humor(original)

Cuando resulta difícil llenar un feriado y los chicos están que se salen de la vaina por descargar toda su energía, las actividades al aire libre que organiza la municipalidad siempre son bienvenidas. Por eso nos fuimos con la tropa hasta una plaza donde habían improvisado un predio deportivo con canchas de fútbol, vóley y algunas otras actividades de esparcimiento.

Texto: Juan Pablo Pizarro – Ilustración: Nicolás Bolasini

Con el mayor nos animamos a un partido de fútbol tenis, que es igual al tenis, pero en lugar de darle con la raqueta tenés que devolverla con alguna parte de las piernas o con la cabeza. El partido que se estaba jugando en ese momento terminó quince a once para un equipo integrado por el hijo -que andaría por los trece años- y su padre. Me llamó un poco la atención el festejo desproporcionadamente efusivo del padre tras la victoria.

Entramos a jugar contra esa pareja ganadora. Al hijo se lo notaba bastante cansado así que me dediqué a tirarle todas al padre, para no dejar en evidencia al nene, y se terminó armando un lindo intercambio de adulto contra adulto. Todo parecía invitar a un cotejo amistoso, pero me hizo algún ruidito cuando el otro padre terminó el largo peloteo tirándosela de manera violenta a mi hijo, que no pudo devolverla. Preferí tomarlo como algo accidental. Pero se la tiró fuerte otra vez, y otra y otra. La estrategia del tipo era ganar el punto aprovechándose de mi hijo y después lo festejaba con puño apretado y rodilla en tierra.

Y fue ahí que se acabó el amistoso. A la jugada siguiente saqué un latigazo de arriba abajo y se la mandé a guardar a un rincón. El pibito ni la vio. El padre me miró feo y yo miré para otro lado como si todo fuera bárbaro. En la siguiente repetí la táctica, esta vez con un cabezazo a quemarropa que picó entre los dos y terminó en punto para nosotros. El nene miraba al padre y le decía que se quería ir. El padre le decía que de ninguna manera. La cosa se ponía cada vez más picante.

A partir de entonces se armó un ida y vuelta furioso. El otro nene me empezó a dar lástima así que arranqué un duelo personal con el padre. Mi hijo me miraba como preguntándome para qué estaba él en la cancha. Bancame los trapos, le decía yo con la mirada. El partido venía parejo y en un momento se puso doce a doce. El padre me tiró una muy suave y la dormí con el pecho, dos veces al muslo y cabeza al fondo. La bola tocó fleje, pero el tipo cantó mala. “Me parece que tocó la línea”, le dije tímidamente. “No, no tocó”, me respondió sin ponerse colorado. El hijo le dijo que sí, que había sido buena nuestra, pero el padre lo calló con un movimiento de mano como amagándole un correctivo.

Quedamos trece a doce abajo y una fea sensación me dominó por completo. Una derrota me habría puesto en una situación que no estaba dispuesto a atravesar, así que me arremangué los jeans y me saqué el buzo. Sacó el otro nene, devolvió mi hijo hacia el padre, que me la dejó servida para sacar otro latigazo imparable. Trece iguales. Enseguida otra jugada parecida para ponernos catorce a trece, match point y la cara del tipo que ya me daba un poco de miedo. Por un momento pensé en entregarle el partido, para evitar desmanes. Pero no: saqué fuerte, la devolvió el padre en dirección a mi hijo, pero di un paso al frente y me arrojé en aparatosa palomita para impactarla de lleno con la frente. La intención era que fuera para el lado del padre, pero salió para el del hijo. La bocha le dio en el bajo vientre y cayó muerta. Quince a trece, asunto concluido. Mi hijo amagó un festejo ruidoso, pero lo agarré del brazo y me lo llevé de ahí. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos, miré para atrás y ahí estaba el tipo, perforándome con la mirada y recriminándole al hijo su falta de actitud. A mí me dolía todo menos el orgullo.

Nos alejamos con una sonrisa imposible de disimular y cuando nos encontramos con uno de los organizadores, le estiré la mano: “Muchas gracias por organizar este tipo de actividades. Son fundamentales para promover la convivencia entre vecinos”. Y nos fuimos.

 

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