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¿Por qué a San Martín se le dice el Padre de la Patria? ¿Por qué tantas calles y localidades de nuestro país llevan su nombre? ¿Por qué sus restos están en la Catedral de Buenos Aires bajo la eterna custodio de granaderos?

Texto: Inés Goyret

En estos tiempos de incertidumbre y de discusiones políticas, de búsquedas de acuerdos entre quienes tienen el poder y de conversaciones acaloradas en la mesa familiar, hace bien mirar un poco para atrás, hurgar en el pasado y reflexionar sobre nuestra historia, que siempre tiene algo que enseñarnos.

En algún sentido, las cosas no han cambiado demasiado. Si ahora se habla de “grieta”, antes la cuestión se dividía entre unitarios y federales, si ahora hay pobreza, en el pasado las guerras dejaban pueblos destruidos, con la miseria como bandera. Así podríamos seguir, pero lo cierto es que siempre hubo personas que destacaron por su valentía y generosidad, y que, sea con su trabajo diario o con alguna gran hazaña, pensaron y contribuyeron al bien común. 

Hoy queremos recordar especialmente a una de ellas, un hombre que parecería estar lejano en el tiempo pero que hizo mucho por nosotros, por su patria: Don José Francisco de San Martín. Para entenderlo realmente hace falta contemplarlo como una persona de carne y hueso, igual que nosotros, y no como un simple cuento de libros viejos o un héroe inalcanzable. Porque él, nuestro prócer nacional, tiene algo para decirnos a los argentinos de hoy y ahora. 

A todos nos han dicho alguna vez de chicos que los próceres son un ejemplo a seguir porque cumplieron con su deber con la patria. Todos dramatizamos sobre sus vidas en actos escolares, y aprendimos canciones y poemas para traerlos de vuelta a nuestro presente. Vale la pena entonces preguntarnos ¿qué quiere decir cumplir el deber con la patria? ¿Es que acaso tenemos un deber con nuestra patria? ¡Y sí! La patria, nuestra querida Argentina, es un regalo que se nos dio, no es mérito nuestro haber nacido acá. Todo lo que hay en nuestro país es un don de Dios: la gente, los lugares, la cultura, la espiritualidad,  las posibilidades que tenemos para poder crecer y desarrollarnos como personas. Por eso, tenemos el deber de cuidar nuestro país y de contribuir a su crecimiento, cada uno desde su lugar. 

Pero construir nuestra nación es un sacrificio que implica, muchas veces, renunciar a nosotros mismos, para entregarse con generosidad a los demás. Y esto es lo que San Martín hizo durante toda su vida: se puso al servicio de los demás; y a un nivel tan alto que realizó una de las gestas más grandes de América: obtener la independencia de tres naciones.

Pero eso fue el resultado de haber transitado una vida plena. José Francisco nació en Yapeyú, Corrientes, y cuando tenía 11 años su familia se volvió a España, de dónde eran sus padres. Allí comenzó su carrera militar donde fue premiado con ascensos por su empeño, responsabilidad y su actuación en varias batallas, especialmente contra los ejércitos franceses al mando de Napoleón. También se dedicó a sus estudios académicos, y entre batalla y batalla, fue conociendo las nuevas ideas que algunos militares sudamericanos que vivían en Europa tenían sobre la independencia. 

Cuando descubre la importancia de que los territorios americanos debían aspirar a la libertad e independizarse, hizo propias estas ideas para lograr sus objetivos con un contexto a su favor: el rey de España Fernando VII preso y una Revolución de Mayo en pleno apogeo. Su misión estaba en marcha.

San Martín fue auténtico, fue fiel a lo que pensaba y no dejó que las circunstancias difíciles, como la falta de recursos económicos, las luchas armadas y las peleas políticas, cambiaran su pensamiento; y, aunque muchas veces tuvo todo en su contra, siguió adelante con sus proyectos, sin miedo a ir contra la corriente. 

Y así, con su objetivo claro en la cabeza, se dedicó a cumplirlo al pie de la letra. Primero se embarcó con un grupo de amigos rumbo a Buenos Aires y al llegar al puerto en 1812, ofreció sus servicios al gobierno, el Primer Triunvirato en ese momento. Con su autorización creó el Regimiento de Granaderos a Caballo, y adiestró a las nuevas tropas en modernas técnicas de combate que él bien conocía. San Martín se casó con Remedios de Escalada, pero pronto dejó las comodidades de su nueva vida para luchar contra los ejércitos realistas. Luego de su triunfo en la Batalla de San Lorenzo, en las costas del Río Paraná, lo nombraron jefe del Ejército del Norte y partió hacia Tucumán, donde reemplazó a Belgrano y reorganizó el ejército, que venía de ser derrotado. Allí tomó vuelo un nuevo y original plan para vencer a los españoles.

Al ver que era imposible llegar a Lima (el centro del poder realista) por tierra, planeó cruzar la cordillera de los Andes y llegar a Lima en barco, atacando por mar. Era un plan arriesgado ya que necesitaría mucha organización y recursos que no tenía. Enfrentó grandes desafíos, desde padecer una enfermedad, hasta las peleas con los gobernantes de Buenos Aires que no mandaban ayuda para esta enorme expedición. En el año 1817, cruzó los Andes y tomó Chile. Pero su plan aún no había concluido y, a pesar de las trabas, él tuvo una visión mucho más amplia y generosa y continuó con su plan: liberar también de los realistas a la zona del Alto Perú. ¡Cuánto nos enseña esta actitud de San Martín de no enredarse en medio de las discusiones internas de diferentes opiniones políticas, y de seguir hacia adelante pensando en el bien común!

San Martín fue un hombre de una sola pieza, entregado por entero a servir a su país y a los demás. Cuando las luchas internas entre federales y unitarios se acentuaron, vio que ya no podía hacer más nada y prefirió alejarse. Se instaló en Francia la última etapa de su vida, y aunque nunca perdió el contacto con su país, se apartó de la política y de las luchas. Se dedicó en forma completa a la educación de su hija Merceditas, que a los siete años había perdido a su mamá. Fue un padre preocupado por su hija y por eso escribió las Máximas, unos sabios consejos donde se reflejan los valores y las virtudes que le quiso inculcar. 

Por todo esto, hay miles y miles de calles y localidades que llevan su nombre. Por todo esto sus restos reposan en la Catedral Metropolitana, cumpliendo uno de sus últimos anhelos “Desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires”. Ojalá hoy podamos nosotros también aprender algo del Padre de nuestra patria, y sepamos, cómo él, servir a nuestro país y a los demás, cumpliendo con lo que a cada uno le toca, y mirando más allá de nuestro propio interés, bolsillo o comodidad, para pensar en el bien de todos los argentinos.

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