Una nueva entrevista que nos llenó el corazón. La @hermanaguadaluperodrigo es religiosa misionera de la Congregación del Verbo Encarnado. Estuvo en Tierra Santa, en Egipto y estaba en Alepo, Siria, cuando estalló la guerra. Una guerra en un lugar que nadie hubiese imaginado y que fue orquestada desde afuera, dejó a una ciudad de cinco millones de habitantes sitiada durante más de un año. Pero lo que Guadalupe vivió allí, en medio de los estallidos y las balas que entraban por las ventanas a cualquier hora del día, es el mensaje central de su testimonio: fe, alegría y una paz como nunca había visto en una sociedad que volvió a los valores primordiales de todo cristiano. Reescribimos la entrevista.
La Hermana Guadalupe nació en San Luis con el nombre de Jimena Rodrigo y es la mayor de cinco hermanos. Desde muy chiquita, sus padres fueron para ella un enorme testimonio de fe y alegría. La misa diaria, el rosario alrededor de la cama grande donde cada hijo tenía encomendada una oración, eran para ella cuestiones muy normales de su cotidianeidad. Ser monja nunca se le cruzó por la cabeza, hasta que Dios la sorprendió con su llamado. En su libro, «Volverán las palomas» de Ediciones Logos, cuenta la historia completa que intentó resumirnos en esta charla.
La historia de cada llamada y de cada vocación es siempre distinta y muy personal porque Dios es Dios, y llama a cada uno de una forma nueva y original. “Nunca se me cruzó por la cabeza una cosa así. No conocía religiosas, y tenía una idea muy negativa de lo que era su vida”. “Pobre, se le pasó el tren, no se casó, y algo tiene que hacer con su vida”, era el pensamiento de aquella chiquita que años más tarde Dios se encargaría de seducir.
Pero ya de adolescente, el corazón de Guadalupe era todo un torbellino de ideas, emociones y sentimientos. Tenía muchos amigos, un trabajo y un auto. Todo estaba bien. Pero no le alcanzaba. Nada lograba colmar su corazón. “Cuando me iba a dormir, pensaba que me tenía que casar y tener muchos hijos, para ver si con eso me tranquilizaba. Hasta que a través de unos ejercicios espirituales, tuve una experiencia tan profunda que sentí un llamado del cual no podía dudar”, recuerda de aquellos primeros momentos de su vocación. Al principio, significó aceptar una propuesta que no le atraía en absoluto, pero empezó a entender todo el día que pisó el convento.
Primera misión
En su libro “Volverán las palomas”, de Ediciones Logos y escrito en conjunto con Milagros Lanusse, cuenta que la primera partida suele ser la más fácil porque está ese componente romántico de toda vocación. “Dentro de nuestra comunidad misionera, tenemos el espíritu de ir a aquellos lugares a los que nadie quiere ir y asumirlos como propios. Como nuestra misión es evangelizar, necesitamos entrar en la cultura del pueblo para poder evangelizar, y fue allí, en Tierra Santa, donde descubrí que entender la gramática de una lengua, es entender su identidad y su estructura de pensamiento”. Además de hablar como árabes, buscan comer como árabes y adoptar todas las tradiciones posibles para penetrar en su cultura.
Egipto, pueblo pobre pero alegre
“Lo que viví en Egipto me ayudó mucho a trabajar la alegría como virtud. Es el pueblo más alegre y más pobre que conocí. Ahí me di cuenta que la alegría verdadera no viene de las cosas materiales. Ellos viven con alegría, los caracteriza el buen trato, la amabilidad, la acogida”, cuenta.
Allí, en Egipto, llegó a ser Directora Provincial, un cargo que le demandó mucho trabajo y mucha energía. Con una salud bastante débil y después de haber contraído varias enfermedades, en el 2010 Guadalupe pidió descansar durante un año o dos en un destino más tranquilo, y fue Siria el lugar elegido. Hasta ese momento, había sido un país de gobierno laico muy calmo, donde reinaba una buena convivencia entre musulmanes y cristianos, algo bastante atípico en Medio Oriente donde las minorías cristianas son perseguidas.
En enero de 2011 ya se había instalado en Alepo, y en marzo comenzó la mal llamada Primavera Árabe, totalmente planificada por poderes externos. “Yo pensaba que sabía lo que necesitaba, pero nuevamente Dios tenía otros planes para mi”.
El secreto de la guerra
“La guerra nos ayudó a todos a redescubrir el sentido de la vida, a valorar cada cosa” dice convencida. En Alepo, la muerte era moneda corriente, por eso vivir se convertía en una experiencia intensa y profunda. Los bombardeos, cañonazos y proyectiles eran permanentes, y no había ningún lugar considerado seguro. “Este contacto con la muerte, nos daba una sensación de enorme vértigo. En cualquier momento podíamos morir, y eso nos hizo entender y saborear que la vida es corta”.
