Texto: Francisco Bastitta – Ilustraciones: Aldo Tonelli

Lejos del sentido que damos hoy al «amor platónico» como una afinidad etérea, El Banquete presenta una visión original y profunda que nos sigue interpelando.

Todos sabemos de qué se trata pero, si nos piden explicarlo, estamos en aprietos. Cada uno seguramente tendrá su propia teoría y resaltará los aspectos que más le importen, o los que mejor conozca. Pero como todas las cosas valiosas de la vida, la pregunta por el amor parece inagotable, como si siempre nos quedara algo nuevo por responder.

Acerca del amor, una de las obras más célebres de todos los tiempos es sin dudas el diálogo El banquete o Simposio, de Platón. Muy alejado de los estereotipos actuales que entienden el “amor platónico” como un vínculo idealizado o una afinidad etérea, Platón plantea un debate complejo y comprometido sobre los distintos aspectos de Eros, el dios del deseo apasionado. El diálogo narra un encuentro legendario entre ilustres ciudadanos de Atenas, quienes, en lugar de excederse con el vino -como era habitual en los simposios (ver apartado)-, deciden entonar una alabanza a varias voces de aquel dios, en un intercambio recíproco recreado por el autor con tensión dramática, ironía y belleza artística.

Además de ser una obra filosófica sin igual, El banquete se detiene en descripciones y motivos que retratan el contexto histórico y cultural de la Atenas del siglo V y las particularidades de la sociedad del momento. La ocasión de El banquete es la celebración de una victoria de Agatón, el poeta trágico y joven anfitrión del evento, en un importante certamen de tragedias. Agatón invita a un selecto grupo de atenienses que incluye a Sócrates, el médico Erixímaco, Fedro, Pausanias y el genial poeta cómico Aristófanes.

El primer discurso, de Fedro, se presenta como el más ingenuo e idealista. Afirma que Eros, por ser el más antiguo de todos los dioses -siguiendo a Hesíodo, Acusilao y Parménides-, debía ser también el más grande entre ellos. Dice, a su vez, que es el dios que mayor bien hace a los hombres, dándoles felicidad y promoviendo la virtud. La motivación principal por la que Eros aleja a los hombres del mal es la vergüenza de verse expuestos como indignos ante el ser amado. Para Fedro, el amor inspira valentía, desprecio a los vicios e incluso el sacrificio de sí mismo por el amado. Por ser el más joven, probablemente Fedro cumpliera el rol del “amado” en el vínculo de dos tan típico de la época. El “amante”, por su parte, era casi siempre mayor, y ofrecía su sabiduría y su experiencia al joven a cambio de su compañía, su juventud y su belleza física. Este intercambio era visto como beneficioso para ambos, pues encontraban en el otro aquello de lo que carecían.

Después del de Fedro y de otros discursos que Platón pasa por alto, llega el turno de Pausanias, el amante de Agatón. Pausanias quiere inyectarle realismo a la descripción de Fedro. No se muestra para nada inocente en las cuestiones de Eros. Para él, el amor tiene una doble impronta, de acuerdo con las dos Afroditas de los relatos míticos. Uno es el Eros ‘celestial’ (uránios), que corresponde a la Afrodita que nace en el océano de los genitales de Urano. Y el otro es el amor ‘vulgar’ (pándemos), que acompaña a la Afrodita nacida de Zeus. Éste es el deseo corporal, que se caracteriza por ser irracional, intempestivo y efímero. En su discurso, Pausanias deja entrever el aspecto más oscuro del amor. No es casual que no existieran muchos himnos a Eros en la antigua Grecia, ya que éste representaba una fuerza ciertamente poderosa, pero muy ambigua y temible. Recordemos que, en Homero, fue la atracción erótica de Paris hacia Helena la que provocó la guerra de Troya. A su vez, según Sófocles, fue Eros quien arrastró a Edipo, en su ignorancia, a unirse a su propia madre y a asesinar a su padre. Platón es muy osado al dedicar su diálogo a Eros. El discurso de Erixímaco tiene un carácter completamente diferente. Asume una perspectiva más científica y señala la acción de Eros más allá de los vínculos humanos, en el orden cósmico y en las relaciones entre todos los seres. Tras los pasos de Heráclito, Empédocles e Hipócrates, el médico afirma que el amor crea amistad entre los contrarios, como sucede en las artes de la medicina y la música. Retomando y reunificando la tajante división de Pausanias, Erixímaco dice que no hay por qué evitar el aspecto corpóreo o vulgar del amor, pero que se debe gozar de él moderadamente. El enorme poder de Eros, si se consagra al bien, hace felices a los hombres; los une entre sí y a los dioses.

