Autenticidad. Damos fe de que ése es uno de los adjetivos que mejor describe a Maru Botana. Charlamos con ella en su propia casa, nos dejó entrar a su mundo y descubrimos que es tan cálida y alegre como se la ve en la pantalla.
Texto: María Stellatelli – Fotos: Rosario Lanusse
Nos recibió en su casa. Una casa llena de chicos, de aromas caseros, de risas. Una casa llena de vida; de ventanas grandes que permiten el paso del sol al comedor diario y al estar. Las mesas, todas amplias y con muchas sillas. Tarros con scons que generan ese «se me hace agua la boca». Y como no podía ser de otra manera, la mesa puesta para el té con sabor a limón, vainilla y chocolate. Así nos recibió Maru Botana. Los chicos ya habían vuelto del colegio y en esos horarios, si tiene que trabajar, Maru lo hace en casa, permitiéndose prestar atención a todos sus hijos y escuchar a cada uno. Con la autenticidad que reina en esa casa, se acercaban a su mamá mientras la maquillaban y durante la entrevista. Y con el cariño propio de una madre, Maru los escuchó y respondió a todos. Nada más lindo que conocerla en ese entorno que es un cálido hogar. Nada habla más de ella que verla rodeada de sus hijos y de su cotidianidad. La naturalidad que la caracteriza, siempre presente. Así como se la ve en la tele, así tal cual es ella. Sonrisa, ojos brillantes, ternura maternal. Y mientras la entrevistamos, respiramos ese perfume a familia, nos reímos con sus anécdotas y nos fuimos con la inspiración y las ganas de querer cumplir todos nuestros sueños y proyectos personales. Porque eso es lo que Maru transmite, ganas ávidas de llevar adelante proyectos que nos llenan el corazón y de hacer todo con pasión.
¿A cuándo se remonta tu gusto por la cocina?
Nací con eso en la sangre. Mis dos abuelas cocinaban bárbaro. Me acuerdo que de chiquita ya agarraba el libro gordo de Doña Petrona que tenía una de ellas y me ponía a ver recetas. Y también me gustaba probar las recetas que traía mamá de sus cursos.
¿Cómo arrancaste a vender las primeras tortas?
Papá era médico y trabajaba como loco. Y en la adolescencia me costaba mucho pedirle plata. Entonces me propuse trabajar de algo. Y empecé a sacarle recetas a mamá de todos sus cursos y a poner carteles en el ascensor y en almacenes avisando que vendía tortas. Y, de a poco, la gente empezó a hacerme encargos.
¿Cómo profesionalizaste la cocina?
Cuando terminé el colegio no sabía qué estudiar. A la cocina la tenía como un hobby y me imaginaba teniendo un local de tortas cuando fuera abuela. No lo tenía pensado para aquél presente. Así que decidí estudiar Administración de Empresas. Y un día, en segundo año de la carrera, un compañero me contó que le estaba haciendo la contaduría a Francis Mallman y que estaba por abrir un nuevo local, y me sugirió que fuera a una entrevista. Francis me dijo que estaba buscando una moza, pero me pidió que le llevara algunas cosas cocinadas por mí para probar y, finalmente, entré como ayudante de pastelera. Hace un par de años me enteré de que nunca probó lo que cociné sino que fue Pablo Mazzei quien, cuando me vio, le dijo a Francis que me contratara (risas).
¿Qué recuerdos tenés de esa época?
Fue un momento muy lindo; la pasamos bárbaro. Era un restaurante de gente joven, con buena onda. Se armó un gran grupo. Trabajaba mucho y al mismo tiempo cursaba en la facultad. Pero fue lindo.
¿Sentís que tuviste que sacrificar muchas cosas?
Tuve que hacer muchos sacrificios, pero los hice por placer. Sabía que a la larga eran para algo bueno. El mundo del cocinero es muy especial. Éramos nosotros solos de alguna forma porque entrábamos a trabajar cuando la gente salía. Pero la verdad es que fue una etapa de mucho compañerismo y muy divertida.
¿Alguna anécdota divertida?
Mientras trabajaba con Francis, nos fuimos a Europa. En ese momento el príncipe de España estaba de novio con Isabel Sartori y no los dejaban casarse porque ella era plebeya. La hermana de Isabel estaba casada con el socio de Francis. Entonces vivimos con ellos toda su historia de amor. Fue muy divertido. Francis tiene un glamour especial, entonces todas las cosas alrededor de él eran divertidas.
¿Cómo llegó tu primer local?
Después de cuatro años trabajando con Francis, un día me dijo que yo ya estaba para hacer algo sola. En el restaurante ya no sabía qué postre inventar. Fue lindo pero a la vez, fuerte. Así que salí con una amiga a buscar locales. Queríamos algo barato y cómodo. Así fue como encontramos uno en Suipacha y Arroyo. Tenía 22 años. Fue una linda etapa de inexperiencia.
¿Cuál es el trabajo que más te gusta?
La tele. Me encanta poder compartir con la gente lo que me gusta. Y a la vez me produce mucha adrenalina.
¿Algún programa en particular?
El que hice con Diego Pérez: Sabor a mí. Siempre me gustan los disparatados, el no tener un formato, que no me pongan nada para decir.
¿Cómo es un día en tu vida?