Y es verdad, la vida es realmente corta para todos, y nos distraemos permanentemente. “Antes de que la guerra comenzara, la sociedad de Alepo vivía una vida muy frívola, ocupándose de sus riquezas y dejando el alma muy desatendida. Descubrir eso fue darle un nuevo valor a cada día”, nos cuenta.
Las universitarias que vivían en su residencia eran chicas de distintos pueblos del interior de Siria, que había ido a estudiar a Alepo. “Con la guerra, estas chicas que eran un tanto consentidas, se dieron cuenta del valor de un día de universidad, de poder rendir un examen, de poder asistir a clase. A tal punto, que en uno de los bombardeos, una de las chicas antes de abandonar la casa busca sus apuntes, porque sabía que si sobrevivía a ese ataque, en pocos días debía rendir un exámen. Aprendieron una constancia y una fortaleza que no tenían. Estudiaron toda una carrera en guerra, y se recibieron, pero lo verdaderamente increíble fue que la fe inundó por completo sus vidas”.
Aprender a leer las situaciones. Por algo pasan las cosas. Es necesario tomar dimensión de lo que significan para valorarlas. Ir al colegio, recibir los sacramentos, ¡cómo nos acostumbramos a tener todo siempre!
Guadalupe tuvo la posibilidad de volverse a Argentina una vez que la guerra se había desatado. Al hablar con su familia, fue su padre quien le dio la seguridad que necesitaba para terminar de cumplir su misión. “Si estuviste con esta gente hasta ahora, no te vas a volver cuando más te necesitan. Yo no pretendo competir con Dios, Él te cuidará mejor allá de lo que yo te puedo cuidar acá”, fueron sus palabras. Emocionante. ¡Cuánta fe! “Fue vital el apoyo de mi familia. Ellos estuvieron misionando conmigo, la mía fue una misión en familia”, relata.
Volverán las palomas
“Era impresionante ver el germen de la fe en los niños pequeños”, relata Guadalupe. Obviamente sufrían por tener que vivir encerrados, por no poder salir a jugar a la plaza, pero eran chicos alegres. Con una fe y una esperanza admirables. Su libro le debe el título a la experiencia vivida con uno de estos chicos. “Fue un día de juegos y oración que habían organizado los salesianos. Este niño volvió a su casa y le contó a su mamá que habían largado dos palomas que volverían a Alepo a traer la paz. Al día siguiente, lo primero que hizo el niño al levantarse era preguntarle a la mamá si las palomas habían vuelto. Y esa pregunta se repetiría por días y meses. Esta era la esperanza cristiana”, termina.
La Navidad más feliz
Para la época de Navidad, las bajas temperaturas en Alepo eran muy crueles, tanto que alguna vez Guadalupe llegó a llorar del frío que hacía. Además, el ambiente no ayudaba. Pero sin electricidad, con poca comida, sin reunión familiar, ni ropa nueva, y en definitiva, sin el “decorado” de la Navidad, se alegraban por otras cosas, por aquellas verdaderamente profundas y valiosas. Comprendieron más que nunca que la felicidad no está en lo material, y que el nacimiento de Jesús en los corazones es la alegría que les llenaba el corazón.
Pero ese día, mientras se celebraba misa, volvió la luz. Pusieron música y bailaron hasta el último segundo de electricidad. “Esta fue mi Navidad más feliz”.
Dar testimonio
Llegó la hora de volver a casa, donde su familia la necesitaba. Y ni bien volvió a la Argentina, comenzaron los pedidos de testimonio. “Yo no entendía nada, esto o lo hace Dios o no se hace”, confiesa Guadalupe. Ella que se había imaginado acompañando a su madre enferma, se la pasaba dando conferencias de acá para allá. Otra vez, Dios y sus planes hacían de las suyas.
“Es que es tan grande lo que traes, que no te lo podés guardar para vos”, le recordaba su madre. Y así entendió que su nueva misión era dar testimonio. Testimonio de todos esos cristianos perseguidos que preferían la muerte a renegar de Cristo; cristianos que iban a misa con tanta fe y devoción porque esa podría ser la última vez que recibiesen los sacramentos; cristianos que se alegraban con las cosas que verdaderamente importan: la unión familiar, los amigos o hasta que vuelva luz después de días y días. “A mi me cambió la vida, y estoy segura que los mártires cambiarán la vida de miles con su testimonio”.
Hoy pertenece a Los Nazarenos, un movimiento laico que se dedica a llevar estos testimonios a todo el mundo.
Confiar en Dios como mensaje final
“Todo lo que está pasando no escapa a la providencia. No es que Dios no se dé cuenta. Está todo pensado. Dios no quiere el mal, pero lo permite y saca bienes de una forma maravillosa. Tener confianza en Dios es mi mensaje, saber que estamos en manos de Dios, no de los gobernantes. Vivir este tiempo con mucha confianza y paz. Tenemos que poder sacar mucho fruto de esto. Reforzar los lazos familiares. Si vemos de cerca la muerte, que sea para ponernos a pensar en las cosas importantes. ¿Estoy preparado si esta noche me tengo que morir?”
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