Después de recuperarse de un violento ataque de hipo, Aristófanes profiere el más inusual de los encomios a Eros. Trae a colación un antiguo relato según el cual la naturaleza humana primitiva estaba compuesta por seres dobles, esféricos, de dos caras y ocho miembros. Estaban el género masculino y el femenino, más un tercer género que incluía los dos sexos, el andrógino. Esta poderosa raza originaria se atrevió a desafiar a los dioses del Olimpo y fue dividida y debilitada por el rayo de Zeus. Sus mitades, movidas por Eros, intentan volver a encontrarse. Los que pertenecían al género masculino, buscan a otro varón. Las que pertenecían al femenino, buscan a otra mujer. Y los que eran una mitad del género andrógino, inferiores en poder y afinidad, buscan al sexo opuesto. Eros implica padecer y sentir lo mismo que el ser amado. Tiene el poder de curar las heridas y debilidades de la naturaleza. La unidad y la felicidad son recuperadas bajo los auspicios y la guía del dios.

Llega el turno de Agatón, cuyo discurso era el más esperado por todos. Es ciertamente el más impactante de los elogios en cuanto al orden, la belleza de las expresiones y los recursos retóricos. Sin embargo, la creación de Agatón se muestra artificiosa, superficial, vacía de sentido. Todos quedan embelesados por su descripción de la belleza, la bondad, la eterna juventud y las demás virtudes de Eros, pero a Sócrates no le cuesta trabajo señalar las contradicciones de su discurso. Si Eros es deseo de la belleza y del bien, ¿cómo puede decirse que sea bello y bueno? ¿Se puede desear algo que ya se posee? Una a una, Agatón va desistiendo de sus ostentosas alabanzas.

Para sorpresa de todos, Sócrates afirma que Eros no es ni bello ni bueno, ¡ni siquiera es un dios! Es un ser intermedio, un daímon, un lazo que une a los mortales con los dioses. Un relato mítico lo hace hijo de la diosa Pobreza –y por ello flaco, sucio, descalzo, sin hogar– y del dios Recurso –por lo cual es audaz, hábil, encantador”. Llama aún más la atención que Sócrates dice haber aprendido todo lo que sabe sobre Eros de una mujer, la sacerdotisa Diotima. Con ella comprendió que el amor es el deseo de poseer lo bueno, y de poseerlo siempre. Su objeto no es simplemente obtener la belleza, sino dar a luz en la belleza. Se trata de una fecundidad corporal y espiritual. Eros busca la inmortalidad.

Platón presenta entonces, por boca de Sócrates y Diotima, un itinerario de transfiguración progresiva del amor por obra de la Belleza. Aquella fuerza erótica, impulsiva y poderosa, afirma Platón, anhela mucho más que el placer y el contacto físicos. Ascendiendo por diversos peldaños y grados de lo bello, el amor humano se va preparando para la unión con la belleza divina pura y absoluta, más allá de todo cuerpo o figura, y para engendrar en ella la verdadera virtud.

Cuando Sócrates ha alcanzado las cimas de su especulación, ocurre un nuevo imprevisto que altera decisivamente la trama. Alcibíades, el gran político y militar, irrumpe borracho en el lugar con un séquito de mujeres y jóvenes. En vez de realizar su propio discurso sobre el amor, el joven hará un elogio de Sócrates, su maestro, al modo de un amante despechado y no correspondido. Lo presentará como la encarnación misma de Eros, como un pícaro Sileno que esconde en sus palabras tesoros de divinidad.

Pero no quisiera revelar todo lo que narra El banquete, cuando mi intención es invitar a su lectura. Confío en que estas breves notas bastarán para considerar al “amor platónico” desde una perspectiva nueva y, sobre todo, que invitarán a adentrarse en la obra de Platón. Si estamos en busca de nuestra propia respuesta a la pregunta por Eros, él es un interlocutor que indudablemente nos dará que pensar.

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