Beth nació y creció en Nueva York. La conocí hace unos meses en el ascensor cuando llevaba a su perrita Ana a dar un paseo. Acercarme a jugar con ese caniche fue como haberle dado un abrazo a ella, quien con el tiempo se ha convertido en algo así como una tía lejana.
Hace un par de semanas regresé de un viaje y fuimos juntas a comer. Cuando volvíamos del restaurante caminando le pregunté sobre su lugar preferido en Nueva York y entonces decidió mostrármelo.
A tan sólo una cuadra del edificio en el que estoy viviendo hay uno de los parques más lindos de Manhattan. Como no está ubicado en una zona muy transitada, suele ser un secreto entre quienes viven en el Upper East Side.
Era de noche y en el Carl Schurz Park quedaban algunos visitantes; los que suelen dar el último paseo a sus perros y aquellos que prefieren correr de noche bordeando el East River. Beth me llevó hasta un banco ubicado debajo de unas ramas de árbol mirando al río. “Aquí estamos”, dijo. Y entonces me mostró la placa. “Me salió bastante cara, pero aquí seguiremos sentadas cuando ya no estemos”. La frase grabada en la placa hacía referencia a la importancia de tomarse el tiempo para disfrutar momentos especiales. Y debajo de ella, los nombres de Beth y Ana, su compañera caniche.
No les cuento nada nuevo al decir que los neoyorquinos le dan una enorme importancia a los parques. Cuando les pregunto por su lugar preferido en esta ciudad, la mayoría, como Beth, me cuentan sobre algún espacio verde cercano o sobre algún sector de Central Park. Este último es uno de los orgullos de quienes viven en Manhattan.
Aquella noche, Beth me recordó haber visto otros bancos con placas a las que nunca les presté atención. Fue entonces que al día siguiente decidí caminar por Central Park. Bicicletas, chiquitos y grandes en patines, gente esperando remar en los botes, carruajes tirados por caballos, músicos, lectores, gente haciendo gimnasia o picnics. Cualquier espacio verde en esta ciudad se convierte en el lugar en donde la gente hace lo que haría en su propio jardín.
Entre tantos caminos, árboles, bosques, lagos, puentes y hasta un zoológico, hay muchísimos bancos. Mirando aquellas maderas con patas ya no como lugares para sentarse sino como parte de la historia de otras personas, encontré homenajes a abuelos sobrevivientes del holocausto, regalos de cumpleaños, agradecimientos al lugar por ser tan especial, declaraciones de amor. Todos esos bancos reflejan en palabras el afecto de alguien hacia otra persona o simplemente hacia el parque.
Adopt a Bench es una idea que ha tenido la Sociedad Conservadora de Central Park, la cual se ha extendido a otros parques. Claro que adoptar un banco en Central Park puede llegar a salir hasta 10.000 dólares, pero para algunos dejar un testimonio del paso por esta vida en el lugar que fue escenario de la historia de cada uno es tan importante como colaborar con su cuidado. Cada vez que como hoy, vuelvo al Carl Schurz Park busco poder sentarme en el banco de Beth. Quizás dentro de muchos años cuando regrese a esta ciudad y a este parque tan lindo podré contarle a quien tenga cerca sobre Beth, Ana y mis días cerca de ellas.
“Aquí seguiremos sentadas cuando ya no estemos”.
Para muchos neoyorquinos la vida no es sólo plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, sino también adoptar un banco.
¡Los espero el mes que viene con más Postales!
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Vicky,
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