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Texto: Mariana Von Hinke – propietaria de Santa Clara

La plaza del pueblo está llena de niños. De muchas edades. Juegan, ríen, no se agreden. Los padres, en los bancos de alrededor, o en el piso, o parados toman mate mientras conversan y los miran atentamente. Un cuidado del ser y del hacer.

La plaza de la ciudad está repleta. Desde bebés hasta niños de nueve o diez años. Madres con cochecitos, otras con hijos y vecinos, alguna cuidadora por allá. Un cerco para que no vayan a la calle y la mirada supervisora siempre atenta. Normas de protección vial que se respetan. Un cuidado del ser y del hacer.

La plaza del barrio cerrado no siempre está llena. Muchos niños se quedan en sus casas con sus pantallas; otros en el auto están yendo y viniendo de múltiples actividades. Pero el fin de semana, la plaza y la calle suelen llenarse con niños de todas las edades. Sin adultos, salvo cuando se ve un niño muy pequeño. Sin límites. Corren, cruzan la calle, deambulan. Están en grupos. No hay mirada atenta. No hay cuidado ni del ser ni del hacer.

Los padres del pueblo, de la ciudad, o del barrio cerrado quieren hijos felices. No hay menos amor; pero en las plazas del barrio, pareciera haber menos cuidado.

Y a nuestros hijos les falta plaza sana. Les falta infancia pura con normas claras. Juegan solos y sin reglas. Están invadidos por tanta tecnología y les cuesta vincularse desde la hamaca y el sube y baja. No hay adulto que supervise y marque valores, y no hay tiempo para el juego sano y reglado. Por eso surge el aburrimiento. Y hasta puede acabar la búsqueda inapropiada de diversión por estar demasiado tiempo solo o encerrados, mirando y jugando a cosas que ni nos imaginamos.

En el colegio pueden respetar las reglas. El deporte, el arte, el estudio, les hace muy bien. Pero necesitan tiempo libre: sano, creativo, curioso y cuidado.

Sin presencia de límites claros, sin programas sencillos y reglados, con mucho tiempo de juego tecnológico y poco de juego libre pero supervisado, seguiremos educando generaciones donde falten los valores de una infancia pura, como la nuestra seguramente: juego sin presiones, pautas inventadas por nosotros mismos que enmarcaban cada actividad, haciéndola más atractiva y divertida, invitaciones a vecinos para que se unan al partido o a la carrera de bicicletas. Estemos atentos para no dejar de inculcar esta infancia sana, segura y sin límites para la imaginación, donde las redes sociales tengan su espacio pero no monopolicen la situación ni asfixien el tiempo de juego. Estemos atentos de no criar adolescentes confundidos y adultos frustrados. Ya entonces será demasiado tarde para jugar en la plaza.

 

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