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Se prepararon juntos para una vida como cualquier otra. Trini llegó para sorprenderlos, unirlos, enseñarles sobre sus propios límites y cambiarles el corazón.

Dos años y medio de noviazgo, de salidas y de amigos. Decisión de casamiento: la Catedral, el cura, Dios. Los invitados. Fiesta y baile. Luna de miel. Vida en el exterior. Nuevos amigos y nostalgia. Tres años y la vuelta con embarazo de ocho meses. La Argentina convulsionada, renuncia de Presidentes. Nuevo trabajo y nacimiento del primer hijo. Alegría pura. Primeros pasos como padres. Segundo embarazo. Planes, nombre, ropa rosa…

A las 12:08 del 7 de julio, fiesta de San Fermín, nace nuestra segunda hija. Enorme emoción. Pronto se sienten raras las miradas sorprendidas de los médicos. Se miran. Algo no está bien. Hablan por lo bajo. Sentimos miedo, desconcierto. ¿Qué pasa? Entonces nos lo informan, no sin cierto pesar: tiene Síndrome de Down. No es 100% seguro, habrá que confirmar el diagnóstico con una prueba genética. Pero a ellos no les quedan dudas…

Los eventos narrados son una síntesis de un período de seis años de nuestras vidas, desde el momento en que empezamos a caminarla juntos. Para todo lo que creíamos que vendría nos habíamos preparado: charlas de nuestros padres, colegio, facultad, másters, seminarios. Todo enmarcado dentro de lo esperable, lo querible, lo aceptable. Pero para el nacimiento de un hijo con capacidades especiales no sólo no estábamos preparados, sino que jamás lo habíamos visto como una alternativa. Pero allí estaba la realidad. Y había que vivirla…

Con Belén tomamos la decisión acordada de no rechazar el dolor, de permitirnos doler y tener bronca; pero con la voluntad de abrirnos el uno al otro y hacia los demás, para compartir ese dolor y hacerlo más llevadero. Lloramos juntos muchas veces. Abrazados en la noche, sin decir nada.

Y como Dios sabe hacer las cosas, el instinto maternal, y la entrega de una madre sin igual, empezaron a surtir efecto. Y el corazón de esa personita tan especial se fue haciendo sentir en el nuestro. Una de las principales angustias iniciales era: “¿Qué podrá hacer mi hija? ¿Podrá llegar a hacer tal cosa?”. Y a poco de sentir eso tuvimos una vivencia iluminadora: Belén se acercaba a ella para amamantarla y Trini logró prenderse del pecho en seguida. La alegría tras su logro fue un adelanto de lo que sentiríamos años más tarde con cada cosa con la que Trini nos sorprendería, demostrándonos mucho más sus capacidades que sus limitaciones.

La fuerza de la matriarca de la familia nos acercó a personas que fue contactando. La resistencia a la idea de que necesitábamos ayuda fue cediendo paso a una sensación cálida de sentirnos acompañados, comprendidos. Padres de hijos de capacidades diferentes, profesionales, familiares, amigos: alrededor se fue tejiendo un nido de contención que nos permitió aflojarnos y empezar a acercarnos más a Trini.

Y transitamos el camino de lo recomendado: estimulación, natación, kinesiología, el mundo de las obras sociales y la ley de discapacidad. De todo lo que un padre de hijo con capacidades especiales debe saber. De ese trabajo nos ocupamos nosotros. De las terapias de Trini, sus profesionales. De su avance, ella. Ella y sus capacidades. Ella y su tozudez. Ella y su empeño, y su paciencia. Ella y su amor por todo el que la rodea.

Trini fue y es para nosotros una enorme lección. Nos enseñó a ser pacientes. A esperar de cada uno lo que puede dar. A vivir día a día, sin fijar nuestras mentes en el futuro. Hoy come bien. Hoy dijo su primera palabra. Hoy está caminando. Hoy va al Jardín. Hoy está en primer grado. Hoy, a los ocho años, lee y escribe.

Nos enseñó que el intelecto y sus argumentos son sólo un aspecto de lo “válido” y “verdadero”. Y nos enseñó sobre las propias limitaciones, que nos hacen ser quienes somos. Que cada uno es en su esencia un ser limitado y con capacidades especiales para ciertas cosas. Es esa diferencia la que paradójicamente nos asemeja y une.

Trini, con su sonrisa pícara, sus comentarios desopilantes, su risa fresca trazó un surco profundo en el corazón de todos los que la rodean. Hoy asiste a un colegio normal en el que comparte las actividades con sus pares y es supervisada por una maestra integradora. El amor con el que la comunidad del colegio recibió a Trini es un bálsamo para nuestras almas, que va curando las magulladuras de los primeros tiempos de incertidumbre. Trini tiene también su grupo de pares, otros chicos con síndrome de Down, con cuyas familias nos juntamos.

Quizás el trato que recibe en casa, sin prerrogativas especiales más que nuestro corazón abierto, sea uno de los motivos por los que se ha integrado a todo el mundo que la rodea. Un mundo al que ella ha llenado de un profundo amor y una enorme alegría.

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