Vivir aislados fue muy nuevo. Pasar meses distanciados, aún más. Chicos sin clases presenciales, padres sin oficinas, todo muy poco normal. ¿Y cómo habrá sido para quienes tienen alguna discapacidad y frenaron sus terapias? ¿O para quienes habitualmente tienen tratamientos por alguna enfermedad y tuvieron que suspenderlos? Desafiados, sí. Con mil dudas y obstáculos, también. Pero este año también tuvo un costado impensado y, en algunos casos lindísimo, que se transformó en más motivos para sonreír. Acá recorremos historias de familias que se dejaron sorprender por las mejorías que brotaron a partir de la distancia. Y, en el camino, pudieron separarse de la queja para acercarse más y mejor.
Si la computadora nos aleja de la maestra de geografía, ¿cómo se hará una sesión de terapia física? Y si nos cuesta festejar un cumpleaños por zoom o tener una reunión laboral tras otra, ¿cómo se hace con una lección para chicos sordos o con una consulta fonoaudiológica? Cada uno tiene motivos para que la adaptación a este año rarísimo haya costado mucho, y para ponerle sonrisa a cada día, toque como toque. Pero qué lindo mirar un poco más allá.
Hoy no sólo queremos conocer cómo se resolvieron quienes más necesitan del contacto físico en su día a día, en su crecimiento y en su bienestar general. Queremos ver cómo además fueron capaces de encontrar un costado insospechado que los sorprendió. Porque en el aislamiento hubo distancia con terapeutas, docentes, especialistas en desarrollo o enfermeras, pero también hubo más tiempo y espacio para estar en casa. Hubo más miedo al COVID pero menos circulación de otros virus que siempre acechan. Hubo menos estimulación profesional pero más juegos entre hermanos. Hubo menos contacto con queridas maestras expertas, pero esas clases se hicieron por zoom, sumando padres o abuelos.
Un trabajo en equipo, de cerca y de lejos
Las Lomas Oral es una escuela que enseña a los niños sordos a escuchar y hablar desde hace 38 años. Trabaja con un equipo de docentes especializados y profesionales en psicología, psicopedagogía, fonoaudiología, estimulación temprana y audiología pediátrica que evalúan la audición de los chicos. Enseñan en nivel inicial y primaria, y trabajan individualmente y en grupos reducidos para poder personalizar las prácticas y los avances de cada alumno. Además cuentan con un equipo de inclusión que acompaña a los chicos a las escuelas comunes a donde asisten, para ir asesorándolos.
Conversamos con su equipo directivo, formado por Martina Antonini e Yvonne Hernández, para adentrarnos en la experiencia de todo el equipo durante este año. Esta pandemia en un principio los descolocó porque cuentan con una población muy dispar en cuanto a recursos y acceso a dispositivos. Surgió todo tipo de preguntas sobre el vínculo con los chicos: cómo percibirían las voces, cómo harían para acceder a los aprendizajes a través de una pantalla y cómo individualizarlos, cómo hacer atractivo el material…
Fue un desafío de creatividad y compromiso de todo el equipo docente, y para padres y alumnos. “La pandemia nos impulsó a buscar modos de sentirnos más equipo que nunca, cada una sacó su don y lo puso al servicio del otro. Si en la presencialidad el colegio se caracterizaba por un fuerte trabajo en equipo, la pandemia lo fortaleció”, afirman.
Descubrimientos de la adaptación
Como sucedió en todos los establecimientos educativos, hubo que volver a planificar la metodología de trabajo cotidiana. Pero con un plus fundamental: la importancia del contacto cara a cara en el desarrollo de los chiquitos sordos es muy difícil de sustituir. “La socialización es una habilidad imprescindible a temprana edad, que les permite a través del intercambio compartir experiencias, regular conductas, aprender del otro”.
Se propusieron actividades por zoom para poder seguir con las currículas de contenidos habituales y avanzar en la estimulación. Pero poder ir calibrando el resultado de cada clase es clave para ajustar lo que sigue: “hubo que aprender a trabajar sin tener la posibilidad de hacer evaluaciones auditivas que permitieran conocer más específicamente cómo avanzaba cada uno de los niños, porque de que pueda oír óptimamente también dependerá su conexión y aprendizaje”, agrega Martina.
Así surgió el empoderamiento de las familias. La pandemia puso a los padres en primer plano, los hizo protagonistas, los acercó más al día a día de la enseñanza de sus hijos y a conocer más sobre sus intereses, sus fortalezas y debilidades. Les permitió aprender técnicas para ayudarlos a seguir creciendo en el desarrollo de su lenguaje, audición y pensamiento. “Los notamos felices de haber logrado mejorar la comunicación y el lenguaje de sus hijos. Descubrimos que si se quiere se puede aprender, y eso les trajo una seguridad y alegría inusual. Ellos fueron y son los agentes más importantes en la educación de sus hijos”.
El desafío mayor de este año, a la vez, les permitió ver de cerca una necesidad enorme. Sin duda, la presencialidad es ideal para tareas educativas y formativas como esta. El intercambio entre los niños, entre ellos y las docentes, los momentos de encuentro, las actividades, los tiempos de espera… nada es lo mismo en esta virtualidad. “Pero también creemos que la virtualidad en algunos aspectos llegó para quedarse y hemos trabajado la estimulación auditiva vía mensajes de WhatsApp, videos, zooms”, sigue Martina.
Y agrega como beneficio adicional: “en el caso de algunas familias hubo más continuidad en el trabajo ya que la modalidad virtual hizo que tuvieran menos inasistencias. Y pudimos hacer encuentros con otros integrantes de la familia para conocer más sobre la situación del niño”.
