Por María Ducós

A través de su cuenta de IG, @celina.aguilart, muestra lo que pinta, vende lo que hace, convoca para sus talleres e invita a mirar la vida desde la óptica del arte. Pero Celi no siempre lo tuvo tan claro. Su vocación se fue iluminando cuando fue capaz de darle una oportunidad a esa faceta tan propia que latía dentro y que para terminar de florecer solo le pedía seguir su autenticidad.

Desde chica, Celina Aguilar tiene un don para plasmar en papel aquello que la clase de biología, historia o geografía evocaba con palabras. Mientras otros tomaban apuntes, ella se concentraba en la lección de turno para crear un dibujo que concentrara aquellas ideas. Cuadernos enteros daban cuenta de flores, pétalos, hojas puntiagudas; animales con cola, con dientes afilados, con aletas o pico; tribus de África o campesinos de la Edad Media. Lo que para muchos no eran más que unos dibujos para pasar el tiempo, para esta alumna creativa servían de resumen para estudiar y fijar conocimientos.

Así de cotidiano fue su primer vínculo con el arte. Su talento siempre estuvo ahí, en su día a día y Celi lo aprovechaba para aprender. Pero cuando llegó la hora de elegir una carrera, la crisis la asaltó. ¿Será que es sólo un hobbie o esto del arte “va en serio”? Año sabático de por medio, decidió tomárselo con calma, sabía que no se podía forzar ni apurar una decisión así. Ya el tiempo se encargaría.

De a poco la claridad fue asentándose, y pensarse de la mano de los pinceles y del borrón y obra nueva le empezó a gustar. Se anotó en la carrera de Bellas Artes y, como cada vez que nos embarcamos en aventuras grandes, las pequeñas certezas llegaron de a poco. La pasión por la pintura fue germinando pacientemente, primero en la facultad y después fuera de ella, en su camino con las acuarelas. 

El arte y las redes sociales

Fue su familia primero quien la alentó a mostrar su obra sin miedo ni vergüenza. Pero a ella le costaba seguir sus consejos. Hasta que apareció Instagram y abrió @celina.aguilart, una vidriera al infinito para compartir creaciones de todo tipo. Empezaba a abrirse una nueva etapa en su camino como artista y eran las redes sociales un gran aliado.

A partir de allí, los proyectos empezaron a llegar. Clases en un centro cultural, taller en su casa, cuadros por encargo y mucho más. Cuanto más se mostraba, más oportunidades surgían. Compartir su obra ya no era una opción, sino un deber que no podía relegar.

Sin idealizar la inspiración

Sentarse a pintar, hacerlo un hábito y mantenerlo en el tiempo es la clave de un proyecto ligado al arte. Pero Celi tiene muy en claro que la idea romántica de la inspiración poco tiene que ver con el verdadero trabajo que hay detrás para lograr esa chispa creativa. 

“Las ideas a veces llegan por cosas que me pasaron o por contemplar la naturaleza y la creación. Después, pasarlas a obras concretas es un trabajo arduo. Algo que me enterneció, de algo que me emocionó, de cosas que me llenan el corazón. Eso es lo que vale la pena mostrar”, nos cuenta.

Equilibrio perfecto

Madre de dos hijos, Fermín y Josefina, y esperando el tercero, el tiempo se le escurre entre las manos. Sin embargo, afirma, desde entonces pinta más que antes y su prioridad como nunca es el taller con doce alumnos. También tiene en agenda algunos proyectos en acuarela, dos workshops y un par de murales. Al parecer, la falta de tiempo libre la obligó a poner el foco en ese equilibrio imperfectamente perfecto que se construye entre el trabajo y la familia.