Texto: Cristian Conen – artículo reeditado de su libro “Vínculos”, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2012.
Ilustraciones: Aldo Tonelli – @aldotonelli
Cuando el año está por irse, llega un tiempo de particular alegría, nostalgia, paz y unidad que a pocos deja indiferente.
La forma en la que se vive una festividad está directamente relacionada con su sentido. El de la Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús, hecho histórico que ocurrió hace 2018 años en Belén. Celebramos la llegada de alguien más al mundo que es siempre ocasión de encuentro personal y familiar y también una buena oportunidad para reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia.
Nuestra vida puede compararse con un viaje, tiene un comienzo, una meta y una dirección a seguir. Hoy en día muchos ignoran o han olvidado la base de dónde provienen y hacia dónde van; han modificado a su antojo el manual de instrucciones de la naturaleza humana, y con ello nuestra felicidad tambalea. El resultado es una grave confusión del ser humano actual acerca de quién es, y cuál es el sentido de su viaje.
Para los cristianos, el nacimiento de Jesús es un hecho que ilumina esa identidad oscurecida. Es el acontecimiento más grande de la historia humana porque significó la concreción del amor de un Dios, que quiso hacerse un miembro más de esta tripulación desorientada, para recordarle al hombre el origen y el fin de su viaje. Así, Jesús nació y vivió treinta años en el seno de una familia para recordarnos también que es este el ámbito más adecuado para ser concebido, nacer, crecer y morir con la dignidad propia de la persona humana.
Por eso, para los cristianos vivir la Navidad no es sólo festejar en unos días no laborables, desvinculando su sentido religioso y familiar. A la Navidad se la debe preparar con tiempo, con anticipación a las corridas propias de fin de año, viviendo esas tradiciones que tanto se graban en los hijos: el armado del pesebre junto al tradicional árbol, el envío de las tarjetas de navidad (ahora virtuales), la corona de adviento.
Para muchas personas no cristianas, el tiempo de Navidad es también ocasión para la vivencia de una fiesta familiar. Hay algo muy profundo detrás de esos sentimientos comunes que en cualquier época y cultura provocan ciertos hechos y vivencias; el llanto ante la muerte de un ser querido; el gozo al enamorarnos. Estos sentimientos universales que revelan que estamos hechos ‘con la misma pasta’.
Esto nos muestra con claridad e independencia de la religión y las creencias, que los seres humanos no somos extraños y somos familia con Dios. Los tradicionales deseos de paz y de amor, la particular atención a los amigos, a los compañeros de trabajo, al hogar, a las personas que amamos, hacen de esta fiesta una invitación a la unidad de la familia humana. ¡Feliz Navidad!