La familia como primer sostén
Y así fueron atravesando el año y llenando sus meses de familias que avanzaban al compás de los logros de sus chiquitos. Un caso fue el de Pedro*, un alumno con escasos medios económicos cuyos padres encontraron la manera de conectarse a través del teléfono todas las semanas. Fueron mejorando la comunicación hasta llegar a las sesiones de coaching pautadas. Su padre por la pandemia permaneció en su casa y comenzó a enseñarle a su hijo. Y así pudo relacionarse con él desde otro lugar y mejorar su vínculo.
Otro ejemplo de superación fue el de Lucas*, que vive con la abuela. Ella comenzó a tener sesiones digitalmente y se dio cuenta de la importancia de que participara toda la familia para estimular más al chico y que evolucionara mejor. Hoy, gracias a la comunicación a través de la pantalla, se sumaron a estos encuentros una prima, la madre y un tío.
El lado B del aislamiento
“Tengo cinco hijos. Cinco regalazos que agradezco todos los días. ¿Qué decirte de Felipe? Felipe es un sol, y nosotros somos los planetas que giramos alrededor de él desde que nació.”
Quien habla es Lucía García Llorente, casada con Iván Hansen. Felipe nació con una malformación en el esófago y tiene Síndrome de Down. Desde que les contaron la noticia, justo antes del nacimiento, Lucía dice que les preocupó mucho más lo primero, porque su vida corría riesgo apenas nacer. Y Felipe luchó desde que llegó al mundo. Los primeros meses transcurrieron entre operaciones e internaciones.
Y los que siguieron en su casa, con mucha asistencia personalizada para que Felipe pudiera desarrollar su vida de todos los días. “Él nos marcó el paso y nos enseñó a vivir los tiempos desde otro lugar. Dicen que los padres enseñamos pero él es un verdadero maestro.”
Antes de la cuarentena, Felipe tenía una rutina asistencial y médica permanente: enfermera 24 horas, oxígeno para dormir, botón gástrico, terapista ocupacional, kinesióloga motriz y respiratoria, fonoaudióloga… todo esto sumado a todos los controles periódicos con distintos especialistas. La familia articulaba este esquema entre los colegios, los deportes y los encuentros familiares típicos, y con la logística propia de un grupo de siete miembros. Felipe venía muy bien, y empezaban a encarar el año con mucho optimismo. Pero seguía con su esquema habitual de asistencia diaria.
El mejor incentivo, en casa
Con la cuarentena, todos se quedaron 100% guardados para preservar la salud de Felipe, y él dejó de contar con todas las personas que lo asistían cada día. El coronavirus es mucho más peligroso en organismos vulnerables, y no podían asumir ningún riesgo. Por eso todos naturalizaron el encierro estricto para cuidarlo. El mayor desafío fue estar al comienzo sin enfermera.
Y la vida familiar en paralelo también se complejizaba, entre zooms de colegio y trabajo de los padres, alejados de la ayuda habitual. Ese fue otro desafío enorme que los hizo resignificar el planteo de cotidianidad como equipo. «Todos pusimos manos a la obra a la vida. Hubo que adaptarse, compartir los espacios y ceder. Sobre todo, ceder», sigue Lucía.
Así empezó a avanzar el aislamiento, y también Felipe. El encierro les devolvió el tiempo que normalmente se perdía en el trajín de todos los días. “La pandemia nos permitió ver el vaso medio lleno. ¡Y qué lleno que está! Los avances de Felipe empezaron a ser súper visibles porque los terapistas ocupacionales pasaron a ser sus propios hermanos: fueron su mayor estímulo.
Toda su agenda personalizada le estaba impidiendo soltarse y a los hermanos, acercarse. Él pasó a ser uno más. Está en el pelotazo, en la pelea, en la de todos los días. Ya no es el distinto”, cuenta. “La cuarentena nos permitió recuperar tiempo en familia y redescubrir a nuestros hijos. Pero sin duda, el mayo regalo fue la salud de Felipe. No tenerlo enchufado sino corriendo por la casa, ver cómo se quiere comunicar, la forma en que busca superarse y los hermanos ayudan. Todo eso emociona”.
Pintar los días
¿La receta cuando el encierro pesaba? Según Lucía es «pintar los días». Ocuparnos de darles el color que queramos que tengan. No todos los días son buenos, y es importante que los chicos puedan ver que los adultos también tenemos malos momentos para que puedan gestionar los propios. Lo que sí podemos es darle un matiz distinto a lo que nos toca. Pero fluir con los planes y ponerle buena onda a la incertidumbre no es fácil ni es espontáneo. “Para mí es clave cultivar la paciencia y la parte espiritual. Agarrate de algo, pero agarrate porque solo no se sale”.
El mantra que da ritmo a la casa se mueve desde la frase «la idea es». Los planes que siempre fueron variables hoy lo son más. Iban a mudarse el pasado febrero, y ese proyecto se trabó. Iban a viajar los veranos anteriores todos juntos, y se complicó. «Este año, la idea es veranear todos juntos, por primera vez. La idea es…”
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El aislamiento los alejó del mundo, pero los acercó entre ellos y los vinculó de otra manera. Porque en el desafío eligieron mirarse distinto. Y de ese nuevo esquema nació lo más lindo: la mejoría tan visible de sus chiquitos, porque el mejor estímulo resultó ser su propia familia.
*Los nombres fueron alterados para preservar la identidad de los alumnos.
Por: Lucía Oliverio – @luchi.oliverio – www.luciaoliverio.com