Agotador (risas). Me levanto a las 6 de la mañana. Los voy levantando a todos. Les hago unos masajitos en los pies. Y cuando se van al colegio yo me voy a entrenar. A la mañana organizo un poco la casa y las cosas de los chicos. Si es necesario hago reuniones de trabajo. Si no, parto a visitar cada uno de los locales. Y después mecho distintos laburos, libro, fotos, grabaciones para un sitio de Internet que tengo. Y a la tarde trato de estar en casa para cuando los chicos vuelven del colegio. No me gusta llegar tarde.
¿Cómo hacés hoy en día para equilibrar el trabajo con tu familia?
Fui aprendiendo a manejarlo desde mi noviazgo. Una cosa que me funcionó mucho siempre fue compartir todo con todos. Desde que lo conocí a mi marido empecé a compartir el movimiento que implica este trabajo. Y él en seguida lo tomó y me ayudó un montón, sobre todo con el local. Y a partir de ahí todo fue compartido, mismo con los chicos. Así se fue mezclando todo y ellos entienden lo que es mi vida pública.
¿Cómo dirías que te ven tus hijos hoy?
Ellos me ven como una mamá normal. Nuestra casa es normal. Es una casa en la que entra y sale gente todo el tiempo. Hago entrevistas, grabo programas acá, que no es normal. Pero para mis hijos es así. Y por otro lado, me parece copado estar en mi casa haciendo estas cosas. Estar acá es estar con ellos. Entonces mientras ellos van y vienen, yo estoy.
¿Cómo te ves a vos misma?
Me veo muy normal. Yo nunca imaginé esta vida. Me imaginé siendo madre; siempre deseé tener muchos hijos. Pero todo el resto no me lo esperaba, ni la tele, ni la fama.
¿Cuáles son esas cosas que todavía te sorprenden?
El cariño de la gente me sorprende muchísimo. El hecho de que me paren por la calle, me saluden y me digan cosas con tanta profundidad y afecto. Y otra cosa que todavía me sorprende es cómo salí adelante después de la muerte de Facu. Fue el peor cachetazo del mundo. Pero en ese momento me invadió una fuerza enorme. Vi a mis hijos y dije “hay que seguir”. Agustín, el más grande, me decía “Mamá, tenés que ir a trabajar, te van a echar”. Hoy pienso ¿cómo hice? Fue gracias a la fuerza que recibí de mi familia y de arriba. Está buenísimo creer en algo, tener fe. Si no, te caés. Y cuando les conté que estaba embarazada de vuelta volvió otra historia a esta casa.
¿Qué te dice la gente por la calle?
Tienen una locura conmigo. Me impresiona. Fui a la feria Masticar y no podía caminar (risas).
¿Te gusta eso?
Sí, el público es lo que más me gusta. Estoy en el supermercado y se me acercan a sacarse una foto conmigo y yo la paso bien. Además tengo un público muy variado, madres, niños, abuelas.
¿Cuál dirías que es tu mayor aprendizaje en todos estos años como profesional y como madre?
A disfrutar cada día de mi vida desde que empieza hasta que termina, con lo bueno y con lo malo. A saber que la alegría y la tristeza van pegadas totalmente. Creo que eso es la felicidad: el poder disfrutar a pleno cada momento y cada situación, y darle importancia a lo que realmente la tiene.
¿Una virtud tuya?
La paciencia y la perseverancia.
¿Qué es lo que más te gusta de ser madre?
Todo. Me parece un desafío genial. Es una responsabilidad enorme todos los días de tu vida, con cada uno. Y siento una gran felicidad. Una no se puede privar del placer de serlo, como sea. Hubiera tenido diez, doce, quince hijos. Me parecen pocos (risas). Los re disfruto.
¿Qué consejo le darías a una madre?
Que disfrute a sus hijos a pleno desde el momento en que los concibe. Y también que pueda tener paciencia. A los chicos hay que escucharlos y tratarlos como personas. Son seres humanos y tienen sentimientos.
¿Una receta preferida?
Tengo varias. Me encanta hacer ravioles, amasar pan; me encantan las tortas de ricota, de manzana.
¿Sos de lo dulce o de lo salado?
Soy de lo dulce. Me gustan las cookies y los budines.
¿Algún aroma?
El olor a limón. El olor a masita de manteca crocante. El olor a leche cuando estoy haciendo flan o scons.
¿Ves a la cocina como una expresión de arte?
Sí, arte total. Soy malísima dibujando, cantando, tocando instrumentos; mi arte es la cocina (risas).
¿Creés que es algo que acerca a los seres queridos?
Sí, totalmente. Cuando voy a un lugar y quiero mostrar que estoy contenta y demostrar afecto les cocino algo rico.
¿Qué es lo que más disfrutás de cocinar?
Todo. Es una pasión. Más que nada, ver cómo se van transformando las cosas.
¿Cocinás con los chicos?
Sí, cocino con ellos, pero todavía no veo que a ninguno le cope. Lo que yo tenía no lo veo en ninguno (risas).
¿Qué es lo que más les gusta que les prepares?
Les gusta que los sorprenda, que les cambie de menú todos los días, que les haga cosas diferentes.
Les encanta lo que cocinás.
Sí, les encanta. Aplauden. Termina la cena y empiezan con el cantito “un aplauso para mamá”.