentro para dar vida y después reconfigurarte. Y como el parto también es un viaje hacia un encuentro, el segundo también lo viví distinto. Hay herramientas que no sabés que tenés hasta que en el momento tenés que buscar en tu caja y ahí aparecen.
La idea de conocer al hermano nuevo está tan romantizada como el momento en el que a alguien le caen de sorpresa después de un viaje. En nuestro caso Ciprés nació a las 16 hs. Ese día Amapola había ido al jardín porque no quisimos alterarle su rutina. Ella me vió atravesar muchas contracciones con dolor a la mañana y las entendió como parte del proceso de nacimiento de su hermano. Y a las 18 hs decidimos que viniera a conocerlo. Para mí todo fue un poco caótico. Ella, que ahora me parecía enorme de grande, quería hacer todo al mismo tiempo: sostenerlo, acariciarlo, que yo le diera la teta, que mi mamá lo alzara, que mejor lo dejara, que lo pusiéramos en la cuna, que le cambiáramos el pañal y así. Fueron los 15 minutos más estresantes del mundo. Hay familias que deciden que el/la hijo/a más grande vuelva a dormir a su casa. Nosotros pensamos en hacerle un plan diferente y ella se fue feliz a la casa de sus abuelos, el segundo lugar que ella siente más “hogar” de todos.De repente llega el momento de volver a casa y ese es el verdadero “volver a empezar”. Ahora la casa no está tan estéril como antes ni hay silencio todo el día. La ropa para lavar se acumula, hay que cocinar para la más grande y darle la teta al más chico. Las siestas ya no se miden con la aplicación ni siguen una rutina estable. Y en el medio está una como mujer, aprendiendo a dividirse y con un cuerpo que también está marcado por lo que acaba de pasar.



Es verdad que con el segundo hijo la vida que de repente había empezado a fluir, parece que ya no fluye más. Y de pronto se siente como si el agua en vez de correr, se estancara en un dique sin salida. “Es un deporte extremo” me dijo una amiga que acaba de ser mamá. Claro que si. Y no lo sabes hasta que te toca hacerlo. A veces voy caminando por la calle con Amapola dormida en el cochecito y Ciprés dormido en la mochila de porteo y veo que la gente me mira. Todavía no sé si es con lástima o con admiración. Mi mamá dice que ella no se acuerda de esa época de su vida y que ahora le parece de lo más estresante. ¿Será que la cabeza anula los recuerdos difíciles para sobrevivir y que la especie no se extinga?
Los primeros meses de ser mamá de 2 me resultaron muy difíciles. Ciprés lloró mucho. Mucho enserio. Tenía cólicos, algo que con Amapola no habíamos vivido. Y en el medio estábamos Tobi y yo intentando ser equipo y sostener un elefante blanco sin matarnos en el medio. Pero de a poco un día todo se empezó a acomodar y las mañanas empezaron a transcurrir más lentas y el disfrute empezó a aparecer. “Claro, por eso quisimos tener dos hijos” le dije a mi marido cuando me la encontré a Poli leyéndole un cuento a Ciprés recitando las mismas frases que le decía yo a ella.
Hay algo que desde TO llamamos los “patrones de ejecución”. Son las formas en las que nos desempeñamos. Pensándolo en forma analítica podríamos hablar de hábitos-rutinas-rituales-roles. Hablando en criollo: mi hija tiene que cenar, bañarse, lavarse los dientes y hacer pis todas las noches antes de irse a dormir. Esos son los hábitos. Lo que la organiza y le da estabilidad son las rutinas. Para ella es predecible saber que primero se baña, después come, después se lava los dientes y hace pis y en última instancia lee un cuento y se duerme. Ahora, lo que da un sentido profundo son los rituales. Como su momento de dormir es justo cuando tengo que darle la teta a Ciprés, le dejo preparado un libro cada noche en su cama con las sábanas abiertas y una linterna que mi marido se cuelga en la cabeza. La escucho subir por las escaleras y decir “a ver qué nos prepararon hoy…” Me pregunto si ella sabe que la que se lo prepara con amor soy yo tratando de estar presente en ese momento decir su vida aunque no pueda hacerlo físicamente. Esto último soy yo, en mi rol de mamá, teniendo que transformar mi forma de ser y hacer pero tratando de cubrir todos los frentes.


