El compromiso social asume un nueva dimensión y los paradigmas de colaboración se amplían. Las empresas buscan crear puentes y brindar talentos y tiempo.
Texto: Milagros Lanusse
“Los chicos de la generación Y vienen ‘seteados’ de un modo diferente, con otra visión del mundo. Te expresan abiertamente: ‘Yo no me siento bien si en la puerta de donde trabajo hay una persona recogiendo cosas de la basura’”. “Cuando se incorpora gente nueva a la compañía y les contamos que entre nuestros programas incluimos uno de ayuda social, es increíble cómo se detienen a escuchar. Es una propuesta de valor de las generaciones más jóvenes que antes no sucedía”. Las visiones de Javier Casas Rúa, Territory Senior Partner de PwC Argentina*, y de Claudia Mundo, Country Manager para Argentina de MetLife, respectivamente, expresan paradigmas nuevos, muchos de los cuales rigen los modelos actuales de negocio. Como lo plantea Casas Rúa: “Cada vez hay más proyectos que son negocios pero que tienen impacto en la resolución de los global challenges (desafíos globales): la integración social, la pobreza, la educación. No es el modelo de capitalismo tradicional que cree que va a ir decantando gota a gota en ese lugar, pero que en realidad no decanta nada. Y tampoco es el modelo de asistencialismo”. Se trata de una consideración del éxito particular: la empresa será más exitosa no en tanto gane más dinero, sino en tanto ayude a más gente a ser exitosa.
Cada vez son más las compañías que se suman a las filas del compromiso. ¿La novedad? No se trata de un compromiso unilateral de colaboración con sectores menos favorecidos, casi siempre mediante programas de Responsabilidad Social Empresarial, sino también de un involucramiento personal y sostenido, que trasciende el voluntariado o la ayuda monetaria, y que implica una relación entre los sectores sociales y un trabajo compartido que busca construir juntos. Tanto PWC como MetLife, al igual que otras muchas empresas (como Disney, Johnson & Johnson y Direct TV), encontraron en Creer Hacer, la empresa social creada por Daniel Cerezo, el puente para crear esos lazos. Ambas compañías participan del programa de Transformadores Sociales, un curso de liderazgo de alto nivel académico brindado a equipos de trabajo, voluntarios de una fundación o vecinos de un barrio.
“Es diferente al RSE, con lo que también contamos. Esto es trabajar sobre la mente de la persona. Esa persona es un agente de cambio, cada uno lo es, sea cual sea su ámbito social”, expresa Casas Rúa. Así, tanto la comunidad interna de la empresa participante, como la comunidad de un barrio vulnerable, se ven favorecidos por el intercambio y el desarrollo de liderazgos positivos. La escuela de negocios de PWC incorporó dos materias a sus programas ejecutivos para líderes de empresas: un taller sobre inteligencia emocional y otro sobre inteligencia social, dictada en colaboración con Cerezo. “¿Qué pasa si además de formar a los empresarios en los negocios, (la formación técnica de contabilidad, auditoría, consultoría), le dejamos una semilla de transformación, de liderazgo transformacional?”, se pregunta Casas Rúa. ¿Y qué pasa si a los jóvenes de la Cava o la Villa 21-24, de Barracas, se les brinda la misma formación que a los jóvenes de las universidades más prestigiosas? El resultado es una serie de jornadas sumamente enriquecedoras, que integran realidades diferentes, que se enriquecen y potencian al acercarse.
MetLife se unió a este programa también y Claudia Mundo, que participa dando el módulo de Inteligencia Emocional, comparte: “Hasta ahora habíamos colaborado con programas para la primera infancia, pero vimos también que es importante colaborar con el empoderamiento financiero, es decir, que la gente se puede valer por sí misma. Confiamos en la transformación de darle un valor a la dignidad de trabajar, de tener aspiraciones. Y encontramos gran valor en aportar nuestros talentos, además de la ayuda financiera”. La experiencia en los talleres la lleva a hablar del programa con emoción. “Con que uno solo de los participantes vea un cambio, siento que vale la pena, así como Jesús se alegra de encontrar una sola de las ovejas, aunque tenga cien. El otro día un joven muy sencillo compartió que era agresivo, y era una carga para su familia. ‘Acá aprendí tantas cosas. Y me doy cuenta de que puedo aprender muchas más. Y decidí cambiar, dejar las compañías que me hacían mal y pedir perdón a mi familia por tantos años de violencia’, nos dijo. Eso lo tomé como una señal de que esto valía la pena. Hay mucha avidez de conocimiento, y en la sencillez del ida y vuelta vemos tanta riqueza”.
Por su parte, Diego González, de PWC, agrega: “Dando talleres de liderazgo tanto en el barrio como en la escuela de liderazgo o a clientes nuestros, veo que las necesidades de las personas, independientemente de donde provienen, son similares. Y que la pobreza o riqueza no tienen que ver con lo económico sino con conocerse y saber de lo que uno es capaz. Personalmente, me sentí muy desafiado saliendo de la zona de confort, dando los talleres a gente con un perfil distinto. Pero me encontré con cuestiones que son similares, las mismas problemáticas”. Casas Rúa coincide: “Empezar a ver al otro como semejante, en definitiva a todos como seres humanos, es el desafío. Desde el punto de vista de los valores interiores del ser, somos iguales, tenemos el mismo nivel de pensamiento. Cuando empezás a reconocer eso, te das cuenta de que tenemos que construir algo distinto”.
Claudia Mundo concluye: “Los ingredientes del líder son los mismos. Así que podemos trasladar lo que enseñamos a los líderes empresariales a cualquier ámbito para generar transformadores sociales. Mi sueño es que otras empresas se sumen y podamos darle una mayor escala a esto”. Sueño encaminado, desafío planteado y un gran tramo por recorrer aún.
*Price Waterhouse & Co., asesoramiento de empresas.
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