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Como el  tripulante que debe ingeniárselas para llegar sano y salvo  a Tierra, una reflexión sobre cómo reinventarse desde el sistema educativo para aggiornar el método de enseñanza y aprendizaje.

Texto: Eduardo Cazenave

Así lo decía el comandante del Apolo 13, James Lovel, personificado por Tom Hanks en la película que lleva el mismo nombre. Con el sistema educativo pasa lo mismo. La tripulación escolar entera (docentes, alumnos, directivos, padres y madres) clama hacia el espacio casi con un mensaje desesperado: “Esto no funciona”. En todas las salas de maestros y profesores se repite el mismo canto. “Los alumnos no son como los de antes, tienen otras inquietudes, otras preguntas, otros modos”; “las familias no son como las de antes”; “estos chicos son de otro siglo”. Todos coinciden, el diagnóstico es claro y contundente. Pero cuando suena el timbre, la tripulación toma sus libros y cuadernos y se dirige a las aulas para enseñar, igual que antes…

Aparecen los chats y reuniones de madres con mirada crítica -a veces constructiva y otras veces destructiva- porque los chicos tienen tarea o porque no la tienen; porque salen mucho o porque no salen; por el profesor que exige demasiado, o por el que falta; por el que es muy amigo, o por el que es muy duro. Tienen muchas actividades o tienen pocas y sumadas a todas las que tienen extra escolares (taekwondo, comedia musical, danza, rugby, fútbol, hockey, origami, psicopedagogía, piano, guitarra, gimnasio).

Los alumnos sobreviven, como pueden, a un sistema que los obliga a sentarse la mayor parte del día en la misma silla, a escribir en un cuaderno, a memorizar datos que pronto olvidarán, a poner el cerebro en modo “Historia” para pasarlo durante el día, cada una hora, a los modos “Química”, “Lengua”, “Inglés”, “Filosofía”. Y mientras tanto, sus propios intereses pasan por sus redes sociales; por el programa del fin de semana; por “si me estaré quedando afuera de mi grupo de amigos”; “si aquella chica me dará bola”; “si papá y mamá se enterarán de la macana que me mandé”; “si a alguien le importará algo de lo que yo pienso o siento”; “si estaré gorda y fea”; “si repetiré de año”; “quién habrá puesto like en mi foto”; “cuantos likes tendré”; “qué tengo hoy después de clase, ¿karate o coro?”; “cuánto falta para que toque el timbre y termine esta hora, este día, esta semana…”.

No podremos llegar a la luna
La misión del Apolo 13 era llegar a la Luna, pero por un desperfecto técnico tuvieron que abortar la misión, cambiar el objetivo y volver a Tierra. Debieron readaptarse todos, pero, sobre todo, tuvieron que entender que volver sanos y salvos a la Tierra dependía sólo de ellos. Desde la NASA, en Houston, podían orientarlos, aconsejarlos, sugerirles, pero nadie podía subirse a la nave para cambiar el rumbo. Era imposible llegar desde afuera hasta la nave, y las comunicaciones tampoco eran las mejores.

Sólo ellos, los tripulantes, podían reinventarse. Con lo que tenían a bordo tuvieron que crear un repuesto que pudiera salvarlos. Desaprendieron para aprender, superaron sus límites, se incomodaron, y llegaron sanos y salvos. Es más, fue la nave que aterrizó con mayor exactitud en cuanto al objetivo que los esperaba, a pesar de -o tal vez gracias a- sus problemas internos.

El cambio desde adentro
La educación no va a ser transformada por las políticas ni por los ministros. Éstos son la base de lanzamiento y aterrizaje, son Houston. Dan las guías y lineamientos. Capacitan, entrenan, dan un marco, pero no salen al espacio. Los que estamos dentro de las naves, en las escuelas, los tripulantes de este viaje, somos los agentes de cambio. Directivos, docentes y padres, como capitanes, y alumnos como navegantes. Todos y cada uno de nosotros debemos animarnos a cambiar,  a probar nuevas formas de enseñanza y de aprendizaje, distintas maneras de vincularnos e involucrarnos, diferentes experiencias partiendo de lo conocido, pero abiertos a lo desconocido. Debemos incorporar el método de prueba y error, para aprender equivocándonos. Hacer lo mismo nos dará probablemente el mismo resultado. Llamar a Houston no nos llevará sanos y salvos de vuelta a nuestras casas. La misión es nueva, el cambio es el camino y lo que hay en juego no es ir a la Luna sino algo mucho más importante, mucho más trascendente, mucho más vital. Estamos hablando del presente y del futuro de nuestros hijos.

“Houston, tenemos un problema”. Desde la base, la radio contesta con nitidez: “Buenísimo, ¡ustedes son la solución!”.

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Eduardo Cazanave
El autor es filósofo, rector general del colegio San Juan el Precursor y profesional en Fundación Padres.

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