Una Aldea rústica y al natural

Pilar sigue sumando propuestas alternativas y atractivas para pasear en familia, salir a comer, distenderse y hasta escuchar bandas en vivo. Lejos del tradicional centro comercial, esta vez la naturaleza y el aire libre son los anfitriones.

Texto: María Mullen – Fotos: María Mullen y gentileza Mercado La Aldea de Pilar

Cuando ponemos un pie por primera vez en La Aldea, se siente algo distinto. No es un lugar típico; lo primero que nos rodea es una gran bocanada de oxígeno, sauces, fauna autóctona, una amplitud poco común para un paseo comercial. Caminitos con piedras nos van conduciendo a distintos locales, todos con el mismo sello en el estilo edilicio: madera reciclada, colorido alegre y un aire bohemio. Restaurantes, una heladería, una tienda de ropa, una de decoración, un vivero, plazas con juegos para chicos, y hasta un atelier de pintura nos van sorprendiendo en el recorrido por el predio.

Lo primero que sale a nuestro encuentro es la tradicional pizzería Romario. Luego, el colorido de Ceviche, un restaurante de comida peruana, nikkei y sushi, atrae el paladar y las miradas. Sea que uno elija comer adentro en el cómodo living, tomar un pisco en la barra o unas “caipis” en las mesas frente a los amplios ventanales, cada rincón invita a sentarse sin apuro. Afuera, un deck a la sombra de un árbol es ideal para los días de sol.

Más lejos, otra casita nos espera: Las Juanas. Se trata de un emprendimiento de tres amigas (cada cual se identifica con alguna Juana de la historia, y de allí el nombre del lugar). Unas flores frescas y altas sobre varias mesas vestidas de blanco y celeste reciben a los comensales anunciando la primavera. Acá, la carta presenta una variedad de cocina internacional, desde tortilla española y empanadas, hasta sushi, cazuela de mejillones, bondiola de cerdo, pesca del día “al humor del cocinero” y pastas de todo tipo. La decoración es más íntima y mezcla lo vintage con un toque romántico. Un espejo de bronce antiguo convive con viejos avisos de cerveza en las paredes; un cuadro y una plancha de principios del siglo pasado comparten un rincón con patentes de autos viejos.

Al fondo del predio abre sus puertas Mal de amores, una parrilla que está desde los inicios de La Aldea, hace casi diez años. Debe su nombre a algo que todos conocemos, porque ¿quién alguna vez no anduvo mal de amores? Sobre la barra cuelgan frases de famosas canciones de Fito Páez, Rosana, Vicentico. Imposible no querer empezar a tararearlas y volver a escucharlas. “No quiero estar sin ti; si tú no estás aquí me sobra el aire”, “Si el amor se cae, todo alrededor se cae”, “Vos sabés todo, todo, todo es el amor”, “Cada vez que pienso en vos, fue amor… fue amor…”.

La famosa cocinera Jimena Monteverde -autora de Cualquiera puede cocinar– también tiene su espacio. En la Fan Page de La Aldea se avisa cuándo estará cocinando personalmente y preparando una mesa dulce para alegrar la tarde.

Siguiendo el recorrido, se impone con gran altura el cartel El Taller, pintado de blanco y con una lindísima puerta color verde agua. Por su gran ventanal se exponen distintas piezas de arte, muchas de ellas en proceso. Efigies, caballetes y objetos de uso cotidiano de quienes, todas las semanas, participan de los talleres de escultura, cerámica, alfarería y pintura. Sin duda, un espacio más que inspirador y cálido para hacerlo.

Fin de semana de feria
Además de los locales permanentes, cada primer fin de semana del mes se organiza el Mercado La Aldea, una feria de entrada libre y gratuita. Durante todo el día, food trucks, shows infantiles, actividades y bandas de música en vivo.

La Aldea se propone rescatar el concepto de calidad de vida. “Tomarse un momento para lograr tranquilidad y placer; encontrarse con amigos o familiares; conversar y deleitarse con increíbles sugerencias gastronómicas; hallar ese objeto o producto que estás buscando; asistir a muestras de arte, ciclos culturales y ferias temáticas, paseando al aire libre”. Un lugar para ir a conocer.