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La rutina puede vestirse de mil formas diferentes y el día a día ser de uno u otro color. La mayor distinción: las palabras, las expresiones y el intercambio con los que compartimos la vida cotidiana.

Texto: Milagros Lanusse – Ilustración: Nicolás Bolasini

Café y mate son, casi siempre, signo de compartida. Testigos de ratos en grupo o de a dos, y excusas para frenar y, justificado o no, dar lugar a un descanso, una charla, una confidencia, una risa, un comentario. ¿El espacio ideal? Un jardín, un living con sillones cómodos, una cocina cálida con algo rico de por medio. ¿El escenario perfecto? Las vacaciones, los fines de semana, los días de descanso.

Pero el mate y el café suelen hacer sus entradas triunfales entre una computadora y otra; a media mañana de un martes o por la tarde de un jueves cualquiera. Cuando la cantidad de mails superó la capacidad de quien los lee, o las ideas se quedaron a medio camino y no llegan todavía al escritorio que las espera. Cuando las planillas alcanzaron su tope o las reuniones agotaron sus cauces. En la oficina aparecen las infusiones como pretextos para dar lugar a un respiro, y casi siempre hay alguien del otro lado. Otra mente que necesita energía y busca los medios para cargarse de pilas y seguir.

La taza o la bombilla podrán ser entonces de ayuda, pero es del intercambio entre los que las comparten de donde surge la verdadera puesta en marcha. Horas y horas juntos, cambios de humor, descargos, gestos, gustos, hábitos: el lugar de trabajo es el lugar de encuentro de vidas diversas que convergen en una tierra neutral, separada de las familias y los amigos, y que las une bajo un misma bandera. Caminos que no tienen otra opción más que juntarse, y que no pueden evitar, si así quisieran, conocerse, encontrarse como compañeros y, en los mejores casos, quererse.

No da lo mismo
Alguien habló una vez de la diferencia entre optar por uno u otro camino en cada ínfima decisión de nuestro día a día. Y la comparó con las ramas de un árbol: de una rama central irán surgiendo ramas más finitas y se irán dividiendo, haciéndose cada vez más chicas hasta alcanzar las hojas o los frutos al final de su recorrido. Algunas tenderán para un lado y otras, para el otro, y cada una dará su propio resultado. Así será en cada “sí” o “no” que optemos por dar o callar y en cada uno de nuestros gestos más cotidianos. Una de las opciones tenderá hacia el fruto sano y sabroso; la otra dará un fruto agrio, aunque haya surgido de la misma rama original. La diferencia a veces será casi imperceptible, y otras veces será imposible discernir el punto exacto de división entre las ramas. Percepción y discernimiento estarán, eso sí, en nuestra conciencia, inalcanzable a los otros pero clarísimas en la intimidad de nuestro interior.

Cuántos árboles se cultivan en los ámbitos de trabajo, y cuántas ramas diferentes, cada una con su fruto, se reconocen en las diferentes siembras. Pasamos la mayoría de nuestro tiempo allí y, en la mayoría de los casos, necesitamos relacionarnos con otros. Las ramas se dividen en cada minuto que pasamos con esos otros y en el trato que les damos: en cada gesto de agradecimiento y respeto, o en cada actitud de invisible egoísmo o de búsqueda de ventaja propia; en los comentarios que elegimos exponer acerca de los demás o las omisiones que podrían hacerle un bien a alguien; en los pedidos, las discusiones, los desacuerdos, los reconocimientos, los olvidos y las atenciones detallistas. Hasta en los mails, en el tiempo dedicado a explicar algo o en la sonrisa que acompaña el “buen día” de todas las mañanas. Mínimas distinciones, a veces imperceptibles, muchas veces inimputables, pero que hacen la diferencia.

De la misma forma, nuestras responsabilidades y el modo en el que las llevamos a cabo (más aún si tenemos la responsabilidad de tomar algún tipo de decisión en el lugar donde trabajamos), tenderán siempre para un lado o para el otro. Existirán los grises, muchos dirán. Pero cada tono tendrá más carga de negro o de blanco que el de al lado, y nosotros, siendo sinceros con nosotros mismos, sabremos diferenciarlos adentro nuestro. Y la integridad como trabajadores, como compañeros y en definitiva como personas se jugará a cada rato. Cada momento que vivimos será un punto a favor o en contra de esa integridad, sumará o restará en nuestro camino hacia los mejores frutos.

Ambición de cambio
Terminar el día puede representar un alivio o puede significar un sentimiento grato de tarea cumplida. Casi siempre será el vínculo que tenemos con los que trabajan al lado lo que moverá la aguja para hacer de nuestra vida laboral un espacio ameno o incómodo, indistintamente de nuestros quehaceres puntuales. Arriba o abajo, compartiendo el espacio o las tareas, parecido o diferente, cada uno de los que conforman nuestro hábitat diario juega un rol importante en la vida en general, más allá de nuestro trabajo. Y podremos tener un puesto con mayor o menor incidencia profesional, pero la incidencia en el ámbito humano es igual de accesible a todos. Todos podemos ser agentes positivos y generar relaciones buenas, podemos cambiarle el día a alguien y podemos marcar la diferencia. ¿Trabajos importantes? Hay tantos como gente que trabaja: son todos deberes dignos que tienen valor humano, que influyen y que dan frutos. Será momento de sembrar a conciencia.

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