Lic. Isabel Cornejo (Psicóloga Holística) – @lic.icornejo

Las emociones tienen, históricamente, mala fama dentro de la sociedad. Se busca controlarlas o censurarlas, pero la realidad es que son muy necesarias. Lo importante es aprender a amaestrarlas para crecer y evolucionar como personas. 

“No estés triste, ya va a pasar”, “tranquilo, no te enojes”, “uff ¡qué intenso, siempre arriba!”, “pero no tengas miedo, no pasa nada”, son algunas frases que escuchamos y emitimos a diario. Pero la pregunta que debemos hacernos es ¿por qué le tenemos miedo a las emociones?

Es moneda corriente escuchar decir que hay que dominarlas como si fuera tarea sencilla. Incluso es moneda corriente censurar a los chicos desde muy pequeños de modo inconsciente y natural. Pero al margen de si es fácil controlarlas o no, las emociones son parte del “combo” humano. Algo así como parte del contrato a la hora de encarnar. Son necesarias, pero el punto siempre está en poder gestionarlas, o más bien amaestrearlas para ponerlas al servicio de la evolución.

Confieso que de chica me costaba mucho expresar el enojo. Pero cerca de mis 24 años el péndulo emocional me fue llevando al otro extremo, a la intolerancia y a sentirme “mecha corta”. De a poco fui gestionándolo. Tenía que pasar de un extremo al otro para darme cuenta de que siempre existe un punto medio saludable. Desde no hace mucho empiezo a experimentar la famosa “templanza” de la cual tanto me habían hablado. ¿Significa NO enojarse, NO estar triste, NO sentir ansiedad? Para nada… significa que puedo observar y registrar la emoción, pero actuar con moderación.

Entonces…¿Quién dijo que las emociones son malas?

  • Sin enojo no podríamos poner límites.
  • La tristeza permite hacer lugar para que algo nuevo se geste. Permite dejar ir, soltar para recibir.
  • El miedo alerta del peligro. Está al servicio de la supervivencia.
  • Sin ansiedad no podría proyectar. Además es “prima hermana” del miedo y también nos avisa del peligro. 

No es lo mismo estar sintiendo una emoción que ser la emoción. El punto no es no enojarse sino al contrario: enojate, expresalo, manifiestalo, pero con recursos. Sin convertirte en la emoción misma.

Es fácil decirlo, difícil plasmarlo. Pero no imposible. Es como un músculo que se entrena todos los días. Y es por eso que también es bueno ser compasivo con uno mismo y con los demás. Todos estamos aprendiendo.