A veces siento que no me dan los brazos y las tardes son largas y por momentos pueden ser incluso aburridas o mi casa está tan devastada que parece que exploto una bomba. Pero la palabra siempre me salva y me acompaña en la crianza. “Poli, necesito que juegues con las masas en esta mesa un rato sola hasta que yo lo duermo a Chipi así puedo venir a jugar con vos sola mientras él descansa”. Al principio parece un montón de información. Pero de a poco eso se internaliza y entonces nuestros hijos aprenden de tolerancia, de espera, de darle el lugar a otro, de prioridades, de flexibilidad. Y la acción también puede ser un buen salvavidas: bañar a los dos juntos es un gran aliado en mi nueva maternidad. Ella juega, el patalea. Yo les canto a los dos. Ella me “ceba un mate” lleno de espuma y él se divierte viendo caer el agua. Ella lava su bombacha haciendo un “menjunje” como le gusta decir mientras yo le hago masajes con aceite de almendras a él. Y así, lo que en realidad es un tarea más por cumplir se transforma en un momento de encuentro para todos.
Hay un as bajo la manga más. Hay una herramienta que uso casi todos los días desde hace un tiempo y es uno de los secretos mejores guardados para combatir la soledad que a veces puede traer la maternidad: las amigas. Peor claro, no cualquier amiga. Las amigas de la maternidad. Esas que saben hablar entrecortado, que te tiran datos de profesionales, que le hacen upa a tu hijo para que vos puedas mostrarle a tu hija cómo pedalear en la bicicleta, que te comparten un mate lavado y frío como signo de amor, que hablan tu idioma y entienden por qué les contestaste el último mensaje a las 3 de la mañana.
Perdí muchas amigas siendo mamá. Cuando tuve a mi primera hija yo estaba despertándome y mis amigas de toda la vida estaban volviendo de ir a bailar. Los mundos eran tan pero tan opuestos que en muchos casos no pude encontrar puntos en común. Eso fue un duelo enorme. Llorar lo que siempre había sido y ya no era. Decepcionarme de tantas personas, sentirme incomprendida, “faltar” a lugares y ser cuestionada por eso. Sin embargo, en otros casos el vínculo se transformó y una visita posible y una conversación real se empezó a dar.
Y también aparecieron las nuevas amigas, las vecinas que comparten la diaria y los horarios. Las que no conocían a mis hijos y ya los quieren. Las que conocen a la Manu que soy hoy sin tener idea de la que alguna vez fui.
Tener hijos me cambió. A mi. A mi familia. A mi pareja. A mis amistades. A mi trabajo. A mis rutinas. A mis gustos. A mis preferencias. A mi sueño y a mis tiempos.
“Tener un hijo es una escuela” me dijo una vez un gran sabio. Sé que estoy en los primeros años y me falta mucho para recibirme. Hay días en los que no veo el sol pero también hay otros en los que sé que algún día voy a recordar esto como los mejores momentos de mi vida. No quiero quedarme al margen de eso ni lamentarme. La vida tal vez sea como dicen tantos: pestañeás y pasa.Acá me quedo, con los ojos bien abiertos, para que cada pestañeo valga la pena. O mejor dicho: que valga la alegria.

Gracias Manu por abrir el corazón y poner en palabras algo tan profundo y tan compartido.
Por recordarnos que maternar no es lograrlo todo, sino amar en movimiento, aunque duela, aunque canse, aunque a veces parezca demasiado.El corazón sí se agranda. Y la vida también.
