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Texto: Milagros Lanusse

Para nosotros aparecieron sueltos, como hojas de otoño o fruta madura. Traían sus raíces, pero no eran las nuestras, por lo que primero solamente los vimos a ellos. Amigos bajitos entonces, como nosotros, casi sin pasado y con muchas horas de juego por delante. Personas sin mancha que quisimos al principio por su forma de correr, de pintar o de callar en la formación de la mañana; y que pasamos a amar sin ninguna otra razón. Amores inocentes y en la misma medida profundos, sólidos e insólitamente verdaderos.

Seguimos caminando y cambió el paisaje a nuestro alrededor, con caras que no habíamos visto antes y que se sumaron a nuestra galería de gente querida. En el camino quedaron algunos, pero muchos se quedaron cerca; pasaron a ser los grandes tesoros que supimos conservar con mérito y se convirtieron en afectos tan incondicionales como la propia familia, de esos que no dependen de nada, simplemente SON, porque la vida nos sembró cerca y entonces crecimos al lado.

Con más edad, cierta suspicacia mal disimulada y mayor exclusividad seguimos eligiendo amigos (y dejándonos elegir). Llegamos a quererlos tanto que sus logros, sus viajes, sus hijos, sus aciertos nos emocionan hasta las lágrimas y se vuelven tan propios como nuestra carne. Amamos su vida y sus familias, y aman las nuestras de un modo que a veces creemos irreal. Nos duelen sus dolores y sus pérdidas y llegamos a sufrir sin decirlo cuando vivimos de cerca su angustia, cuando los vemos caer o los adivinamos solos.

Amigos viejos que aparecen en nuestras fotos papel y amigos más nuevos que pasan a ser imprescindibles. Amistades en formato de sillón, pies descalzos sobre la mesa ratona, mate, coca cola, cerveza y horas de charla (y silencios, interrupciones o incluso salidas intermedias de alguno). Amigos de esos que cuando se hace de noche -o de día-, hacemos fuerza mental para que no sigan avanzando las agujas delatoras, que indican que en algún momento hay que terminar la reunión. Quién pudiera seguir delirando juntos sin límite acerca de todos los temas, los que importan y los que no; para poder estirar hasta el infinito las risas, las anécdotas, las confesiones, los consejos, las catarsis, las discusiones.

Amigos a los que mandamos las fotos por separado, que se enteran antes que las redes qué nos puso felices esta semana. Amigos que consultamos hasta el hartazgo y que siguen de cerca nuestras minucias más invisibles. Amigos que sin sumar siempre en número, terminan creando la ecuación perfecta, y que por fuera de todo grupo, son seres únicos que queremos con el alma.

Personas que nos completan y nos conocen hasta la médula, nos leen incluso en lo que queremos esconder, nos felicitan hasta en lo que no creímos valioso y nos hacen salir de nosotros cuando nos interpelan sus problemas o sus alegrías. Personas que hacen del mapa de nuestra vida un recorrido mucho más liviano, divertido, y feliz. Feliz día a todos ellos, y que el camino siga siempre encontrándonos en su compañía.

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