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Tres historias de vida. Diferentes, propias, únicas. Un mismo deseo: el de la casa propia. A ellos la vida les sonríe.

Casado con la casa

María Eugenia baja la persiana del local. Está apurada, debe alcanzar el colectivo para llegar a tiempo al sorteo. Fernando va directo desde Palermo, es que trabaja en un servicio mecánico de Hyundai y va a llegar cortando clavos. Pero no, mágicamente ese miércoles la Panamericana está liviana y el tránsito fluye como anunciando su suerte. Se mensajean: ¿vas bien? ¿llegás? Hace un tiempo atrás, desolados por no contar los billetes y no poder comprar una casa, optaron por invertir sus ahorros en un comercio a unas cuadras de la estación de tren de San Isidro. Y desde allí sale aventada María Eugenia, apurando el tranco. No tienen mucha esperanza. Ya han tentado el destino ofertando una suma que quedó flaca. Gracias a Dios, porque significaba endeudarse más de la cuenta. Pero las ganas de hacerse con la casa sobran. Es que están viviendo en la casa de los padres de Fernando, y si bien el amor es grande ya va siendo hora de tener su nido. Nada les gustaría más que darles eso a sus hijos, Mateo de ocho y Esmeralda de cinco.

El colectivo parece cargar con lastre porque viene lento como esperanza de pobre. Quizás sea eso, otro viaje con desabor. María Eugenia llega tarde, a destiempo, cuando el SUM se empieza a vaciar de un malón de gente que le entorpece el paso, el encuentro hacia Fernando. Ahí lo ve, un rostro que nada dice. “¿Y, cómo nos fue?”, le pregunta sin demasiado entusiasmo. Él le muestra el recuadro que figura en la pantalla. Diez ganadores. Ella le vuelve a preguntar: “¿Y, cómo nos fue?” Él le vuelve a mostrar el recuadro. Diez ganadores. En realidad nueve, el décimo era el de Fernando Nazzaro. Cayeron juntas las lágrimas, las sonrisas y la sorpresa de María Eugenia. Todo de golpe, como un sopapo de Papá Noel aquella pantalla le anunciaba el mejor regalo. La suerte caía con cara de hogar para sus hijos. Sus padres ya no están, pero seguro que en ese salto de felicidad la abrazaron junto a su marido. Notición para los chicos, festejo con comida china y millones de mensajitos de textos y llamadas de agradecimiento a todos esos seres queridos que comparten con ellos la concreción de este sueño magnífico. La idea de ampliar la casa, sumar una habitación para darles un palacio a Mateo y Esmeralda. Calmar las ansiedades. Aunque ya está pensado plantar un par de árboles de paltas y un limonero, como para preparar una buena ensalada. “¡Qué bueno que ya venga con parrilla!”, piensa Fernando. Hace doce años que están juntos, se conocieron en San Clemente, junto al mar. Un flechazo que ahora, con casa propia, coronarán con un casamiento, porque la promesa estaba en el aire y Eidico Casas hizo de celestino.

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